Los acuerdos alcanzados en la primera reunión entre el presidente Luis Abinader y su contraparte de Haití, Jovenel Moise, comunicados por el canciller Roberto Alvarez, constituyen un paso firme hacia el establecimiento de un marco de intercolaboración llamado a rendir frutos para las dos naciones que comparten la isla de Santo Domingo, por lo que merecen la más positiva ponderación.
Se requiere un gran apoyo nacional para que el gobierno se enfoque en la dirección de los acuerdos anunciados, y no queden como otra declaración de buenas intenciones, como ha ocurrido en múltiples ocasiones anteriores. Para ello será preciso una firme reactivación de la comisión bilateral reiteradas veces ratificada.
El Gobierno dominicano se ha comprometido en un cambio substancial de política frente a Haití, convencido de que la inter colaboración en el marco de las relaciones de los dos Estados, es muy conveniente para ambos, porque así como constituimos dos naciones soberanas también estamos atados para compartir un limitado espacio isleño, sin ninguna posibilidad de expansión ni modificación, que no sea por una descomunal catástrofe.
Toda la sociedad dominicana, especialmente los llamados a orientar a la ciudadanía, debería dejar atrás el discurso agraviante y el mito absolutamente infundado de la fusión de las dos naciones, porque nadie ha podido aportar una sola fuente seria o responsable de algo tan descabellado. No se conoce un solo documento o propuesta de las naciones o personas a las que frecuentemente se acusa de promoverla.
Lo que procede es buscar acuerdos beneficiosos para ambas partes, asumir que Haití tiene grandes retrasos económicos, sociales e institucionales, y tratar de ayudar a que los supere, sin estar restregándoselos en los ojos. El progreso haitiano es fundamental para reducir la presión migratoria que es común en todas las fronteras del mundo, de un país menos desarrollado, al vecino. Pero aún si no existiera esa presión, como quiera estaríamos llamados a la política del buen vecino, a la solidaridad humana.
Como ha dicho el presidente Abinader y ha sido compartido por la generalidad de la opinión pública, no hay solución dominicana para los problemas y retrasos haitianos, pero también que debemos dar ejemplo de intercolaboración para tener la calidad moral de reclamar al resto del mundo la siempre prometida ayuda al desarrollo de la primera nación independiente de América Latina, pionera en la abolición de la esclavitud, digna de mejor suerte.
La declaración conjunta es consecuencias de iniciativas dominicanas, que incluyeron una visita del canciller Alvarez a Haití, reciprocada por su homónimo, y el encuentro del fin de semana entre los dos mandatarios, que han consignado “la voluntad de continuar la colaboración en esferas prioritarias de sus respectivos países, intercambiar experiencias, especialmente en estos tiempos de pandemias, y fortalecer la cooperación y las posibles oportunidades de desarrollo”. Siempre en el marco de “respeto a la soberanía que caracterizan las relaciones entre las dos naciones”.
Los acuerdos anunciados comienzan con la ayuda para que los haitianos en el país que carezcan de documentación puedan acceder al registro civil de Haiti. De hecho esos debieran ser regresados a su país, porque no están amparados por el Registro Nacional de Inmigrantes, del que por eso quedaron excluidos. Incluyen nuevos esfuerzos para “eliminar el flujo migratorio irregular, el tráfico y la trata de personas, el flujo de armas, el narcotráfico y el robo de ganado”. Igual reforzar la seguridad y la vigilancia fronteriza y delimitar la frontera marítima.
Positivo es también el propósito de colaboración en los ámbitos de salud, y promover la ayuda internacional para la construcción de hospitales en Haití, fomentar la producción de productos biodegradables, propiciar interconexiones eléctricas y justos acuerdos comerciales, de alto interés para los exportadores dominicanos.
Despojémonos de prejuicios y demos paso a una etapa constructiva en esta isla. Es lo más conveniente e imperativo para las dos naciones.-