El cañonazo de Año Nuevo de ese año niño prometía ser memorable según la camioneta anunciadora azul, destartalada, sogas amarrando las bocinas. Un anacronismo sobre el asfalto nuevo:

"Ven tú y tu familia a disfrutar del primer año de la provincia, ven el 31 al parque a comer lechón, a beber y a bailar con la banda de música de los bomberos, ven a maravillarte con el más grande espectáculo de fuegos artificiales jamás visto en todo el cibao, todo cortesía del gobierno, ven…"

Una vez pasó a las cuatro. Yo estaba afuera comprando los panes calientes para el chocolate de la tarde y el Viejo de los Panes pasaba a las cuatro. Uno oía la campanilla de la bicicleta de canasto y podía decir:

Glorieta del Parque Duarte. Ilustración de Dulcina Abréu

—Son las cuatro.

El Viejo de los Panes dejó de sonar la campanilla. Miró el descalabro rodante. Preguntó cuántos panes queríamos como si alguna vez pudiera ser diferente, como si todavía abrigara esperanzas para las sorpresas.

—En efecto, ya somos provincia —dijo en sílabas de humo, con el cigarrillo a un lado de la boca—. Ya llegará la penicilina al hospital, ya los damnificados del ciclón David saldrán del liceo y del cementerio, ya tenemos pavimento, en efecto, ya el japonés vendió medio millón de Hondas 70 que han convertido las calles en enjambres de metal, de ruido y de furia, en efecto, ya aumentaron los diputados y senadores, en efecto, solo faltaban los fogonazos chinos de colores en el cielo para hacerlo oficial, en efecto, hasta trajeron de la capital un técnico para supervisar el estruendo, en efecto, absorbeo casus demens…

Eso fue lo único que entendí, el Viejo continuó rumiando aún después de montarse en la bicicleta. Se alejó sonando la campanilla con la intensidad de una alarma advirtiendo un cataclismo.

Ese mismo atardecer del 30 en el parque instalaban, sobre la glorieta, el equipo necesario para los fuegos artificiales mientras la banda de música de los bomberos ensayaba, adentro de la glorieta, el repertorio especial desde Beethoven a Cuco Valoy, según las palabras del primo de Moreno y Mino que tocaba la tuba. Ya al nivel de la heladería se escuchaba algo que sonaba como a la Quinta Sinfonía del Compadre Pedro Juan. Empezaba muy bien con su TA TA TA TAAA, y ahí mismo entraban los saxofones como muy rápidos y cadenciosos: Tataratatará Tarararaaara… TA TA TA TAAA… Tataratatará Tarararaaara… TA TA TA TAAA…

Mucha gente. Bicicletas. Patines. Helados. Limpiabotas. El loco tambora. Anónimos perros caquis atrás de una anónima perra negra. Cativías. Enamorados agarrados de manos. Una escalera de tablas, como de avión, permitía que subieran a la glorieta la obesidad del gobernador, la codicia del cura, la corbata del técnico, el quepis del jefe de la policía y la curiosidad de los mirones autorizados. Los ebanistas trabajaron con tablas y tubos para, en un lado, crear una superficie plana que nivelara la concavidad de la cúpula. Intenté subir y el caco negro me paró en seco. Me quedé al lado de la tuba. El director de la banda era Fidias el cojo, se fue a estudiar música para la capital y decían que se volvió loco por leer libros del comunismo y contemplar la nueva trova sobre edificios viejos de la calle El Conde, regresó con barba vestido de caqui hablando rápido entre dientes y sin nada de paciencia. Esa tarde sí parecía loco de verdad. Lo escuché maldecir al trompeta por entrar antes de tiempo y al trombón por entrar tarde. Miré la partitura de la tuba y decía algo como "Concerto No.1, in F, Polinaise." Total, él mismo fue cojeando, instrumento por instrumento, les quitó las partituras y las rompió ahí mismo. Después, como si nada, empezaron a ensayar "El Jarro Pichao".

Los hombres bajaron de la glorieta. Todos seguían al gobernador.
—Uté va tahí, si quiere, pero yo soy ei único que va a prendei to lo que eplote aquí…
—Pero señor gobernador…
—Na, na, uté como ténico contratao se asegura que te to en oiden y punto, yo puedo haceilo, ¿y hay que i a etudiai a Jaivai pa tirai una vela romana?

El gobernador y séquito caminaron hacia los árboles. Su esposa encabezaba al escuadrón guindalero del ayuntamiento. Tomaban un árbol por asalto cubriendo tronco, ramas y hojas con miles de bombillos, bolas y guirnaldas de colores. Arbolitos navideños para cíclopes. En el laurel frente al cine Libertad se desprendió uno de los guindaleros como un coco seco, así sonó. El gobernador se abrió paso a través del molote. Le ordenó al hombre que se parara, el hombre tiró un grito y se desmayó. Se lo llevaron para el hospital en la cama de una camioneta con las piernas rotas. El gobernador alzó la voz:
—Vamo a vei si ponen má cuidao, hay que teiminai eto hoy aunque amanecan, aunque se queden inválido, ¿y hay que i a etudiai a Jaivai pa subise a una mata? Oh…

Enero 10. Día de la Vieja Belén. Todavía al día de hoy los perros del pueblo no aparecen por la explosión de una hora y pico causada por los fuegos artificiales cuando el 1 de enero, exactamente a las 12:01am, empezaron a explotar todos al mismo tiempo sobre la glorieta. El cielo del parque se llenó de colores, parecía de día. Los invitados de honor subidos a la glorieta saltaron al primer Bang: el gobernador se rompió las piernas y se le quemaron los cabellos y las cejas; el cura se rompió las piernas, un brazo y la cadera; el jefe de policía se rompió las piernas y se dio un tiro en la ingle; el técnico salió ileso, estaba enamorando a la mamota hija del gobernador debajo de un laurel. De hecho, al otro día ella se fugó con él para la capital.