famHace unos días estuve visitando tres de los programas que Fray José María Guerrero ha logrado promover en el barrio El Caliche, de Villa Duarte, donde reside junto a otros religiosos de su orden. Tres humildes viviendas cercanas a la entrada del sector han sido transformadas para dar servicios gratuitos de agua en botellón, comida y medicinas a la comunidad.
Unas trescientas familias reciben al mes dos botellones de agua gracias a una alianza entre la compañía Planeta Azul, un sacerdote misionero que visitó el sector con jóvenes de Estados Unidos y la celosa administración de una voluntaria residente en el barrio. Todos los meses los religiosos transfieren a la empresa de agua dinero para cubrir el costo de 600 botellones que son entregados en el local que ésta recomendó y ayudó adecuar para cumplir con sus estándares de higiene y calidad. Los recibe una voluntaria aprobada y respetada por los residentes que cumple con lo acordado: entregar a cada familia el botellón quincenal que hasta ahora cubre el programa y verificar que el que se retorne esté en buen estado. En esto me cuentan que lo hace con la autoridad y persuasión necesaria para que el programa sea sostenible. Se entrega el nuevo lleno, pero no hay perdón o indulgencia por botellón defectuoso. Ella escucha con paciencia y solidaridad el evento, generalmente tragicómico, que provocó el daño, pero con el cuaderno abierto donde apunta plazo y pago razonable para cubrir el costo de reponerlo.
Hice este recorrido acompañando a Maribel Bautista, mi prima que con su esposo Francisco Peña son de los voluntarios que apoyan a Fray José en estas iniciativas, y José Ramón Pérez López, amigo de la pareja que en New York trabaja para la oficina del Senador José M. Serrano. En sus funciones como enlace comunitario en el Distrito 29, José Ramón tiene oportunidad de estar en contacto y participar en programas similares a los que tienen lugar en El Caliche. Antes de llegar a esa ciudad también lo hizo en Bolivia, trabajando con comunidades indígenas, y en Brasil, donde fue Director Espiritual en un hospital de una de sus regiones más pobres. En una pequeña casa convertida en cocina y almacén de provisiones, encuentra un ejemplo más de solidaridad con fundamentos cristianos.
Niños entre 4 y 12 años, previamente registrados con sus actas de nacimiento, reciben diariamente gratis una ración de comida. Ellos o sus padres se dirigen a la galería de la casita, saludan con cortesía y dan un código de letra y número que identifica su cantina. Al inicio del programa se usaban las letras A o B, diferenciando la tanda en que el niño asistía a escuela o colegio, y el número que éste memoriza para solicitar la suya. En ese entonces, la logística para preparar y distribuir 100 raciones de comida era bastante manejable para el espacio y el número de voluntarios. Se empezaba a cocinar a las 8 de la mañana, al mediodía la comida estaba lista y servida en las cantinas numeradas. Hoy se atiende a 300 niños, no hay hornilla ociosa en sala que ahora es cocina principal y todas se prenden a las cinco de la madrugada, porque almuerzo que no es a las doce no es almuerzo. A la hora de repartir las cantinas, todos los días se da el milagro de ver dos brazos trabajar como tentáculos de pulpo para entregar con rapidez que asombra. Sin embargo, Maribel me explica que hacen falta más voluntarios para esa etapa crítica de distribución, así como para organizar y apoyar administración de las provisiones o conseguir más donaciones de arroz, aceite, carnes y otros alimentos.
Antes de pasar al dispensario médico, visitamos la humilde casa en que residen estos frailes que tienen voto de pobreza y El Sagrario para adoración perpetua que tienen en el medio del barrio. La puerta de la casa de los frailes funciona como aquella que a Jean Valjean se le olvidó tocar para encontrar consuelo al suplicio de su “libertad con pasaporte amarillo y viaje con itinerario forzoso”. En los minutos que estuvimos por teléfono, un fraile orientaba y consolaba a una señora estafada en la firma de recibo reconociendo deuda y vecinos tocaban para solicitar oraciones por un enfermo o la forma de conseguirle una ayuda especial. Magra bodega en cosas materiales, pero góndolas de Súper con abundancia de buenos consejos y orientación adecuada gratuita.
El Sagrario está en el segundo piso de otra casa y se sube por una escalera de caracol desde la misma calle de tierra. Entra todo el que quiere tener un espacio individual para en silencio alabar, orar, meditar o hablar al Espíritu Santo, tal como profesa la fe católica. Un espacio que en otras parroquias generalmente está climatizado y cerrado para facilitar la concentración, aquí está con pequeño KDK giratorio y ventanas de par en par que dejan entrar el pregón de la guagüita compra hierros o la pegajosa bachata de moda. Maribel y José Ramón, que llevan años en este gratificante ritual, me cuentan que eso no importa, que "la señal" llega igual que si se estuviera enclaustrado en monasterio. ¡Aleluya!, pensé mientras caminamos al encuentro con la Doctora Vanessa Perdomo, responsable principal de los programas comunitarios de Fray José en El Caliche.
Desde hace cuatro años, después de jubilarse como profesional de la medicina, Vanessa está dedicada a tiempo completo a estas actividades sociales. El primer proyecto fue la adecuación de la casita en que se cocina y distribuyen los alimentos a los niños, donde para todo se usa agua potable Planeta Azul que reciben de donación de esa empresa. Luego de estar éste encaminado, el Fray le pidió encargarse de agrupar los esfuerzos de operativos médicos y donaciones de medicamentos que cada vez se hacían con más frecuencia. Así lo hizo y ahora hay otra casa humilde convertida en dispensario para entregar medicinas a personas del barrio que las soliciten con recetas. Con sus contactos con colegas doctores, ella consigue muestras gratis que se combinan para llegar a la dosis indicada en un tratamiento. Para ese proceso, clasificar las medicinas y organizar los anaqueles para distribución más rápida, Vanessa quiere que vengan más voluntarios, tarea que debe ser sencilla considerando la cifra conservadora de un millón y pico de amigos que tiene Fray José.
Se ha incursionado también en la formación técnica con el apoyo de INFOTEP. Cursos de auxiliar de farmacia, de belleza y cuidado personal, como poner uñas acrílicas y extensiones de pelo, han permitido a participantes conseguir trabajo o ejercer por cuenta propia el oficio. Hay demanda para cursos de barbería y taller de costura, pero hay requisitos de contar con un local adecuado y, en el caso del taller, con máquinas de coser propias de quienes recibirán el entrenamiento. La trágica muerte del Alcalde Juan de los Santos dejó inconclusas diligencias para que el Ayuntamiento les donara un local de su propiedad que ha estado cerrado y sin uso por un largo tiempo. Se están reactivando esos contactos para ver si ya se transfiere para servir los planes de educación técnica de los residentes de El Caliche.
El pasado diciembre, Fray José lanzó una iniciativa para recaudar fondos y mejorar las condiciones de la vivienda en el sector, obra ambiciosa en que también solicita ideas para su ejecución más efectiva a favor de la comunidad. Antes de poner un block se entiende que hay muchas cosas que armonizar y evaluar tales como el tema de la propiedad de la tierra y de las unidades habitacionales actuales, la situación de los alquileres y las opciones que se pueden abrir a los residentes para adquirir viviendas de bajo costo con las facilidades actuales que se ofrecen por el gobierno y el sector privado. Una próxima entrega se basará en la conversación que sostendremos con Fray José María Guerrero y el Ing. Francisco Antonio Peña Domínguez, quien tiene planteamientos interesantes sobre esta nueva iniciativa social del solidario hombre de Dios de El Caliche, Villa Duarte.