Su padre lo envía a estudiar a Columbia University. Lo acompaña su hermano Pedro Henríquez Ureña

Al año siguiente del lamentable suceso, Francisco Noel, llevado por su padre, viaja a los Estados Unidos de América, específicamente a la ciudad de New York, con el propósito de, junto a su hermano Pedro, iniciar los estudios del idioma inglés, lo cual Francisco Henríquez y Carvajal, interesado por la formación de sus hijos, consideraba algo de suma importancia. Luego, Max se les uniría.

Efectivamente, el día 17 de enero de 1901 Francisco Henríquez y Carvajal se embarca en el vapor Julia, en misión oficial, pero Con el propósito de continuar estudiando en Nueva York, van con él sus hijos Francisco Noel y Pedro.7 Estudiarían inglés en Columbia University, en Manhattan. Fran, en carta fechada en La Habana el 25 de febrero de 1946, apelando a su brillante memoria —tenía 64 años de edad— le narra la travesía a su hermano Max:

«En 1901, en viaje de Santo Domingo a New York, vía Puerto Rico, llegamos a Ponce el 18 de enero, a bordo del vapor Julia, que iba al mando de su Capitán José María Cabeza de Vaca, que lucía en aquel tiempo sus grandes barbas, famosas en las Antillas. Al siguiente día 19, de madrugada, salimos en coches para San Juan, adonde llegamos el mismo día a eso de las 9 de la noche. A pesar de que la carretera estaba en buen estado, de que los caballos eran buenos y hubo relevos en varios lugares del trayecto, se requirieron unas 18 horas para el viaje. Con papá íbamos Pedro y yo; y Andrés Julio Aybar; y en el mismo viaje iba nuestro primo Enrique Henríquez con su hijo Enrique Apolinar. Salimos de San Juan de Puerto Rico para New York en el vapor San Juan, de la New York and Porto Rico Line, buque de sólida construcción de acero aunque de pequeño porte, de unas 3 ó 4 mil toneladas si mal no recuerdo. Nuestra salida fue el 24 de enero, y de algo valió la sólida construcción del buque, porque apenas dos días después de la salida nos sorprendió uno de los peores huracanes del Atlántico del Norte, que estuvo a punto de hacer desaparecer el barco con todos los que íbamos a bordo. No había entonces a bordo de los buques telegrafía sin hilos, y las posibilidades de un salvamento en medio de aquel gigantesco oleaje eran nulas. Hubo dos días en que el buque, con arreglo a las indicaciones de los aparatos de medir la marcha, sólo pudo anotarse un recorrido de 90 millas el primer día y 120 millas el segundo, en las 24 horas.

Muelle del Rio Ozama en la ciudad de Santo Domingo. De aquí parten hacia New York Francisco Henríquez y Carvajal y sus hijos Francisco Noel y Pedro en enero de 1901.

El viaje del San Juan, de Puerto Rico a New York, en circunstancias normales, debió haber durado solamente 6 días, pero esa vez se requirieron casi 10 días, pues no entramos en New York sino el 2 de febrero de 1901, en horas de la mañana».8

New York en 1901 a la llegada de los hermanos Francisco Noel y Pedro Henríquez Ureña acompañados de su padre. Este es el Barrio Bowery de Manhattan.

Noel es llevado por su padre a vivir a Cuba, junto a su hermano Pedro

En enero de 1904 el ilustre padre visitaría a sus dos hijos en la gran urbe y con ellos dos regresa a Cuba en el mes de abril de ese año y les gestiona trabajo, en La Habana, como empleados de la casa comercial de Silveira y Compañía.9

La Habana, Cuba. Muelle de San Francisco en 1904 a la llegada de Francisco Henríquez y Carvajal y sus hijos Francisco Noel y Pedro.
La Habana, Cuba. Calle Obispo en 1904.

Casi toda la vida de Fran transcurriría en Cuba, donde casó con María del Valle y de Armas, con quien no procreó hijos, por lo que no dejó descendencia. Regresaría a su país en 1932 —según nos informara su sobrina Ena Rosa Henríquez Portuondo— contratado por el Gobierno Dominicano como técnico en materia de seguros para participar en la organización de la compañía de seguros San Rafael, C. x A., creada el 16 de septiembre del citado año. Vino al país

«…junto con otro cubano y un hermano de Julio Ortega Frier […]. Aquel grupo, lidereado por Estrella Ureña, creyó que podía enderezar el curso de la política de Trujillo hacia un proyecto liberal positivista en el cual ellos pudieran tener cabida. Rápidamente se dieron cuenta de que eso era un fantasma y regresaron al extranjero».10

New York, 1902. De izquierda a derecha: Max, Pedro, Virgilio Ortega, Francisco Noel y Julio Ortega Frier.

Durante su breve estancia en Santo Domingo compartió con sus hermanos Max y Pedro, quienes habían sido nombrados Ministro de Relaciones Exteriores y Superintendente General de Educación, respectivamente. Fue la última ocasión en que los tres varones de Salomé Ureña de Henríquez y Francisco Henríquez y Carvajal coincidieron en la patria que los vio nacer a los tres en el siglo XIX.

