Decepción pero no sorpresa la ruptura del diálogo que promovió el gobierno dominicano para tratar de propiciar una salida pacífica y democrática a la profunda crisis institucional, política, económica y social en que está sumida Venezuela.

Desde el principio era un propósito nati-muerto, como lo han sido todos los anteriores donde Maduro entretuvo a la oposición y a los mediadores jugando a ganar tiempo para dejar transcurrir los plazos del revocatorio constitucional, a fin de evitar las elecciones anticipadas que le hubieran ocasionado una derrota similar o más aplastante,  que la sufrida en las celebradas para elegir la Asamblea Nacional, decretando su salida del poder.

Mientras a lo largo de todo este traumático proceso se montaron distintos espacios de diálogo para negociar una salida incruenta a la crisis, Maduro incurrió en todo género de ilegalidades y atropellos.  Desde desconocer la potestad de la Asamblea Nacional, ignorando sus acuerdos; condenando a largos años de encierro a Leopoldo López y apresando al hoy fugitivo y exiliado Antonio Ledezma y a cientos de opositores;  despojando de su curul de diputada a María Corina Machado; inhabilitando a su tenaz adversario Hernán Capriles después de haberle escamoteado el acceso a la presidencia mediante un fraude electoral, y más recientemente, ejecutando de manera sumaria al ex policía y artista Oscar Pérez y varios de sus seguidores.

Así, mientras alentaba supuestamente la gestión negociadora intentada por el gobierno dominicano, en la cual se hizo notorio el profundo interés del presidente Danilo Medina, quien estuvo presente y encabezó las distintas sesiones del frustrado diálogo, Maduro siguió avanzando en su proyecto reeleccionista.  Este incluyó desde el montaje unilateral y fraudulento de las elecciones municipales y para gobernadores, que había suspendido arbitrariamente en la fecha en que debieron efectuarse,  hasta la fijación igualmente unilateral y amañada de las elecciones generales anticipadas,  con un Consejo Electoral parcializado y sumiso y la prohibición de la oposición de participar con un candidato único, en las cuales se presentará como aspirante a un nuevo período, donde compitiendo sin adversarios, tiene garantizada de antemano la reelección.

Como elementos agravantes, a fin de debilitar  y poner en entredicho a la comisión opositora que concurría al diálogo se hizo correr la falsa información de que la localización del paradero de Oscar Pérez, que llevó a su ejecución sumaria, había sido facilitado por miembros de la misma.   Posteriormente, con el falso alegado enarbolado por el propio Maduro de que se había logrado acuerdo y dando un plazo perentorio a la oposición para que lo suscribiera, cuando lo cierto es que solo se habían convenido temas de discusión consignados en un documento del cual era único depositario el propio Danilo Medina.  Y ya por último, el jefe de su comisión negociadora, Jorge Rodríguez, integrada solo por el y su hermana Delcy, la belicosa ex canciller venezolana, acusando a la contraparte opositora de estar recibiendo instrucciones del presidente de Colombia, Juan Manuel Santos. 

Ya en la jornada final del diálogo, aún cuando Maduro sigue afirmando que se  mantiene siempre abierto al mismo,  mostró sus cartas al desnudo, cuando su delegación se marchó negándose a recibir el documento con las planteamientos de la oposición.  Son estos: la habilitación de los dirigentes políticos inhabilitados arbitrariamente; la legalización de los partidos impedidos de participar en las elecciones; crear un nuevo órgano electoral independiente; que la ONU encabece la misión de supervisión del proceso electoral; levantar el desacato que pesa sobre la Asamblea Nacional, medida arbitraria viciada de ilegitimidad; la libertad de los presos políticos y el retorno de los exiliados.  Todos reclamos lógicos y válidos para otorgar validez y dar credibilidad a una mediación que se precie de seria  y permita abrir las puertas a una auténtica solución democrática que refleje en las urnas, a través de unas elecciones limpias, la real voluntad del pueblo venezolano.

Ya de antes el experimentado ex jefe de gobierno español Felipe González, amplio conocedor del tema al que ha venido dando constante seguimiento, había anticipado el fracaso del diálogo. Y los cancilleres de México y Chile, quienes darían testimonio del curso de las conversaciones, se habían retirado por estar inconformes con la actitud de Maduro que consideraron imposibilitaba todo acuerdo.

A pesar del diálogo colapsado, es de justicia reconocer el sincero esfuerzo del gobierno dominicano, que desde el principio calificaba como intento casi angustioso.  Quedó patentizado ante la comunidad internacional y el propio pueblo venezolano, su ferviente interés,  esfuerzos desplegados y medios puestos a disposición de las partes  en propiciar una salida a la crisis, ahorrándole al país bolivariano mayores  sufrimientos y casi seguros días aciagos en un futuro de previsible gran turbulencia y  seguramente mayor violencia.

El diálogo fracasó…pero Maduro ganó al salirse nuevamente  con la suya en el repetido juego de entretener a la oposición y los mediadores, mientras sigue avanzando a toda máquina con su proyecto continuista y su fracasado sistema.