Al levantarme, pongo mis pies sobre esta tierra que huele a encantos y vicisitudes, tratando en alguna forma de asomarme a la realidad y cuando logró hacerlo compruebo, que en los últimos tiempos los seres humanos que habitan junto a nosotros, vienen perdiendo de vista los verdaderos valores que reposan en su tesoro interior aún no descubierto, traspasando esa ausencia consistente a las instituciones de servicios, tanto en el ámbito público como privado, ya que los mismos que dirigen estas últimas no son “crustáceos”, sino precisamente seres humanos que han perdido muchas cosas.
Ese apóstol de todos, no así de los negros, como dicen algunos, de nombre Martin Luther King, fue preciso y eterno cuando estableció: “Toda vida completa tiene tres dimensiones: longitud, latitud y altura. La longitud en la vida es el impulso interior para alcanzar los fines y ambiciones personales de cada uno. La latitud es una preocupación interior por el bienestar de los demás. La altura de la vida es la aspiración ascendente hacia Dios”. Y entonces nos preguntamos: Cuantos vivimos totalmente fuera de estas dimensiones?
¿Usted podría imaginarse “mínimamente” en qué forma “cambiaría la cosa”, si los seres humanos que dan servicios, comenzando desde los conserjes hasta las secretarias, directores, gerentes, alcaldes, jueces, fiscales, diputados, senadores, ministros y culminando con los presidentes, tomaran la decisión de centrar sus vidas en el medio de las dimensiones citadas por el apóstol?
Hemos perdido demasiado valores, los cuales a mi modo de ver las cosas deben ser “voluntarios y libremente aceptados”, atreviéndome a citar algunos de ellos: responsabilidad, felicidad de vivir, creatividad, afectividad, sexualidad, diálogo, sociabilidad y por qué no, hasta la “personalidad del profesor” se convierte en un valor.
Entiendo que para tener mejores hombres y mujeres para la vida y el servicio a los demás, debemos empezar por reorientar la educación que estamos dando a estos desde las familias y las escuelas o colegios. El ser humano debe “encontrar” quien es verdaderamente y en qué debe convertirse apasionadamente, viviendo activamente en una sociedad de intenso cambio. Si lo saturamos con destrezas, habilidades, conocimientos, entre otras cosas, podrá ser un tremendo agricultor, nadador, abogado, médico, arquitecto, pero, creo que nunca sabrá ser hombre. A propósito, Albert Einstein sobre esto nos dejó lo siguiente: “la escuela debe tener siempre como objetivo que el joven salga de ella con una personalidad armoniosa, no como un especialista”.
Estas reflexiones surgen para “buscar aire” en alguna forma, distante de mis opiniones técnicas o críticas, ya que no es posible que el hombre continúe “fuera de sí mismo”, perdiendo su auténtica “naturaleza de servir”, que no es más que el desconocimiento a la existencia de “los demás”, quienes también respiran y necesitan de nosotros en demasía, lejos de los “sorbos en un sorbete” dentro de un vaso gastado de sed.
He querido reeditar el presente artículo, motivado por los nuevos retos profesionales y de servicio que asume mi adorada esposa como mujer de bien, en el curso del plan de vida que Dios tiene diseñado para ella en esta tierra.