Francia está de luto y está sangrando. De nuevo la guerra ha golpeado París y sus afueras. Una guerra que busca infundir el terror y que mata solo a civiles. Una guerra santa y bárbara que reivindica el Califato medieval pero que usa las armas más caras y perfeccionadas del mercado, las redes sociales y las técnicas de lavado de cerebros más sofisticadas. Así reclutan a jóvenes frágiles y ex delincuentes, producto de la inmigración o franceses de pura cepa, que tienen cuentas pendientes con el sistema y la sociedad de consumo, en busca de causas, presas fáciles de manipular y de llevar al sacrificio supremo.
Francia está de luto y el mundo está de luto porque el mundo sangra por todas partes: hoy Francia, ayer Líbano, la semana pasada las víctimas del vuelo ruso derribado en Egipto. El mundo sangra con las víctimas civiles sirias, yemeníes e iraquíes, con los millones de personas desplazadas y muertas en el mar a causa de la locura de los hombres. Nadie está a salvo: hoy París, mañana Nueva York o Madrid.
Sin embargo, no es casual que el Estado Islámico tenga a Francia en su punto de mira. No es – como me dijo esta mañana una señora compadeciéndose con lo sucedido en París – porque hemos sido demasiado complacientes con los migrantes. Es porque Francia, por su historia, tiene la mayor población musulmana de Europa, musulmanes que son nuestros compatriotas.
Una mayoría ha tenido la integración como meta y muchos la han logrado. Otros están frustrados y se sienten relegados dentro de una sociedad “injusta” que los ha excluido. Unos se han adaptado al conjunto de valores de la sociedad francesa y a su especificad laica que reconoce la igualdad de la mujer en todos los ámbitos; otros no se reconocen en nuestra sociedad, se vuelven muchas veces anti sociales y caen en la delincuencia. En cuanto a los musulmanes radicales, estos no aceptan los valores de la Francia laica y republicana que son opuestos a la ideología del extremismo islámico y de un estado basado en la ley religiosa.
Dentro de una población de millones de personas es más fácil tener varios niveles de simpatizantes, especies de nebulosas que las fuerzas de seguridad tienen dificultades en detectar.
Los blancos de los ataques no son casuales y tienen fuertes connotaciones simbólicas, al igual que en el atentado a Charlie Hebdo de enero pasado. Han sido dirigidos a vecindarios populares, muy concurridos por la juventud, que tienen un sabor de autenticidad y de mezcla social y étnica. Son sectores donde la gente es más proclive a ser tolerante y liberal. Han atacado el corazón de un París progresista y también el Estadio de Francia que vio el equipo multiétnico “Black, Blanc, Beur” ganar la copa del mundo de futbol en 1998.
Conocedores de las fracturas sociales e identidarias de la sociedad francesa, los estrategas del Estado Islámico han preparado, organizado y ejecutado estos viles ataques a pocas semana de la conferencia sobre el clima (COP 21) que tendrá lugar en diciembre cerca de Paris y de las elecciones regionales. Al exacerbar la intolerancia y el racismo podrían lograr lo nunca visto, la victoria del Frente Nacional de Marine Le Pen en varias regiones.
Frente a estos planes maquiavélicos, Francia no se dejará amedrentar por el miedo y el caos. Usará todo el arsenal de medidas a su alcance para generar una respuesta firme y ejemplar frente a las diversas fuentes de terrorismo. Francia, por su larga tradición republicana, no cederá a las provocaciones del odio como apuesta el enemigo. París seguirá viviendo, vibrando, luchando, siendo ella misma una ciudad mágica donde parisinos y visitantes seguirán disfrutando de las bondades de la vida.