Raquel era una madre adolescente risueña, decidida a sobrepasar su metida de pata. Su mundo no se paró y se inscribió en un programa de reinserción escolar sabatino en CENAPEC, con una beca otorgada por la Fundación Abriendo Camino con el apoyo de la Embajada Británica.
Un viernes en la mañana, Raquel y su hermanita se fueron al salón, en el sector de La Zurza donde viven, para ponerse lindas al inicio del fin de semana. Al salir del lugar se encontraron donde no tenían que encontrarse, en medio de un tiroteo, tomadas en sándwich entre dos pandillas, en un verdadero fuego cruzado.
No les sirvió de nada tratar de agacharse. Elsa, la hermanita, cayó al suelo del cual nunca más se levantó. Raquel fue atravesada por siete balas que realizaron un itinerario de desgaste en su cuerpo juvenil. Algunas balas cruzaron y salieron, otras se quedaron. La operaron y le retiraron balas de toda la geografía de su cuerpo, dejando la última bala para una siguiente operación que nunca se dio. Raquel se acostumbró a vivir con la bala que le queda por allí, muy cerca de la columna vertebral.
Cuando la visitamos a su regreso del hospital, en casa de su mamá en los «multi» de la San Juan de la Maguana, esta señora parecía de 80 años: afanaba con la hija convaleciente, la acompañaban el dolor de la pérdida de Elsa y una balsa de nietos brincando por todos los lados.
Con fatalidad y de modo muy natural Raquel nos contó cómo entraron las balas, “una entró por aquí y salió por acá, la otra por aquí, usted ve”… Hacía sus cuentos todavía doblada luego de la operación; algo se le había dañado por la vagina y la vejiga, por donde atravesó una de las balas que salió por el muslo. Lloraba su hermanita y daba gracias a Dios por estar viva por su hija y se excusaba, ya que la vida la hacía desertora por segunda vez a pesar de su anhelo por estudiar.
Una vez de pie, con las fuerzas recobradas Raquel, con alegría y mente positiva, quiso reiniciar su escolaridad y se inscribió de nuevo en los sabatinos. A los dos meses Raquel nos anunció que estaba embarazada. Cuando el tiroteo ya lo estaba, pero ningún médico durante sus hazañas y operación de emergencia se dio cuenta del asunto. Tenía una barriga minúscula, y adentro una niña que había tragado antibióticos, anestesia y estrés de sobra. Con todo y barriga Raquel siguió en CENAPEC y alumbró de una bebé muy chiquita, pero saludable.
Ya madre e hijas estaban del otro lado, solo quedaba la bala cerca de la columna que se le había casi olvidado. Raquel es una mujer resiliente, como muchísimas heroínas desconocidas que viven en nuestros barrios, pasó sus exámenes de fin de año, decidida a seguir adelante con mas fe, ya que había dos criaturas de por medio.
Ella tenía sus planes, echar su familia hacia adelante y ser profesional, pero eso era sin contar con el machismo y la cultura de la pobreza y de la violencia que nos arropan. ¿Karma? ¿fucú? De repente Raquel desapareció, abandonó CENAPEC, no contestaba al teléfono. Después de más de un mes sin noticias su padre apareció un buen día diciendo que él venía a pedir excusa ya que su hija y sus niñas habían tenido que esconderse en un campo. Un buen día, al novio de Raquel y padre de las niñas se le subió la bilirrubina, quiso hacer su propia justicia y le pegó un tiro mortal al muchacho que había acribillado su novia y sembrado la desgracia. Matado el asesino a él lo llevaron preso. Sin contar con el hecho que el muerto era miembro de una pandilla y que esta pandilla está detrás de Raquel y sus hijitas para matarlas y vengarse.
Desgraciadamente, en la República Dominicana de hoy la realidad sobrepasa la ficción.