Firmado con el seudónimo de «Metaico», Fran publica su texto «Redención» en las páginas 11 y 12 del número 16 de la Revista Ilustrada, de fecha 15 de marzo de 1899:
Redención
A ella
«Aquella tarde se moría el ideal ahogado por el beso satánico, y tú con tu mirada hablaste á la esperanza; y el corazón que agonizaba despertó con ímpetus bravíos de irredimido luchador. Tu sonrisa fue un rayo de aurora que hizo soñar el alma con los esplendores luminosos de una mañana de primavera, se agitó el recuerdo y al sentirme acariciado por la diáfana luz de tus pupilas soñé con lo desconocido.
Después, cuando al volver á verte cobró nueva vida la idea y surgió la palabra con acentos hasta entonces ignorados, ¿qué importaba que hablaras de imposibles al corazón que habías vencido, si al vibrar con desprecio tu sonora palabra tenía más ritmo, había más luz en tus ojos y vagaba en tu sonrisa algo sublime que precipitaba al espíritu inconsciente en pos de ti? En vano me mostrabas los tentadores labios de las otras diciéndome que esos labios podrían posarse sobre los míos pálidos, porque eran los besos de tu carmínea boca los que yo ansiaba para mi frente; en vano me decías que nuestros dos corazones jamás podrían latir juntos, porque la esperanza me hablaba de corazones que tienen un solo palpitar; y en vano me decías que el alma sumergida en lo oscuro no vería jamás la luz, porque desde aquella tarde en que hablaste á la esperanza estaba rota la tiniebla y en sus jirones flotaba un perfume extraño como el de rosas vírgenes que solo abren su corola al primer beso de la luz…
Y al entreabrirse tu encantadora boca para pronunciar la palabra sublime que anuncia las eternas redenciones, ¿por qué sintió el corazón el supremo desmayo del triunfo y se iluminó la sombra con celestes claridades? Era que el ideal dormido durante años renacía sintiendo en sí mismo el poderoso ritmo de la vida, y el asombrado recuerdo me hacía ver en ti á la virgen trémula y vaporosa que flotaba en mis sueños infantiles y que buscando sonrisas solo halló las tuyas y que para hablarme de su amor solo halló tu armoniosa palabra.
Acuérdate. Piensa, al morirse la tarde en brazos del crepúsculo, cuando los áureos rayos del moribundo sol besan tus flotantes cabellos, que desde la tarde aquella en que con tu luminosa mirada mataste el beso satánico, hay en el alma un perfume extraño como el de rosas vírgenes que solo abren su corola al primer beso de la luz».
El texto «Irredenta» aparece, firmado con su nombre de pila, en la página 13 del número 19, de fecha 15 de junio de 1899, de la citada revista cultural, que era una publicación de ciencias, artes y letras; editada en la ciudad de Santo Domingo, la Revista Ilustrada circulaba mensualmente. A continuación el escrito de Fran:
Irredenta
«Sí, te lo he dicho mil veces y mil veces ha vibrado en tus labios la frase del desprecio; sabes que te amo, que sufre el corazón con tus desdenes y sigues indolente y tiene tu sonrisa la suprema ironía del desengaño y hay enojo en la luz de tus pupilas. De noche, cuando tú duermes tranquila, soñando tal vez con placer inefable en la venganza que has de tomar del corazón que te pide una palabra que disipe su tristeza insondable; entonces, sí, me parece verte sonreír con esa sonrisa amarga que guardas para mí, y en lo oscuro del sueño escucho las formidables batallas del pensamiento con tu desdeñosa palabra, y cuando queda la idea victoriosa basta el primer toque de luz en la pupila fatigada por el insomnio para despertar en el cerebro la abrumadora convicción de la realidad vencedora.
Y así, mientras sueñas con lo imposible, mientras piensas en destruir mis ilusiones, se yergue el recuerdo altivo que despierta á la esperanza y late en el infatigable pensamiento la vigorosa idea y voy siempre en tu busca; pero rehuyes la lucha porque hay algo que te dice que no puedes resistirme, porque no puedes escuchar sin estremecerte mi palabra de fuego. Y en medio de mi dolor tengo momentos de indefinible felicidad porque llego á soñar que al escuchar mi frase ardorosa se transforma tu mirada indiferente en otra llena de luz y de dulzura infinita hasta que surge la realidad que interrumpe el delirio y acrecienta mis anhelos inmortales de una vida de amor.
