El mundo vive tiempos revueltos. La confusión se enseñorea sobre la humanidad. Guerras fratricidas, ataques terroristas en el corazón de la civilización occidental, sumados a los que a diario sufren otras naciones menos visibles a los ojos de los medios de comunicación que controlan el monopolio informativo. La desconfianza en los liderazgos mundiales sacude a muchas sociedades. Las oleadas migratorias en diversas zonas de Europa causan estupor, rechazo y escasa solidaridad. Los ricos se atrincheran en sus burbujas y los marginales luchan a muerte para encontrar un nicho en el cual sobrevivir. Los discursos xenófobos se multiplican. Los inmigrantes son acusados de ser responsables de todos los problemas económicos, sociales, medioambientales y sanitarios de los países opulentos e incluso de los países con economías en desarrollo.

Cómo los republicanos crearon su Frankenstein

La novela escrita por la inglesa  Marie Shelley narra la historia de Víctor Frankenstein, un joven suizo, estudiante de medicina en Ingolstadt, obsesionado por conocer "los secretos del cielo y la tierra". En su afán por desentrañar "la misteriosa alma del hombre", Víctor crea un cuerpo a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados. El experimento concluye con éxito cuando Frankenstein, rodeado de sus instrumentos, infunde una chispa eléctrica de vida al monstruoso cuerpo, que mide 2,44 metros de estatura.

Víctor Frankenstein comprende en ese momento el horror que ha creado, rechaza con espanto el resultado de su experimento y huye de su laboratorio. Al volver a él, el monstruo ha desaparecido y él cree que todo ha concluido. Pero la sombra de su pecado le persigue: el monstruo, tras huir del laboratorio, siente el rechazo de la humanidad y despiertan en él el odio y la sed de venganza. Y persigue a su creador por todas partes, hasta en sus sueños.

Cuando Estados Unidos vivía el furor de la campaña para elegir al sustituto de George W. Busch en el año 2008, una serie de acontecimientos se conjugaron para que el primer negro, por demás con nombre de terrorista musulmán, accediera a la Casa Blanca. Aquellos acontecimientos estuvieron estrechamente ligados al pinchón que recibió la burbuja inmobiliaria, que arrastró entre sus garras a bancos de inversión, aseguradoras con capitales inmensos, situaciones que pusieron al desnudo muchas de las tropelías cotidianas del mundo financiero internacional.

Tras asumir Barack Obama el poder en enero de 2009 tuvo que hacer frente a la debacle económica que había heredado, interviniendo bancos, socorriendo empresas vitales para la economía. Al mismo tiempo intentó poner en marcha una serie de reformas prometidas durante su campaña electoral. La más relevante de todas era la del sector salud, que debía concluir con un sistema de salud de cobertura universal. Desde un principio encontró una dura y asfixiante resistencia de las grandes corporaciones del negocio de los seguros y de las farmacéuticas, y sus lobistas instalados cerca del congreso movieron sus palancas para bloquear el proyecto. Dentro de su propio partido tuvo que flexibilizar una serie de elementos que desdibujaron la reforma que al fin pudo pasar como ley.

A partir de ahí los republicanos iniciaron una feroz campaña de descrédito en contra de Obama y sus políticas. En medio de la intervención del gobierno en el rescate de una economía deprimida y con la reforma al sistema de salud como telón de fondo toma protagonismo el Tea Party, que agrupaba a los republicanos de línea dura, a los ultraderechistas más conservadores, a los más vociferantes opositores a la inmigración. Fueron días de gloria para el aquelarre republicano.

De allí surgieron figuras estelares del nuevo republicanismo, como Marco Rubio, Ryan Paul y la inolvidable Sarah Palin. Incluso Marco Rubio fue asumido como candidato a senador federal por el Tea Party. Y fue electo.

Donald Trump entra al reality 

Cuando hace aproximadamente un año Donald Trump anunció que aspiraría a la nominación presidencial por el partido republicano todos rieron de manera socarrona; los medios de comunicación se mostraron muy afables con el magnate de los bienes raíces porque coligieron, correctamente, que con él obtendrían muy buen material para entretener a la audiencia. Y nadie lo tomó en serio.

Los primeros pasos dados por Trump estuvieran claramente dirigidos a posicionarse como un hombre de línea dura. De ahí su declaración en contra de los mexicanos; de ahí su esperpéntica propuesta de prohibir la entrada a Estados Unidos a los musulmanes, sin importar de donde viniesen. En ese mismo tenor prometió erigir un muro en la frontera con México. Nada nuevo. Solo que en esta ocasión el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, obligaría al gobierno mexicano a financiar la valla fronteriza. Todo un poema que enamoró los oídos de muchos estadounidenses que ven a los inmigrantes como amenaza. Y su slogan no podía ser más tentador: Hacer grande a América otra vez.

Al paso de los días llegó la preocupación al seno del partido republicano al comprobar, con más estupor que sorpresa, que lo de Donald Trump iba en serio, que no era un proyecto efímero sino todo un terremoto político que sacudía las costas del territorio nacional. Y se reunieron en cónclaves y compartieron lloros y reprimendas. Se acusaban entre ellos por el derrotero que habían tomado los acontecimientos. Y acordaron cerrarle el paso. Por eso, en momentos muy importantes en la contienda interna, el último candidato republicano a la presidencia por el partido, Mitt Rommey, intentó descalificar a Trump, acusándolo de no representar los auténticos valores del republicanismo. Y nada detenía a Trump. Unos meses después ya Donald Trump, contra todo pronóstico, era el candidato virtual del partido.

Lo que les aconteció a los republicanos se parece mucho a lo que le ocurrió a Víctor Frankenstein: crearon un monstruo y luego no supieron cómo detenerlo. Porque si hay algo cierto en toda esta tragicomedia americana es que Trump es producto del discurso radical del ala más cavernaria del partido republicano. Ellos sentaron las bases para que el extremismo populista echara raíces en una población que se resiste a acatar los mandatos de los nuevos tiempos, que no acepta el flujo natural del marginado hacia los lugares de supervivencia; que se resiste a convivir con una claque que les ayuda a crear riquezas, pero a la que no quiere reconocer ningún derecho.

Una de las grandes víctimas de ese Frankenstein creado por ellos mismos fue Marco Rubio, a quien Trump obligó a retirarse de la contienda interna tras darle una paliza en las primarias de la Florida, de donde el legislador es representante.

Es posible, pero poco probable que Donald Trump gane las elecciones en noviembre. En Estados Unidos las elecciones se deciden en un grupo de estados llamados claves, en donde las minorías juegan un papel preponderanre. Y Trump no gusta  a las minorías.

A Donald Trump debemos agradecerle que le haya arruinado la carrera política al favorito del stablisment republicano, el señor Jeb Busch, cuyo apellido en sí mismo encierra una terrible amenaza.

Aunque Donald Trump no gane en noviembre, su discurso, su populismo bien calculado, su extravagancia y su radicalismo, que busca congraciarse con los votantes más atemorizados, habrán echado raíces. Primero el discurso, luego sus frutos. Si no, pregúntenles a los ingleses y su Brexit.