En términos netos los primeros siete años de la administración del presidente Danilo Medina han sido positivos. La economía ha crecido mucho, con muy bajos niveles de inflación y sin crisis bancarias. El distanciamiento entre ricos y pobres se ha reducido en algo, pero no tanto como se quisiese, debido a la falta de una reforma tributaria que grave a los ricos y a una muy débil política salarial. El sistema 911 y las visitas sorpresas indudablemente han sido gestiones exitosas.
A diferencia del Dr. Leonel Fernández el presidente Medina escuchó los reclamos de la sociedad civil y la clase media y se comprometió con aportar el 4% del PIB para mejorar la educación. Pero esa política ha tenido mayor impacto en lo social que en lo pedagógico. Con la construcción de nuevas escuelas y la tanda extendida los niños ahora están mejor alimentados y las madres pueden trabajar por las tardes, en vez de estar cuidando niños. Pero la calidad misma de la educación no ha mejorado, dado a que no se ha podido aumentar la calidad de los maestros. Estos, que no cuentan con el compromiso y mística de una Salomé Ureña del siglo XIX, a cada rato, a través de su sindicato, organizan huelgas que coinciden con las horas de clase, algo imperdonable. En más de una ocasión hemos sugerido que se traigan maestros cubanos y venezolanos y que se haga el experimento de dotar a un par de escuelas con los mismos para poder evaluar la diferencia en la calidad de la instrucción.
La decisión de Medina, no importan las razones tras la misma, de no buscar una tercera reelección, indudablemente ha contribuido a fortalecer la democracia.
Pero también hay aspectos negativos en la gestión de Medina. La nómina híper inflada lo que busca es fortalecer al PLD, no a mejorar la administración pública. Tanta vergüenza tiene el gobierno por haber creado tantos nuevos empleos innecesarios, que ya no se publica la cantidad de empleos públicos. Las tarjetas de Solidaridad, a diferencia de México y Brasil, en nuestro país se utilizan para fines de proselitismo político. El incremento en el gasto corriente resultante de ambas políticas, ante la ausencia de una reforma tributaria, la cual tendría un alto costo político, se ha viabilizado a través de un aumento extraordinario en el endeudamiento, sobre todo con bonos Soberanos. Una cosa hubiera sido endeudamiento externo para inversiones específicas que estimulen las exportaciones y el crecimiento y otra cosa han sido los endeudamientos para cubrir excesivos gastos corrientes.
Otro aspecto muy negativo ha sido el poco interés del presidente en combatir la corrupción ya que eso debilitaría políticamente a su propio partido. Aunque es verdad que en los primeros meses de su primera gestión modificó los contratos firmados por el gobierno de Leonel Fernández con Odebrecht, sobre todo los de la parte este del país, su poco interés en averiguar en Brasil quiénes han recibido de Odebrecht fondos ilegales, en contraste con países como Perú, claramente indica que la lucha contra la corrupción hubiese debilitado a su propio partido.
Mientras Leonel Fernández en su primer gobierno (1996-2000) privatizó las tres distribuidoras de electricidad y permitió que el capital privado se invirtiese en y manejase Ege Haina e Itabo, las dos plantas de carbón que antes eran del Estado, Danilo Medina ha reversado esa política. No solo no ha reprivatizado las tres distribuidoras (estatizadas por Hipólito Mejía), sino que existiendo un proyecto de plantas de carbón privadas, desistió de esa alternativa y se comprometió con las plantas estatales de Catalina lo cual han representado un enorme dolor de cabeza para el país. Medina no ha dicho si piensa privatizar a las Catalinas, aunque el reciente reporte del FMI sí lo indica. En el 2012, durante su primer discurso de toma de posesión, Medina prometió reducir las pérdidas de las tres distribuidoras. No lo ha logrado y eso se ha debido a que la administración de las mismas las ha entregado a políticos, incluyendo parientes suyos, a quienes más le interesa dar 24 horas de luz que cobrarla a quienes no la pagan.