Cuando oímos decir que la minería es una actividad despreciable que solo busca la satisfacción de la vanidad humana y que su clara condición prehistórica no cabe en el contexto de la modernidad, el progreso y la sustentabilidad, se nos ocurre que estamos frente a un nuevo tipo de fundamentalismo anti-minero de obscura estirpe irreflexiva.

Este ruidoso fundamentalismo niega, primero, la conexión objetiva entre el desarrollo de la humanidad y la minería, y segundo, no admite ningún tipo de sustentabilidad de la actividad minera, metálica y no metálica. Por lo demás, está cerrada la exploración de caminos alternativos, no solo respecto a la réplica innovadora de experiencias bastantes aleccionadoras de otros países, sino también en lo relativo a la apropiación de conocimientos y métodos de vanguardia para la prevención, rehabilitación, mitigación y solución de los daños ambientales.

Es realmente absurdo afirmar que la minería existe porque los humanos son esclavos de las vanidades y los consumos conspicuos. Pero la vanidad es tan grande y la propensión al consumo exclusivo tan elevada, que la minería está presente en todos los rincones de nuestro hogar y oficinas, en todos los tipos de máquinas incluidas de manera destacada las “inteligentes”, en las carreteras, medios de transporte terrestres y aéreos, infraestructuras físicas, medios electrónicos y digitales, comunicación, desarrollos tecnológicos vitales, satélites, medicina, productos farmacéuticos y alimentarios, componentes electrónicos, pruebas de laboratorio, agricultura, industria y servicios.

Veamos en esta ocasión esa presencia en los llamados minerales industriales, los cuales, junto a los minerales metálicos, rocas ornamentales, áridos y sustancias energéticas, constituyen una de las grandes clasificaciones de las sustancias minerales.

A los jihadistas anti-mineros se les olvida que las alfombras en sus casas cuentan sin saberlo con la contribución del carbonato de calcio o de la piedra caliza. Que el vidrio de la cafetera con ayuda de la cual nos preparamos el café en horas tempranas de la mañana, no es hoy posible sin insumos como la arena de sílice, piedra caliza, talco, litio, ceniza de soda y feldespato. Que el papel de los diarios y revistas que recibimos se fabrican con arcilla de caolín, piedra caliza, sulfato de sodio, ceniza de cal y sodio. Que todos los abonos que utilizamos, cualquiera que sea su clase, no son más que compuestos de potasa, fosfatos, nitrógeno, azufre y otros minerales secundarios.

Como el rechazo de algunos a la minería es tan visceral (que escapa a la razón o la lógica) entonces dejemos de lavarnos los dientes con las actuales pastas dentífricas que contienen carbonato de calcio y carbonato de sodio. Tiremos al muladar los limpiadores del hogar (detergentes) cuyos componentes son, entre otros, la sílice, piedra pómez, feldespatos y piedra caliza. Prohibamos a nuestras mujeres pintarse los labios, en tanto los lápices labiales actuales se fabrican con carbonato de calcio y polvo compacto (talco). Evitemos la instalación e impermeabilización de los mosaicos de nuestras cocinas y baños, procesos en los que se utilizan masilla y otros compuestos para enmasillado (piedra caliza y yeso).

Si usted es mujer, amable lectora, y niega la enorme utilidad social y económica de la minería, entonces comience por quitarse todas las joyas preciosas y semipreciosas que lleva puestas (es decir, deje de ser mujer) porque sencillamente están hechas de minerales industriales (ópalo, amatista, aguamarina, topacio, granate, diamante, etc.). También deje de usar su auto y comience a caminar hasta su trabajo -en realidad aceptamos que tendríamos menos contaminación y más salud – ya que la mayoría de sus componentes esenciales provienen de sustancias minerales.

Igual, no pinte jamás su casa o el edificio donde vive, incluido su apartamento, en razón de que todos los tipos de pinturas son compuestos de minerales industriales. Deje el motor de su auto apagado y no utilice gasolinas o sea más radical y use un “auto-anti mineral” que no consuma aceites lubricantes, pero recuerde que tanto las gasolinas como los aceites dependen de sustanciales minerales industriales (exigidos por el proceso catalítico de agrietamiento para refinar petróleo crudo y producir gasolinas y aceites lubricantes).

Comience a levitar y no use el pavimento y el asfalto, tampoco el cemento, porque sencillamente son en sí mismos minerales industriales. Salga de su edificio y regrese a las cavernas ya que todos los edificios -todavía no hemos inventado los plásticos o de fibras de vidrio- están hechos de concreto, piedras o ladrillos. Deje de practicar deportes porque tendrá la desdicha de constatar que detrás de los equipos deportivos están el grafito y la fibra de vidrio como insumos fundamentales. Vaya mar adentro y lance todos sus equipos de comunicación modernos, sus monitores y pantallas de televisión, cargadores y pilas convencionales y recargables por la sencilla razón de que en ellos encontrará sílice, cuarzo, vidrio, cableado de cobre y fósforos, entre otros minerales. Finalmente, deje de beber cervezas (algo que definitivamente afectaría a quien escribe), jugos y vinos, en razón de que su preparación requiere inevitablemente sustancias minerales.

Con la minería metálica pasa lo mismo, y todavía en forma más determinante en innumerables procesos clave de la sociedad de ayer, la de nuestros ancestros, y, con más fuerza, de la de hoy, en las que nos ha tocado vivir.

La vida moderna es impensable sin el concurso de los minerales. Para los dominicanos es prioritario aprovechar la riqueza mineral siempre que nos comprometamos con la protección razonable y responsable de la calidad del ambiente y otros valores sociales y culturales. Es importante también lo que hagamos con los excedentes o utilidades que conforman la renta minera estatal partiendo de una visión clara del camino a seguir para convertir el capital natural no renovable en un proceso de acumulación de capital humano y físico, pensando de manera comprometida y ética en las futuras generaciones.