La dictadura Trujillista fue una época ignominiosa cuyos relatos generan un sentimiento de repulsa por el hombre que la encabezara, y ayudan además a dar una mejor valoración de la democracia y sus instituciones. Considerar que hubo una época donde las leyes, el arraigo cultural y la libertad misma de las personas estuvieron supeditados a los deseos personales de un solo hombre, causa una apatía histórica de no fácil justificación; ya que al retrotraer la historia a aquellos momentos de oscurantismo resulta inusitado que todo aquello fue tan real como real es la democracia de nuestros días.

Al considerar que el gobierno de Trujillo consistió en tres décadas de opresión, no debe extrañar a nadie que a pesar del tremendo poder que el dictador concentró terminara ajusticiado un 30 de mayo por manos de hombres que, de alguna manera, estaban vinculados a él. Sobre ese hecho histórico, celebrado en nuestros tiempos como uno de los logros más trascendentales de nuestra historia moderna, se llega a la conclusión de que antes de haber sido una operación llevada a cabo con evidente éxito, fue más bien un fracaso rotundo.

La desaparición física del dictador, según revela la historia, no fue el único objetivo de los conjurados, ni tampoco debía serlo, ya que Trujillo no era solo el gobernante, sino que tras los 31 años de gobierno trujillista se había consolidado un sistema de terror y vigilancia capaz de llegar tanto a la intimidad de un hogar como a latitudes extranjeras. Los ajusticiadores conocían la dictadura, y debieron pensar en un plan más inteligente que el de creerse que matando al tirano iban a terminar con el régimen y quedar a salvos para contarlo.

Obras como las de Virgilio Álvarez Pina, titulada “La Era de Trujillo, narraciones de Don Cucho” o como la de Mario Vargas Llosa, que lleva por epígrafe “La fiesta del Chivo” arrojan datos que revelan la intención de una conjura más compleja que el simple asesinato del dictador, y no resulta ilógico pensar que así fuera, ya que proponerse llevar a cabo una trama tan peligrosa como dar muerte al hombre más poderoso de la nación solo era factible si se hacía acompañar de un plan que debió ejecutarse inmediatamente después del magnicidio.

En las obras precitadas se menciona un personaje que ha pasado a la historia como un militar de personalidad veleidosa, que si bien es cierto llegó a ser el comandante en jefe de las fuerzas armadas, era, como lo fueron todas las autoridades de la época, un capricho a merced de las ordenes de Trujillo. Aquel personaje era Pupo Román, comandante de las fuerzas armadas al momento del ajusticiamiento.

Vargas Llosa revela, en su Fiesta del Chivo, la vinculación de los conjurados con el comandante en jefe de las fuerzas armadas, quienes llegaron al acuerdo de que, tras ajusticiar a Trujillo, se pondría en acción a las fuerzas castrenses de la época y la lanzarían al ruedo en un especie de Golpe de Estado, apresando a la familia Trujillo y haciéndose del poder. Nada de eso ocurrió.

Del plan golpista, solo se ejecutó la muerte del dictador, pero, tal como lo sugiere la historia, Pupo Román, ya sea por falta de decisión o por falta de carácter, no movilizó a las fuerzas armadas tras el ajusticiamiento. En el momento, que debió tornarse trágico, el señor José René Román Fernández quizás no pensó que sustraerse tardíamente del complot lo dejaría sin protección alguna, ya que sería un traidor tanto para los conjurados como para los Trujillo, quienes desde que se enterasen de su complicidad con los ajusticiadores de su “jefe” sería perseguido y muerto sin contemplaciones. No teniendo otras opciones, optó por la peor de las decisiones, y prefirió inmovilizarse dejando que las cosas siguieran fluyendo. Su final no pudo ser otro: fue apresado, acusado y asesinado.

Con Pupo Román no solo murió la persona misma, sino también el plan originalmente concebido, y como lo demuestra la historia, los héroes ajusticiadores, salvo escasa excepción, fueron perseguidos y asesinados por la maquinaria trujillista, lo que hizo de la hazaña del 30 de mayo un hito histórico, pero igualmente un fracasado intento que jamás se consumó.