El acto de lectura de la poesía nos conduce hoy a un conocimiento, tratamiento, movilidad verbal y recepción plural de los signos de la lengua en un sentido expresivo, estético y a su vez participativo, contextual que por lo mismo produce un placer de la lectura. Leer la poesía hoy implica una interiorización del lenguaje y de los signos poéticos en contexto y función. El uso poético de la lengua  produce sus efectos no solamente en el hablar (abierto, modal y estetizado), sino también en su pronunciamiento individual que sugiere mediante el ritmo la expresividad, el contenido sustantivo de la poesía y la doble forma confluyente del lenguaje poético.

Leer la poesía hoy es un acto individual, comunicativo, significativo, pulsional e integrador que permite la condición manifestativa entre lector y poeta, pero también el juego verbal entre la vocalidad del intérprete de la cultura y sus emisores activos. La poesía como conjunción y sustancia del lenguaje verbal pronuncia el sentido emocional y sensorial del sujeto hablante, que, mediante la tensión creada entre ritmo y sustancia interior, hace posible la textualidad poética y los mensajes que involucra la relación entre poesía y lector. La poesía es acto y visión del lenguaje, pues las palabras y los silencios co-actúan y se movilizan en la comunicación poética. Un ejemplo de coactuación poética se observa en la lectura del siguiente poema de Franklin Mieses Burgos:

“Cuando la rosa muere

deja un hueco en el aire

que no lo llena nada:

ni el eco que sepulta

su desolado rostro

herido en otra arena;

ni la luz que va sola

en río transparente

hecho por serafines;

ni la sombra que es ala

de un pájaro de nieblas

nacido sobre el viento.

Cuando la rosa muere

deja un hueco en el aire

que no lo llena nadie;

sólo el llanto lo anega

con sus blancas estatuas

de sal petrificada,

con sus astros caídos

y sus nubes viajeras;

sólo el llanto lo anega

en estrellas pequeñas.

Cuando la rosa muere

deja un hueco en el aire,

una grieta sin fondo

donde la muerte enciende

sus lámparas oscuras.

Cuando la rosa muere

deja un hueco en el aire

-redondo como un nido-

para acunar tu pena”.

(p. 164)

El texto se puede leer bajo la siguiente referencia bibliográfica: Franklin Mieses Burgos: Clima de eternidad (Eds. Universidad Católica Madre y Maestra, Santiago de los Caballeros, República Dominicana, 1986, 340 págs.)

La rosa de Franklin Mieses Burgos es un símbolo cósmico y amoroso que se percibe a todo lo largo de su obra como huella y viaducto del ritmo temático de su poesía. El poeta nos muestra mediante la rosa el claro nacer y el oscuro morir en tiempos de interpretación y orden que sólo pueden ser percibidos en la lectura atenta y solitaria, pues el orden de la poesía se desnuda para reconocer la claridad mediante los signos expresivos y las unidades rítmicas. Este reconocimiento de la forma y la sustancia se particulariza en un orden espiritual evocador, donde el poeta se agita en sus canciones para mostrar que el mundo es mundo por la presencia de la rosa, única, simbólica y total.

Así, el poeta Franklin Mieses Burgos  observa e interioriza la rosa como uno de los grandes misterios del mundo y la belleza; pues la rosa es mítica, mística y sublime, la rosa delira, es luz, circular, palabra iluminada, soledad viva, “herida abierta y desangrándose en el aire, como se puede leer en el soneto Rosa en vigilia:

“Rosa en vigilia que delira en vano

desde el alto silencio de su orilla.

Aurora vegetal que maravilla

más cerca de lo azul que de lo humano.

Rojo fanal en la delgada mano

Del tallo que sostiene la sencilla

luz que prende su sol, en la semilla

oscura de su hondo meridiano.

Para ti la palabra iluminada

por donde alza plástica la vida

su soledad más viva y perfumada.

Ninguna forma igual a tu desgaire;

para ser como tú, sólo una herida

abierta y desangrándose en el aire”.

                                                        (p. 153)