UNO
¿Por qué los diputados peledeístas violaron tan groseramente la constitución, al aprobar el martes 3 de marzo una Ley de partidos por mayoría simple, siendo obligatoriamente una ley orgánica? ¿Qué atemoriza a un partido que quiso sorprender con una ley de regulación partidaria mostrenca y nada transparente? ¿A qué obedece el descaro de presentar una ley que no fiscaliza los recursos empleados en las campañas y en las precampañas, que no viabiliza la representación de las minorías, que deja abierta el uso de los fondos públicos y permite la captación de dinero proveniente del narcotráfico, que pasa por alto una lista detallada de donantes, que nada tiene que ver con la democracia, que no establece un régimen de consecuencias, y que después de dieciséis años de espera es casi una burla a la nación, a las esperanzas de institucionalizar una práctica social tan degradada como el ejercicio de la política en nuestro país?
Todo encaja si entendemos que el PLD es un Partido-Estado, que ha perdido el hábito de competir en igualdad de condiciones, y aspira a seguir haciendo lo que está haciendo; porque el único destino del Partido-Estado es no dejar de ser una perpetua superación de sí mismo. El sostenimiento de los niveles de dirección de ese partido se realiza con fondos estatales, y en este momento los dirigentes prorrateados en las nóminas públicas pasan de veintiocho mil militantes. Eso al margen del dominio total del poder ejecutivo, las nóminas de Ministerios y direcciones generales, la cámara de diputados y el senado (con sus “Barrilitos” y “Cofrecitos”), los ayuntamientos, todo el poder judicial, la Junta central electoral, el tribunal constitucional, etc. Ese es el punto en el que confluyen las disonancias entre el discurso y la conducta, porque inquisitorialmente en el Partido-Estado el usufructo del poder manipula la conciencia, la palabra y la vida.
DOS
En el camino de convertirse en Partido-Estado el PLD ha pulsado todos los tinglados de la manipulación ciudadana. Ha adulterado la naturaleza libre del sufragio por múltiples vías: instrumentalización de los programas sociales, empleo del presupuesto público para financiar secretamente sus actividades partidarias, asimilación y destrucción de otros partidos, compra de dirigentes y generalización del transfuguismo, uso de los organismos impositivos para neutralizar empresarios, pago y jubilaciones a intelectuales orgánicos, hipercorrupción corporativa, dictadura mediática, cooptación de periodistas, prostitución de la justicia, etc. Es contra ése telón de fondo que hay que ver el cinismo de esa Ley de partidos; en un país de fantoches, de políticos bocones y de corruptos, por el que corren ríos de ron y cerveza, orines trasnochados y lavas de esputo de sus contertulios; y en el cual el PLD ha hecho lo que le ha dado la gana.
TRES
¿Cómo es posible que en un partido cuya espina dorsal era una proclama ética, ninguno de sus viejos robles moralistas haya levantado su voz para condenar la corrupción generalizada que lo cubre? ¿No hay una brizna, un leve eco, un mínimo estremecimiento de la conciencia, que recupere las antiguas enseñanzas del Maestro, y se enfrente al frenesí desbordado de la pequeña burguesía por enriquecerse desde el poder? ¿No queda nada de aquellos fuegos de moralidad que inflamaban a Juan Bosch en la tribuna, como si su obstinación fuera un loco viaje a su propia imaginación?
Leyendo la Ley de Partidos que impusieron en la cámara de diputados, y que luego retiraron; oigo como rechina, chirría, raspa y corta el murmullo de una vida que concebía la política como un ejercicio para el bien común; porque esa Ley es un monumento erigido a la pornografía política en nuestro país, y porque lo que ésa Ley pregona está concebido para reiterar las prácticas políticas de un partido que ya no sabe competir en igualdad de condiciones, y que ha perdido toda moralidad pública cuando de defender sus privilegios se trata.
A quienes argüían la relación entre pornografía y política, pueden ver en la Ley de partido del PLD un modelo completo de arrogancia vulgar; no hay allí más que un espectáculo pornográfico, la descarada desnudez de un concepto narcisista que es la conciencia de su poder. Como si estuvieran solos en el mundo, paralizados por la visión manifiesta de su vanidad.