Francisco Henríquez y Carvajal, presidente de República Dominicana durante un breve periodo de 1916, centró sus intereses juveniles en el progreso de la sociedad de su país mediante la educación. Su aptitud y capacidad le permitieron participar en la reforma de la enseñanza encabezada por dos inmigrantes caribeños a finales del siglo XIX. A continuación se hace un breve recuento de las actividades educativas del padre de los hermanos Henríquez Ureña, símbolos y referencias de la intelectualidad dominicana.

Francisco Henríquez y Carvajal El Fígaro, La Habana, 28 de junio de 1903

El maestro puertorriqueño Román Baldorioty llegó a Santo Domingo en 1875, mismo año del ingreso del joven dominicano Francisco Henríquez y Carvajal a la Sociedad Amigos del País, cuyo objeto era ilustrar a los ciudadanos fuera del ámbito escolar, con base en la razón y la ciencia (1). Desde entonces, Henríquez y Carvajal fue uno de los discípulos sobresalientes de Baldorioty, y comenzó a figurar en la pléyade juvenil que animaba las actividades culturales y educativas de la capital dominicana.

Francisco Henríquez nació en enero de 1859 en una familia que comenzaba a destacar en las letras, la docencia y el periodismo. Fue el menor de once hermanos. Aprendió a hablar  tardíamente, a los cuatro años de edad. Estudió las primeras letras en una escuela rudimentaria de Santo Domingo y en 1873 ingresó al Seminario Conciliar para estudiar Filosofía. Bajo la guía de Baldorioty, que dio una orientación científica a la educación dominicana, impartió su primer curso antes de cumplir la mayoría de edad: Literatura e Historia antigua, en la biblioteca de la Sociedad Amigos del País.

Acorde con las corrientes pedagógicas de la época, Henríquez y Carvajal decía que el conocimiento científico complementaba los estudios humanísticos, y así tenía que ofrecerse para la educación de sus compatriotas. Tal confianza tenía en esta fórmula que decía que con ella se formaría una nueva juventud que restauraría la Patria en todos sus males. Para ello fundó, junto con José Pantaleón, la Escuela Preparatoria a finales de 1879, apenas un año después de que Baldorioty saliera de República Dominicana. La institución era un centro de estudios primarios en el que preparaban a los aspirantes para ingresar a la Escuela Normal, creada ese año como una dependencia especializada en la formación de maestros de escuelas y profesores de segunda enseñanza. En la Preparatoria se impartieron cursos teóricos y prácticos como Lectura, Escritura, Geometría, Álgebra y Aritmética, además de otras materias complementarias como Música e Idiomas (2).

Estas propuestas educativas se enmarcan en la educación moderna dominicana, cuyo principal impulsor fue otro puertorriqueño: Eugenio María de Hostos, que arribó a Santo Domingo en 1879. Este educador y filósofo formado en España contó con el apoyo de una generación que confiaba en el beneficio de la instrucción para alcanzar el progreso de las naciones. El maestro antillano estaba convencido de que una de las tareas principales de las sociedades era civilizarse y que esto sería sólo a través de la educación. Henríquez y Carvajal fue uno de los primeros en alistarse en las filas del reformador y casi al mismo tiempo, con 21 años de edad, comenzó su carrera política como secretario particular del presidente Fernando Arturo de Meriño.

El ideal educativo hostosiano se enfrentó con la tradición de la sociedad dominicana  que ceñía los aspectos de la enseñanza a lo doméstico, y de acuerdo con el modelo del siglo XIX, relegaba a las mujeres al ámbito del hogar, donde desempeñaban también una labor educadora. Una de las propuestas de Hostos era educar formalmente a las mujeres, y con ese fin impulsó la creación del Instituto para Señoritas, primera escuela que impartió educación superior a las féminas dominicanas. Su organización y dirección recayó en la esposa de Francisco Henríquez, la poetisa Salomé Ureña, quien la inauguró en noviembre de 1881.

