“…87% de la gente es supersticiosa y el 13% restante miente.”— Dr. Tom Fernsler, alias “Míster 13”
Sobre la humanidad pesan muchas taras heredadas del pasado remoto, lacras cavernícolas que marcan nuestro presente y frenan nuestro futuro.Entre ellas se destacan muchas arraigadas creencias que van contra toda razón pero siguen condicionando nuestras decisiones y acciones diarias.
Las creencias heredadasde nuestros antepasados que persisten en contra de la razón y el análisis científicosonsupersticiones, aunque en muchos casos erróneamente lasvaloramos como pintorescastradiciones que cohesionannuestra identidad como pueblo. En todas las culturas florecen creencias que no resisten el cuestionamiento objetivo y lucen francamente disparatadas (o al menos desfasadas) a quienes observan desde fuera, pero que no son cuestionadas por los que las compartimos.
Una constante en prácticamente todas las culturas es que muchas de las supersticiones que perduran tienen que ver con la suerte, buena o mala, aunque la fórmula para evitar el mal y ser dichoso varía considerablemente de un grupo humano a otro. En este asunto de la dicha los números juegan un papel primordial en todas las sociedades letradas, y quizás también en algunas que no manejan las cifras con igual destreza. Lo curioso es que no todos atribuimos a los mismos números su inherente carácter maléfico o benéfico. Si bien el 13 tiene mala reputación en Occidente, en el Lejano Oriente no es rechazado. Por su lado los chinos, coreanos y japoneses son tetrafóbicos, porque el 4 es homófono de la palabra “muerte” en chino cantonés, y en China en particular el número 14 es en extremo azaroso.En cambio el 8 es de tan buen augurio que una aerolínea regionalpagó el equivalente a más de un cuarto de millón de dólares para comprar el derecho al uso del número telefónico 8888-8888 en la ciudad de Chengdu. El mercado de números auspiciosos en China es muy lucrativo.Al menos para los vendedores, algunos números resultan ser muy afortunados.Siempre hay un dichoso dispuesto a aprovecharse de los supersticiosos que idolatrana unos números como dioses y temen a otroscomo demonios.
En Occidente no somos observantes rigurosos de la “numerología” (aunque veneramos al mágico “Loki 7”) como son muchos de nuestros hermanos orientales que relacionan los sonidos de los números con palabras positivas o negativas, pero aventajamos por mucho a los chinos en asociar un número a un día de la semana y declararlo de mal augurio. Entre nosotros no nos ponemos de acuerdo ni siquiera en tan crucial principio como es el determinar si es martes o viernes 13 que nos amenaza con catástrofes de toda índole. Sí concordamos que cuando ese fatal día de la semana (el de nuestra particular tradición o preferencia, o ambos) de cualquier mes se acopla con el número 13, cualquier evento nefasto puede ocurrir. Y así pasa, pues por supuesto que todos los días ocurren accidentes humanos y catástrofes de la naturaleza, incluyendo los martes y los viernes 13. Curiosamente no hemos inventado saltar el 13 en el calendario cuando cae viernes para protegernos del maleficio, a pesar de que tenemos precedente: enNorteamérica se salta el número 13 en los ascensores, no así el piso 13 que convenientemente bautizamos 14 (para desgracia de los chinos que visitan el edificio).Cuando Trump gane las elecciones, quizás el ingenioso promotor de la construcción decida aplicar su talento y experiencia para modificar el calendario y estimular la economía, pues según una estimación los estadounidenses dejaron de gastar unos 800 millones de dólares en un viernes 13 reciente, al no salir de sus casas a viajar y divertirse como hacen usualmente iniciando el fin de semana.¿Pasaremos del calendario gregoriano a un calendario trumpiano en 2017 para acomodar nuestras supersticiones?