Y mientras llega el día en que mi palabra victoriosa ha de hacer de tu irónica sonrisa una sonrisa plácida y amorosa, tú sueñas con placer inefable en la venganza que has de tomar del corazón que te ama y yo pienso en arrancar de tus labios rojos una nota que devuelva la vida al ensueño que muere».
Del trágico incidente personal de 1900
La noche del 16 de febrero de 1900, en la zona colonial de la ciudad de Santo Domingo, tuvo lugar un trágico y confuso incidente en el que Francisco Noel, actuando en defensa propia, sostuvo un intercambio de disparos con un joven de nombre Rogelio Burgos, siete años mayor que él. Francisco, estudiante de la secundaria, tenía 17 años de edad, mientras que Burgos, de profesión sastre, tenía 24 años. El suceso ocurrió específicamente en la esquina formada por las calles Consistorial y Espíritu Santo, hoy llamadas Arzobispo Meriño y Restauración, respectivamente.
Esa noche Francisco visitaba la casa de la familia De Castro, acompañado de sus hermanos Pedro y Max Henríquez Ureña, adolescentes también. El hogar de la familia Henríquez Ureña quedaba a unas cuantas esquinas de allí: en la casa de dos plantas marcada con el número 1 de la calle Santo Tomás, hoy llamada Arzobispo Portes. Sobre el hecho, en el que Burgos perdió la vida, Max nos ofrece el siguiente testimonio:
«A las diez de la noche ocurre un grave incidente personal entre su hijo mayor, Francisco Noel, y otro joven de apellido Burgos, con quien sostiene en la calle agria disputa de palabras, hasta que los dos exaltados contendientes hacen uso de sus revólveres, con este resultado final: Francisco Noel, perforado su sombrero de un balazo, y su contrincante gravemente herido en el tórax. El joven Burgos falleció tres horas después. Francisco Noel, al ser detenido, declaró categóricamente:
—El me tiró primero—, y agregó: —un médico para él, y la policía para mí—.
Lleno de sombras el espíritu, cuando Henríquez y Carvajal llegó del despacho policial no pudo mantener la energía de su carácter y abrazó sollozando a su hijo.
Francisco Noel estuvo detenido varios meses, y en definitiva fue declarado libre de causa y proceso, pues quedó amparado por la eximente de legítima defensa, sostenida por sus dos abogados, Américo Lugo y Emilio Prud-homme».5
Preocupado por la seguridad de su hijo, temiendo quizá a una posible reacción vengativa de algún miembro de la familia del joven Burgos, Francisco Henríquez y Carvajal le escribe a Francisco Noel —el 19 de febrero de 1900, es decir, tres días después de lo sucedido— una carta en la cual le aconseja tener prudencia en la cárcel:
«Santo Domingo,
19 de febrero de 1900
[Sr. Franc Noel Henríquez Ureña]
Mi querido hijo:
Emplea todo tu tiempo en tus estudios. No conviene que hables con nadie sobre el triste acontecimiento.
Evade toda conversación que sobre ello se te ponga por los que van a visitarte.
Aplica todo tu tiempo al estudio pues quisiera ver si te examinas enseguida y te vas para los EE.UU.
Te bendice tu papá
Dr. Henríquez y Carvajal»6
El testimonio histórico de su hermano Max Henríquez Ureña está ahí: Francisco Noel fue declarado libre de causa y proceso, pues quedó amparado por la eximente de legítima defensa. A nadie que, en defensa de su vida, repele una agresión que pudiera ser mortal, se le puede tildar de criminal o asesino. Y mucho menos si el agredido tiene la responsabilidad y la valentía de asumir las consecuencias ante la justicia, lo cual hizo el primogénito de Salome al entregarse pacíficamente a las autoridades policiales de entonces, contando siempre con el apoyo moral de su ejemplar padre.
Lo anterior lo decimos porque en República Dominicana —donde calumniar y enjuiciar sin conocimiento de causa, de manera alegre y mezquina, son acciones tan comunes como dañinas— muchos dominicanos desconocedores de la grandeza espiritual, de la calidad humana de Francisco Noel, han pretendido tender, empotrados en su ignorancia y aguijoneados por una mezquindad que los atraviesa de lado a lado, un manto de sombra sobre su memoria. A esos dominicanos irresponsables les invitamos a que no tan solo se limiten a leer estos apuntes en torno a él, sino a que vayan a la patria del apóstol José Martí y comprueben el grado de dignidad con que ese distinguido miembro de la familia Henríquez Ureña vivió allí, donde se le recuerda con respeto.
