El sábado se llenó de gris  con la partida de Franklin Franco.

A los quienes tuvimos la oportunidad de conocerle de cerca, junto a  su familia, nos resulta doloroso aceptar que este ser de excepcionales  condiciones humanas  y sobrada brillantez intelectual nos haya abandonado para siempre.

Es como si nos dejara casi en la  orfandad, en  momentos en que el país necesita de  hombres capaces de entender que vivir tiene un propósito, otro por encima de estas pequeñeces que nos arropan y estas mezquindades que destilamos,  que suelen alejarnos de la reflexión del vivir para qué y por qué.

Algo que Franklin Franco  parece haber tenido claro toda su vida, mientras se fraguaba  dentro de la lucha  por sus ideales políticos,  que mantuvo frescos hasta el final.

Su vida esta ahí, cual  legado a las generaciones futuras, dejándonos una estela de coherencia, seriedad y sencillez para recordarle abuelo,  padre,  esposo,  amigo, pero sobre todo por su trayectoria  como intelectual y académico comprometido.

Como lo demuestra  su   productividad al servicio de su pueblo y de una sociedad que se viene despoblando de hombres de valía.

Extrañaremos  a Franklin  Franco, por su seriedad, por  sus  frases cortas plenas de simbologías que remiten a  solidaridad y respeto por el otro, pero sobre todo por la dimensión humanística que lo vistió de luz durante su vida.