Donald Guerrero, un tecnócrata despiadado que funciona como Ministro de Hacienda, cuando anuncia que el país ha tomado quinientos millones de dólares más para financiar Punta Catalina, lo hace como si fuera una conquista del pueblo, un éxito del país, una oportunidad de regocijo nacional. Y luego se pavonea diciendo: “Es un indicador de la confianza de los mercados internacionales”.   Indicándonos que deberíamos marchar en las calles envueltos en la bandera nacional regocijados por una “nueva hazaña” de empréstito del gobierno. Un tecnócrata despiadado no puede tener otra lógica que no sea convertir en un trámite mediático, o en un asunto de gestión empresarial, algo que lleva aparejado el destino de millones de dominicanos que ni siquiera han nacido. Cada préstamo es un eslabón que nos inmoviliza en el espectro de la miseria perpetua.    En algún momento no tan lejano el peso de la deuda estallará, como ocurrió en Portugal, en Grecia, o en Puerto Rico; y el precario estado de bienestar de los dominicanos se irá al carajo, porque ya hace poco más de diez años que el presupuesto dominicano se equilibra con préstamos. Somos un país de musaraña, una vulnerable burbuja encampanada en la manipulación estadística, y cuando llegue el estallido ni Danilo Medina (quien ha triplicado la deuda en la misma medida que  ha aumentado la corrupción), ni Donald Guerrero sufrirán daño alguno, porque sus fortunas los blindará de la conflagración.

DOS

Hace apenas menos de un año el Banco Mundial metió el escalpelo en el tipo de crecimiento que hemos tenido en el país, produciendo un documento que deberían consultar cada cierto tiempo no solo la clase política gobernante, sino los poderes fácticos de la nación. Ese documento se llama “Cuando la prosperidad no es compartida: Los vínculos entre el crecimiento y la equidad en la República Dominicana”, y sus datos son estremecedores. Uno comprueba que es cierto que el PIB creció desde el año 2000 al 2011 casi un 50%; pero la gran mayoría de la población quedó excluida por completo de ése crecimiento. Lo que es importante apuntar es que ése crecimiento tiene como base la ascendente escala de préstamos, aunque su impacto en la movilidad social apenas llegó a un 2% de la población que pudo ascender al cambio económico. Pese al crecimiento basado en los préstamos, de los diez  millones de dominicanos, solo un poco más de 170 mil pudo escalar el peldaño más arriba de su estratificación social. Somos un país estancado en el inmovilismo, el 92% de los jóvenes que nacen en la miseria ancestral de los barrios morirán en esa misma condición de manera inexorable. Esta maldita sociedad es una trampa, y quienes nos gobiernan cierran, cada vez más, la salida de la ratonera.

TRES

¿Quién se apropió de toda esa riqueza generada para aumentar en más de un 50% el PIB?  Casi un cuatro por ciento de la clase media ha desaparecido, y éste es un dato concurrente en todos los informes de los organismos internacionales. La clase media dominicana se volatiliza, y está obligada a camuflarse, aferrada al péndulo que va de la pobreza a la depauperación. Es por eso que nuestra crisis es mayormente una crisis moral. Aguantamos la oratoria fulminante de un progreso que hemos tenido a partir de comprometer el destino de todos con los préstamos, y sin embargo naufragamos al ahondar la fosa de la desigualdad y la exclusión. Un tecnócrata despiadado como Donald Guerrero no le importa que las condiciones generales de existencia de los pobres dominicanos se agudicen con una economía cada vez más atada al pago de una deuda que no ha sido capaz de beneficiar mínimamente a la población, y cuyo pago es una gravosa carga para el país. Tanto él como Danilo Medina se han blindado, y son invulnerables, y responden solo al presente. Los préstamos comprometen el destino de todos, y son, antes que nada, la revelación inexcusable de que quienes nos dirigen han fracasado rotundamente por el alto grado de inequidad con que nos hemos desenvuelto.

CUATRO

¿Quinientos millones más para Punta Catalina?

La clara intimidación de una mentira, el arte de la corrupción convertido en intimidación colectiva. Punta Catalina será, y es, un monumento al engaño y al desafuero del poder. Sobre el hormiguero humano de la sociedad civil en nuestro país, no flamea ya ningún trapo sagrado. Vivimos el reinado de la corrupción.