F ue fácil ajustar tu M82. El momento se acerca. Aparecerá ante ti. Sonríe: no serás otro fracaso. Por la barba lo reconocerás, dijeron.
I rás a lo seguro. Será más fácil que lo de Dallas, en 1963. Harás historia. Tienes la Cruz de Púrpura por Khe Sang. Y la medalla de honor por lo de África.
D e seguro que lo harás mejor que el de Memphis, Tennessee. Aunque el sudor te baña todo el cuerpo. Estás nervioso. Ya llega el hombre. ¡Es él! Pero… ¿qué pasa? No es un hombre.
E s una montaña, una pirámide, una inmensidad. Los Andes, Teotihuacan, Machu Pichu.
¡L as manos! ¡No las sientes! ¿Tus dedos? Estás helado. ¡Mojado! Y ya el hombre se va. Se fue. Fracasaste, cabrón. Y no porque te cagaste en los pantalones, sino porque, a pesar de todas tus medallas, no tuviste cojones, ¡coño! para matar al más grande de América.