En la plantilla docente de la escuela femenil estaba Francisco Henríquez, quien se hizo cargo también de las cátedras de Aritmética, Álgebra y Geometría en los cursos preparatorios de letras y ciencias del Instituto Profesional en 1882, año en que obtuvo su título de licenciado en Derecho, profesión que nunca ejerció. El año siguiente organizó y presidió la sociedad Amigos de la Enseñanza, así como su órgano de difusión, el periódico El Maestro, primera publicación pedagógica en República Dominicana. En ésta escribió algunos artículos como “Los nuevos métodos de enseñanza”, “El programa, el método y los textos” y “La Instrucción Pública Obligatoria” (3). Su intención era acompañar la práctica innovadora con soportes teóricos que sirvieran como fundamento a las diferentes escuelas que se habían instaurado dentro de la reforma educativa dominicana.

En 1887, Francisco Henríquez obtuvo el título de licenciado en Medicina y Cirugía, y después viajó a Francia para cursar un doctorado en Medicina en la Universidad de París. Si bien abandonó la educación formal, continuó muy pendiente de la instrucción que Salomé Ureña daba a sus hijos Fran, Pedro y Max en su propia casa. En sus cartas recomendaba a su esposa actividades y libros para que los pequeños no perdieran tiempo en cosas ajenas a su educación, y le enviaba lápices de colores para que practicaran el dibujo y despertaran aptitudes para la lectura. En una misiva dijo a Ureña: “Educarás a tus hijos y los verás ascender por el camino del bien y de la ciencia con paso de triunfadores” (4).

La poetisa, que se alejó de la actividad literaria desde su matrimonio, fue la primera discípula de Francisco Henríquez cuando éste sólo contaba con 19 años de edad, nueve menos que Ureña. Ella era considerada dentro de la clase ilustrada dominicana por sus versos de corte patriótico, pero carecía de los atributos que constituyen una autoridad intelectual, y que según Henríquez y Carvajal, sólo se obtenían con base en el estudio de las ciencias. Así, en 1878 le escribió una larga carta con un plan de estudios y de vida que debía seguir para completar su cultura científica y literaria (5). El programa incluía estudiar Aritmética y Álgebra; conocer las leyes generales de la naturaleza; la Filosofía como asignatura de raciocinio y discusión, así como la Historia para saber el futuro de la humanidad a partir de un juicio filosófico de los pueblos antecesores (6). Salomé Ureña aceptó la tutela de Francisco Henríquez, quien argumentaba que era necesario el estudio para vigorizar su pensamiento y así elevarse hasta la cumbre desde la cual hablaría a todos los pueblos.

Francisco Henríquez regresó de Francia en 1891 y debido a la frágil salud de su esposa, aceptó que sus hijos fueran por primera vez a una escuela en Santo Domingo. Sin embargo, dispuso que la institución a la que asistieran se encuadrara en el espíritu de la pedagogía reciente, y para ello los envió al Liceo Dominicano, fundado por Emilio Prud´homme, discípulo de Hostos y padrino de su hijo Pedro.

Las actividades profesionales y políticas absorbieron el tiempo de Francisco Henríquez en la época en que murió su esposa (1897), pero continúo impartiendo lecciones de ciencias a sus hijos en los ratos libres con el fin de encaminarlos a un porvenir grandioso que junto con Salomé Ureña había soñado para ellos. Al final, si bien la educación positivista fue atacada por Ulises Heureaux en los últimos años del siglo XIX, algunas instituciones creadas bajo esa doctrina sobrevivieron durante décadas en República Dominicana, como la Escuela Normal y el Instituto de Señoritas. Más aún, el esfuerzo realizado por Henríquez y Carvajal como educador de su familia daría frutos al ver consagrados a sus hijos Pedro, Max y Camila en la literatura, la crítica y el periodismo latinoamericano de la pasada centuria. Fran, el primogénito, se dedicó a actividades distintas a la literatura y el periodismo, contra los deseos de su padre.

Fuentes:

  1. Inoa, Orlando (2010) “La sociedad dominicana a finales del siglo XIX”, p. 218.
  2. Henríquez Ureña, Max (2016) Mi padre, p. 21.

  3. Ibid, pp. 25-26.

  4. Familia Henríquez Ureña (1996) Epistolario, Tomo I, p. 84.

  5. Henríquez Ureña, Max (op. cit.) p. 18.

  6. Familia Henríquez Ureña (op. cit.) pp. 5-9.