Otro importante foco de las supersticiones es la salud, con sus componentes de alimentación, higiene y sexualidad como canteras de inexplicables creencias no fundamentadas en conocimientos científicos actuales. En algunas culturas no se puede combinar o mezclar ciertos alimentos y ni siquiera utilizar los mismos utensilios para su preparación. En otras se prohíbe terminantemente el consumo de algunos comestibles básicos que son degustados sin consecuencias nefastas por los vecinos inmediatos. En el campo dominicano se advierte a los jóvenes contra el consumo de determinados alimentos porque “retrasan el desarrollo”.La damajuana es prácticamente nuestra marca-país en algunos sectores que le atribuyen efectos afrodisíacos, y con ello hacen buen negocio con criollos y extranjeros por igual.
En otro orden recordemos que antes se creía que bañarse en el mar o en el río en viernes Santo era peligroso porque el bañopodía transformar al atrevido bañista en pez. Y por el estilo había otras actividades proscritas por la tradición popular durante Semana Santa- so pena divina de consecuencias igualmente catastróficas y fantasiosas- que hoy son disfrutadas por la mayoría de la población durante la Semana Mayor sin ningún temor ni consecuencias adversas.Esas curiosas costumbres restrictivas de nuestro pasado nos parecen inexplicables, pero no por ello dejamos de tocar madera cuando las circunstancias lo exigen de acuerdo al librito (o quizás al algoritmo que tenemos programado en algún lugar recóndito del cerebro)que condiciona nuestros reflejos primarios. ¿Surgen actualmente nuevas supersticiones en la era digital que aún no reconocemos como tales porque vienen disfrazadas con el velo de la modernidad?
Una de las supersticiones más distintivas de la dominicanidad es el llamado fukú de todos sabemos quién. Un monumental faro en su honor (el fukú)-que debió ser obra panamericana con apoyo universal según su original concepción hace casi un siglo- devino en creación personal de un caudillo insular en sus postrimerías hace un cuarto de siglo. La maldición hizo que el mundo entero abdicara de su edificación como homenaje de la humanidad a quien en un momento fue idolatrado como el Descubridor, porque en el ínterin la apreciación sobre los méritos de sus hazañas había cambiado, pero sobre todo la imagen de la nación anfitriona y su gobierno no era idónea. El iluso y frustrado ingeniero-arquitecto-constructor que se creía exento del fukú al final no asistió a los eventos convocados por él mismo para la inauguración del faraónico faro en octubre 1992 en ocasión de cumplirse cinco siglos de la azarosa llegada del susodicho. Pues por coincidencia una semana antes de la infausta fecha, murió su adorada hermana Emma. En 2013 (¿no pudieron hacerlo en 2012 o 2015, por si las moscas?) un busto fue develizado en su honor por la hazaña de construir el faro en la antesala del GPS y en un país sin corriente eléctrica (recordemos que ya él estaba ciego). Al décimo tercer mes de erigido, en noviembre 2014, el busto del caudillo fue removido de la plazoleta donde había sido colocado de manera prominente a la entrada del faro monumental, y enterrado en el interior del mausoleo con los disputados restos del susodicho homenajeado original (o parte de ellos, o los de algún pariente).Y por suerte que no fue un martes ni viernes 13 que el azaroso genovés (o de donde fuera el sujeto) echó mal de ojo a estas tierras caribeñas por primera vez, aunque quizás entonces hubiesen naufragado las tres carabelas y no solo la Santa María, ahorrando mucho sufrimiento a los “descubiertos” por el aventurero.
Gracias al incansable Míster 13 (profesor de la enseñanza de las matemáticas de la Universidad de Delaware y dedicado a combatir la fobia aciertos números), y por ser racionales y objetivos, ya no tememos al 13 ni al 14, y mucho menos apostamos al 7 ni al 8. Pero en definitiva preferimos-para no mentir, por si las moscas-mantenernos alejados del fukú criollo y todo lo que le atañe, sobre todo después de conocer la malograda vida de Oscar Guau.