Francisco Noel volvió a Cuba en 1933 y jamás regresó a su suelo patrio. En ese mismo año, el 29 de junio, Pedro partiría, por Puerto Plata, con destino a París, Francia. Decepcionado también, el más ilustre de los Henríquez Ureña tampoco volvería a República Dominicana. Su inteligencia y su espíritu pragmático fueron cualidades que le permitieron a Francisco Noel destacarse como profesional del Derecho en la patria de José Martí, donde «era un jurista distinguido, especialista en la legislación de seguros; su libro La historia del seguro en Cuba es una obra fundamental en la materia».11 Exhibió con dignidad y decoro, fuera de su patria natal, el talento heredado de sus venerables padres, aunque en un ámbito temático extra literario.

Tal parece que no tan sólo a su hijo Pedro le profetizó Salomé grandeza, sino también a su hijo primogénito. Como evidencia de ese pronóstico materno basta leer las tres últimas estrofas del poema con el que la madre, feliz, celebra la llegada de su dulce primogénito: «En el nacimiento de mi primogénito», escrito en 1882. A continuación la pieza poética completa:

Francisco Noel Henríquez Ureña en 1888 a los 5 años de edad.

En el nacimiento de mi primogénito12

«¡Levántate, alma mía,

por el materno amor transfigurada,

y a los confines del espacio envía

el himno de la dicha inesperada.

Y tú, que abres conmigo

a esa ternura nueva el pecho en gozo,

tú que compartes cuanto sueño abrigo,

cuanta ilusión feliz es mi alborozo,

ven, y los dos a una

el cántico de amor juntos alcemos,

y del pequeño ser ante la cuna

el alba del futuro saludemos:

el alba de esa vida

que a iluminar nuestro horizonte alcanza,

y a cuya luz vislumbra estremecida

espacios infinitos de esperanza.

Los cielos se inclinaron,

y descendió al hogar entre armonías

el ángel que mis sueños suspiraron,

nuncio de bendiciones y alegrías.

¡Oh, cómo se estremece

engrandecida la existencia ufana

pensando de esa aurora que amanece

vivir reproducida en el mañana!

De hoy más, un sueño solo,

una sola ambición tras el destine,

a nuestras almas servirá de polo,

del tiempo al avanzar en el camino.

¡Oh, sí! Limpiar de abrojos

la senda preparada al ser que nace,

al bien y a la virtud abrir sus ojos

y el peligro desviar que le amenace.

Y así, como entre flores,

ajeno a la maldad, al vicio ajeno,

verle a lo grande tributar honores

y el alto aprecio merecer del bueno.

Y así a la Patria, al mundo,

como prenda de paz y de amor santo,

en acciones magnánimas fecundo

un miembro digno regalar en tanto.

¡Doblemos el aliento!

Vamos al porvenir, la fe en el alma,

para él a conquistar con ardimiento

de ciencia, de virtud, de bien la palma».

¡Cuánta ternura brota del alma de esa madre al escribir «Tristezas» en 1888! Es un poema intimista dedicado A mi esposo ausente, en cuyo desarrollo Salomé se refiere directa y constantemente a su hijo Francisco Noel, quien había alcanzado ya los cinco años de edad:

Tristezas13

«Nuestro dulce primogénito,

que sabe sentir y amar,

con tu recuerdo perenne

viene mi pena a aumentar.

Fija en ti su pensamiento,

no te abandona jamás:

sueña contigo, y despierto

habla de ti nada más.

Anoche, cuando, de hinojos,

con su voz angelical

dijo las santas palabras

de su oración nocturnal;

cuando allí junto a su lecho

sentéme amante a velar,

esperando que sus ojos

viniese el sueño a cerrar,

incorporándose inquieto,

cual presa de intenso afán,

con ese acento que al labio

las penas tan sólo dan,

exclamó como inspirado:

«¿Tú no te acuerdas, mamá?

El sol ¡qué bonito era

cuando estaba aquí papá!»

 

NOTAS:

7 Max Henríquez Ureña. Op. cit., p. 62.

8 En: Epistolario, pp. 882-883.

9 Max Henríquez Ureña. Op. cit., p. 80.

10 Diógenes Céspedes, en «Prólogo» a Salomé Ureña de Henríquez. Poesías completas. Santo Domingo, Rep. Dom.: Fundación Corripio, Inc., 1989. P. 258 (Colección «Biblioteca de Clásicos Dominicanos»; VII). El hermano de Julio Ortega Frier al que se refiere Céspedes se llamaba Virgilio Ortega Frier.

11 Max Henríquez Ureña. Obra y apuntes. Tomo I: Documentos personales. Santo Domingo, Rep. Dom.: Ministerio de Cultura, 2008. P. 286.

12 En: Salomé Ureña de Henríquez. Poesías completas. 5.a edición, basada en la tercera de 1950. Prólogo: Joaquín Balaguer. Santo Domingo, Rep. Dom.: Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos (SEEBAC), 1975. Pp. 170-171. (Publicaciones de la SEEBAC en el Año Internacional de la Mujer).

13 Idem, pp. 178-179.

Próxima entrega: «Su epistolario, su vínculo con la familia» (4)

 

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