Milton Friedman pasa de Hong Kong a la Universidad de Glasgow, en Escocia, para enlazar lo que describió en ese pequeño territorio donde el gobierno deja a las personas tomar decisiones económicas a su propia cuenta y riesgo, con la famosa “Mano Invisible” de Adam Smith y el no menos célebre “Yo, el lápiz” de Leonard Read.

El bienestar común o general de una sociedad se puede intentar lograr con “Mano Militar”. Un grupo de hombres sabios, bien intencionados y con poder para dar órdenes y obligar a su cumplimiento, pueden decidir : a) el oficio en que cada persona está mejor ubicada de acuerdo a sus habilidades para producir bienes o servicios; b) la combinación de factores productivos y condiciones ambientales más apropiadas para que éstos salgan al  mercado con la correcta composición de precio-calidad; c) las características que debe tener todo bien o servicio para llenar razonablemente las expectativas de la gran masa de consumidores y a un precio justo o cómodo para su nivel de ingreso; y d) elegir la correcta proporción para el consumo entre bienes de manufactura local y los de origen importado, que más favorezca los intereses de la nación, la sociedad y el bienestar colectivo. 

Es un poder externo, independiente de la voluntad de los individuos, que decide a quién dar la autorización para hacer el pan de cada día; quién organizará el gremio de los que serán admitidos para ser panaderos; cuál es el tamaño, forma y precio que tendrá el pan económico para satisfacer a las mayorías; la cuota, arancel, control de calidad y meses o estación del año en que se podrán traer los extranjeros;  y determinar cuando realmente hay excedentes para permitir la venta para exportación.

En el video “La Tiranía de los Controles”, Friedman da varios ejemplos de países que, en diferentes épocas, han adoptado esa forma de organizar la economía. India, después de lograr su independencia del Reino Unido, asumió un modelo de planificación central que es, diametralmente opuesto, a lo que explica sobre Hong Kong en “El Poder del Mercado”.

En su visita a talleres, fábricas y pequeños negocios no encontró las órdenes de un grupo de iluminados para obligar a los individuos actuar de la manera conciben es mejor para el bien común.  Esos galácticos que, por ejemplo, tienen el don de predecir cuándo una apertura comercial, que devuelve a los individuos el derecho natural a intercambiar activos sobre los que tiene propiedad con extranjeros, terminará haciendo la sociedad en su conjunto más pobre.  No encontró uso del poder coactivo así en Hong Kong.  Observó que cada quién es libre para hacer con su dinero y sus habilidades lo que cree es mejor, asumiendo personalmente el beneficio o el fracaso de sus iniciativas. 

Friedman explica que dos siglos antes del éxito económico de Hong Kong, Adam Smith enseñaba que cuando las personas se dejan libres para perseguir su propio interés logran, sin proponérselo expresamente, favorecer mejor al bien común.  El carnicero, el panadero y todo aquel que produce algo que se consume en un almuerzo, explica Smith, no llevan esos bienes al mercado por solidaridad o benevolencia con los demás.  Lo hacen persiguiendo un interés personal, aumentar sus ventas y el valor de su empresa. Ahora bien, en competencia sólo se logra esto con las ventas que demuestran la satisfacción del consumidor, por ende, de la sociedad o el bien común. No hay “Manu Militari” que destruye fundamentos de una sociedad de hombres libres, es una “Mano Invisible” que permite actuar en libertad y lograr bienestar individual y colectivo.

Pero ¿cómo se coordinan esas actuaciones entre millones de seres humanos para lograr fabricar un producto? Siguiendo las señales de precios libres, tal como ocurre cuando se quiere fabricar algo tan sencillo, pero tan complejo, como un lápiz de grafito.  Friedman, siguiendo el artículo “Yo, el Lápiz” de Leonard Read, explica de dónde provienen algunas de las partes que lo componen y procesos en los que se llegó a una en particular: la madera cortada de un árbol, que necesito una sierra que, a su vez, necesito de acero; grafito de alguna mina en América del Sur; la borra, de un árbol de caucho en Malasia. 

“Literalmente miles de personas colaboraron para fabricar el lápiz, gente que no habla el mismo idioma, que practican religiones diferentes, que pudieran odiarse si se conocieran. Cuando usted va a la tienda y compra este lápiz está intercambiando unos pocos minutos de su tiempo por unos pocos segundos del tiempo de todos esos miles de personas. ¿Qué los unió y los indujo a cooperar para fabricarlo? No había ningún comisario enviando oficios o dando órdenes de alguna oficina central. Fue la magia del sistema de precios. La operación impersonal de los precios fue que logró la cooperación para se pueda comprar en una tienda por una suma insignificante de dinero. De ahí que la función de los mercados libres es tan esencial. No sólo para promover la eficiencia del producto, también para fomentar la armonía y la paz entre los pueblos del mundo.”

En honor a Leonard Read aquí en Acento escribí “Yo, el lápiz comunista”, buscando describir lo que hacen los intendentes de producción y bienestar social de Cuba y Venezuela, países donde deben estar con producción racionada y con cuota de reposición cuando el casquillo de metal colapsa en la yema de los dedos.