Los escritores son, a veces, como capas de cebolla. Parecen habitar escondidos entre volúmenes de libros, perdidos entre sus páginas, hasta que llega alguien que nos los entrega como una maravillosa flor encontrada en el desierto.   En el año mil novecientos ochenta y cuatro yo desconocía por completo la existencia de un pensador de la talla de Isaiah Berlin. Para mí había vivido oculto, al menos hasta ese momento, en la más profunda piel de la cebolla. Y sería a través de  un hermoso artículo, escrito por Mario Vargas Llosa "La dama entre las fieras", cuando finalmente iba a aparecer ante mis ojos, dejando para siempre atrás el anonimato. El citado artículo describe la reunión de un grupo de intelectuales con Margaret Thatcher, con el fin último no solo de conversar acerca de cuestiones de política general sino para abordar, entre otros temas, el papel que podrían  llegar a jugar los intelectuales en la dirección de un Estado. Vargas Llosa,  por encima incluso del enorme interés que  suscitó en él su encuentro con la Primera Ministra Thatcher,  se sintió profundamente agradecido por la oportunidad de coincidir con el profesor Berlin, de quien relata, a modo de anécdota, que llegó y se fue a pie como dejó reflejado en su crónica. Después de la lectura de ese escrito, mi curiosidad sobre el pensador británico se convirtió en una búsqueda incesante, en mi necesidad por adentrarme en su conocimiento, hasta que di con una colección de sus ensayos. Entre ellos encontré, a mi modo de ver, uno básico para todo aquel que desee comprender el mundo de la política.  "Juicio político" constituye un breve y lúcido escrito en el que el autor destaca las características de los políticos exitosos frente a las de aquellos que no lo son. Señala, entre los que forman parte del primer grupo, una innegable capacidad de síntesis que les permite captar  los detalles, por pequeños que sean, de todo cuanto acontece en cualquier  evento, sin  importar la velocidad con que vuelen las termitas frente a su retina. Según sus palabras éste tipo de estadistas sabe, casi de manera instintiva, clasificar y elegir el mejor camino, el más adecuado en su estrategia personal.

Mucho tiempo después de este primer acercamiento a algunas de sus obras, llegó a mis manos otro de sus libros que recoge sus vivencias con distintos personajes del siglo pasado. Por sus páginas desfilan  individuos variopintos y de enorme talla como Winston Churchill, Aldoux Huxley, Chaim Weizmann, J.L. Austin o Franklin Delano Roosevelt.   Considero y más en este momento concreto, de especial interés su ensayo sobre Roosevelt,  sobre todo teniendo en cuenta la actual coyuntura que vivimos a nivel mundial con la pandemia de la Covid19 y el estado generalizado de desesperanza que ha calado profundamente en el mundo ante una situación que se contempla casi inmanejable desde los diferentes Estados. Una coyuntura que puede recordar, si bien su origen es diferente, a la enorme depresión que asoló a tanta gente en la década de los años treinta del siglo anterior  y que fue manejada por el hombre que dirigió con enorme brillantez el destino de los Estados Unidos en aquel momento. El desaliento se había instalado con fuerza en una población que no veía posibilidad alguna de salir adelante. La  juventud norteamericana había extraviado el norte, el derrumbe de Wall Street dio al traste con la economía y el país entero sentía que en algún lugar se había perdido la brújula capaz de llevar a puerto seguro a sus ciudadanos.

Se precisaba, ante semejante caos que amenazaba con llevar a todo una nación al desastre, un individuo dotado de unas condiciones excepcionales. Alguien capaz de generar respuestas nuevas, un visionario adornado de la valentía y de la tozudez necesaria que permitiera enrumbar el barco en medio del mar encrespado. Roosevelt representaba "esa válvula de escape". Para ello y para enfrentarse a una sociedad paralizada por el miedo y que necesitaba con urgencia de un líder, se rodeó de "profesores universitarios, periodistas, amigos personales, personas independientes de uno y otro tipo, intelectuales, ideólogos cuyo aspecto y método de administración o de elaboración de políticas irritaban a los servidores de las instituciones gubernamentales establecidas y a todo tipo de conservadores metódicos". Afirma Berlin que las relaciones que se establecieron entre su cuerpo de colaboradores, más que institucionales y burocráticas, fueron personales, lo que llegó a generar una vitalidad contagiosa en su gobierno. De acuerdo a Isaiah, Roosevelt fue por encima de todo un individuo absolutamente intrépido, "uno de los pocos estadistas del siglo XX, o de cualquier otro siglo, que parecía no tener ningún temor al futuro" y fueron estas cualidades las que reunieron, alrededor de su persona, a los más variados hombres de condiciones únicas e insospechadas. Por último el profesor Berlin destaca. "…el mayor servicio de Roosevelt a la humanidad (…) consiste en el hecho de haber mostrado que es posible ser políticamente eficiente y a la vez benévolo y humano: que la feroz propaganda de izquierda y derecha de los treinta, según la cual la conquista y retención del poder político no son compatibles con cualidades humanas". Con esta cita cierro y dejo en el ánimo de los lectores su derecho a leer entre líneas.