Es importante destacar que independientemente de lo ocurrido, el plan de Francisco Henríquez y Carvajal de enviar a sus hijos Francisco Noel y Pedro a los Estados Unidos con el propósito único de que continuaran sus estudios ya existía, pues el mismo se correspondía con su visión en el sentido de que para crecer y progresar había que salir de República Dominicana, ya que entendía —y tenía razón en ello— que su patria ofrecía pocas posibilidades a aquel que aspirara a crecer profesionalmente. Él mismo dio el ejemplo al irse a Francia por cuatro años a especializarse en medicina a finales del siglo XIX. Pedro escribiría en sus Memorias (p. 64) que su padre los llevó a Nueva York para que permanecieran allí algún tiempo estudiando y recibiendo la influencia de una civilización superior. Otro asunto que consideramos oportuno destacar es el siguiente: Francisco Noel siguió llevando una vida normal en su país, estudiando y dedicado a la actividad cultural hasta su partida en enero de 1901 como indicamos más adelante.
Francisco Noel y Pedro eran supervisados en sus estudios por su padre desde ultramar. El 28 de abril de 1901 Francisco Henríquez y Carvajal le escribe al segundo, desde Bruselas, una carta en la que le dice:
«Ya echaba de menos tus cartas, porque llegan con rareza, cuando recibí tu última y con ella una de Maximiliano. Franc no me escribe. ¿Por qué? Es deber de Uds. escribir regularmente cada quince días. Esto no solo sirve para ponerme á mí al corriente del progreso de sus estudios, sino además para enseñarles el arte de la correspondencia que tan mal poseen.
[…]
Es preciso que me pongas al corriente de lo que haces en materia de estudio. ¿Qué hay del Derecho? ¿Qué hay del inglés? Y si Franc no escribe, que me informes también respecto de lo que él hace».
NOTAS:
5Max Henríquez Ureña. Mi padre. Perfil biográfico de Francisco Henríquez y Carvajal (Santo Domingo: Publicaciones ONAP, 1988), p. 56. Confirmamos esta versión del incidente ofrecida por Max Henríquez Ureña, muy apegada a la verdad histórica. En la edición del 18 de febrero de 1900 del periódico El Nuevo Régimen (editado en la ciudad de Santo Domingo) apareció la siguiente nota informando sobre ese suceso: «SOBRE el lamentable acontecimiento ocurrido la noche del 16 de los corrientes entre los jóvenes Francisco de N. Henríquez y Rogelio Burgos no avanzamos juicio por no incurrir en error. Que la justicia investigue la verdad del hecho, y entonces se proceda según el caso lo requiera». Y eso hicieron las autoridades judiciales de entonces: investigaron y emitieron su opinión jurídica. Obra en nuestro poder copia fotostática del expediente referido al «Proceso instruido a cargo del prevenido Francisco Noel Henríquez por heridas a Rogelio Burgos», iniciado a las 10 y 15 minutos de la noche del día 16 de febrero de 1900 y concluido el 13 de marzo del mismo año. Dicho expediente, de 72 páginas, contiene 32 documentos, uno de los cuales es la providencia dictada por el «Jurado de Oposición competentemente compuesto de los Magistrados Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, Juez de Instrucción; Juan Bautista Matos, Juez Alcalde; Federico Velásquez, Oficial Civil; Licdos. Américo Lugo y Juan Antonio Lora, hijo, Abogados». Ese Jurado concluye así: Que el procesado Francisco Noel Henríquez, cuyas generales constan, sea puesto fuera de causa y efecto y que inmediatamente se le ponga en libertad si no está detenido por otra causa. En representación de Francisco Noel actuó en el proceso el licenciado Emilio Prud’Homme, célebre autor de las letras del Himno Nacional de República Dominicana. En su acto de defensa Prud’Homme afirma: …está probado que Burgos respondió a la pregunta apacible de Henríquez con una frase ruda seguida de un disparo de revólver que por poco le hubiera causado la muerte.
6Familia Henríquez Ureña. Epistolario. Compilador: Jorge tena Reyes; edición y notas: Arístides Incháustegui y Blanca Delgado Malagón. Santo Domingo, Rep. Dom.: Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, 1994. P. 284.
Próxima entrega: «Su padre lo envía a estudiar a Columbia University» (3)
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