Suele pasar que durante el llamado “mes de la patria” se exacerbe el sentimiento pseudonacionalista y patriotero a través de campañas mediáticas diseñadas y difundidas por entelequias como la Fuerza Nacional Progresista (o más bien Farsa Nacional Progresiva), el Partido Quisqueyano Demócrata Cristiano (PQDC) y demás sectores sanguijuelas que “defienden” la república y “los valores dominicanos” de la temible “invasión pacífica” de un Estado fallido. Todo ello con falso patriotismo y la promoción del odio y la intolerancia.

Ya en 2013 escribía sobre estos falsos patriotas y como el tema migratorio es sumamente cíclico pues sale a flote como distracción de los problemas que verdaderamente nos afectan. Este año lo que marca la diferencia es lo acontecido en Pedernales, que lamentablemente no es una rareza dado que no se trata de la primera vez que turbas arremeten contra nacionales haitianos, poniendo en riesgo sus vidas y destruyendo sus pertenencias.

El tema de Pedernales no solo es que se trata de un grupo de ciudadanos dominicanos que intentaron organizar una represalia xenófoba contra los migrantes haitianos en ese municipio sino también el nivel de aceptación que ha recibido esta acción en los medios de comunicación y sobre todo en las redes sociales. Y por si fuera poco, este asunto ha mostrado la ausencia total de un liderazgo político que condene enérgicamente dicha situación y combata la perorata patriotera.

Lo acontecido en Pedernales nuevamente ha dejado al desnudo a toda la clase política frente al tema migratorio y el discurso de odio que, tristemente, está comenzando a tener arraigo en una parte de la sociedad. En lugar de proponer soluciones efectivas y hacer un llamado al respeto de los derechos fundamentales de los migrantes, la clase política se ha montado en ese odioso tren por simple cálculo electorero. Esto explica, en parte, como el nieto de Trujillo con toda su apología a la dictadura de su abuelo tenga un mínimo de aceptación posible.

Sin embargo, lo cierto es que el tema migratorio no es una hecatombe ni tampoco hay una “invasión” ni una amenaza a los falsos valores dominicanos. Lo que sí hay es una irresponsabilidad del gobierno al mantener como política migratoria el desorden fronterizo y así favorecer a una parte de la elite empresarial que se beneficia de la explotación de los trabajadores migrantes en sus empresas.

El discurso vigente sobre la inmigración lo único que hace es ocultar el histórico abandono de las provincias fronterizas por parte de todos los gobiernos y su consecuente pobreza, la trata de personas en la frontera fomentada por una parte del empresariado y las deplorables condiciones laborales de los trabajadores tanto nacionales como inmigrantes en el área de la construcción y las actividades agrícolas.

El Estado está obligado a garantizar y hacer efectivo los derechos fundamentales de todas las personas sin importar su estatus migratorio. Por ello, en lugar de mantener la política migratoria de expulsión de dominicanos al exterior y la entrada irregular de personas al país, se hace urgente un nuevo marco normativo que permita instituir una política migratoria basada en el respeto de los derechos fundamentales y que permita agilizar el proceso de formalización en el país.

Además, el plan de regularización de extranjeros debe ser profundizado y simplificado, de manera tal que las miles de personas que desde hace años residen y trabajan en el país puedan tener un estatus migratorio regular que les permita cotizar en la seguridad social, tener salarios dignos y tengan la posibilidad de hacer negocios que finalmente redundan en pago de más impuestos que nutrirán las finanzas públicas y contribuirán al crecimiento de la economía formal.

El nuevo marco normativo migratorio debe sancionar fuertemente a las empresas por no cumplir con la obligación de regularizar a sus trabajadores para hacer efectivos sus derechos a la seguridad social como establece el artículo 60 de la Constitución, en lugar del enfoque actual basado en el número de empleados nacionales y extranjeros.

Hay que frenar el discurso de odio y división que los sectores más retrógrados y dañinos del país quieren imponer para seguir beneficiándose del status quo, con otro discurso que construya puentes y acercamientos denunciando el sistema de desigualdad, pobreza y corrupción que se oculta detrás de la “defensa de los valores patrios” por parte esos grupos.