El problema creado por las llamadas descontroladas al 911 es uno de los tantos reflejos de lo que está pasando a todos los niveles en el país y en una gran parte del mundo global donde las desigualdades van creciendo.

En lo que a nosotros nos atañe, está claro que sin educación formal de calidad, sin educación cívica,  sin educación sexual integral, sin ejemplaridad, las grandes mayorías no pueden entender los beneficios de un simple número ni las implicaciones de sus actos.

¿Qué representa una llamada para “bufearse” al 911 para una parte importante de nuestros niños, niñas y adolescentes aburridos, librados a sí mismos, que experimentan la violencia desde temprana edad, que ven todos sus problemas resueltos a golpes, producto de embarazos no deseados, hijos e hijas de madres niñas?

No les hablo de un país lejano, sino de Villas Agrícolas, a diez minutos de Arroyo Hondo, y de la institución donde trabajo. De este espacio comunitario donde los niños más simpáticos  pueden, de refilón, ser mulas. Donde la hermana de F. ha sido tiroteada por accidente y ella, madre soltera, estando embarazada de dos meses, recibió también cinco tiros y dio a luz, a pesar de los pesares, una bella niña. Donde B., de cuatro años, es un niño hiperactivo que vio a su padre caer asesinado frente a él, porque quería salirse de una pandilla. Donde una niña te puede decir de la manera más natural que la cicatriz que tiene es producto de una bala que le entro por allí y le salió por allá. Donde M., de 16 años y sin recursos, está de nuevo embarazada porque la píldora es cara y la toma de vez en cuando.  Y donde hay tantos otros y otras niños abusados, golpeados y carentes de orientación. Donde vemos aparecer, a veces con impotencia y dolor, las premisas de futuros desastres imposibles de contener.

Estos muchachos y muchachas son la crónica de un fracaso de la política y de los políticos dominicanos y de una Iglesia que han permitido el desarrollo de una podredumbre y miseria moral que se expande a tal punto que nos sorprende a todos. Son también el fracaso de cada uno, por permitir que sigan ejecutando políticas que le han hecho mucho daño a nuestra sociedad.

En cincuenta años de “vida democrática”, no hemos sido capaces de forjar ciudadanos con derechos y deberes sino gente asistida, clientelar y clientelista, dependientes de las remesas del familiar o del político de turno, para satisfacer sus necesidades básicas.

Atracan en los túneles, en las iglesias, la policía ejecuta y los maleantes asesinan, se reportan siete feminicidios en una semana y se elevan a noventa y cuatro los hombres violentos apresados en la primera semana de actividad del 911. ¿Dónde pararan todos estos delincuentes y criminales potenciales, en tribunales, o en un sistema carcelario que no puede recibir ni un cliente más?

No hemos forjado reglas de juego porque las reglas, nuestras leyes, no se respetan. La impunidad es la regla. Cuando fiscal y jueza entran en pleitos y el mismo Tribunal Constitucional contribuye a la confusión, se fragiliza la ética que es cimiento de la vida en sociedad.