Una meta alcanzable y necesaria para lograr un modo de vida más humano y sustentable consiste en redefinir nuestros roles y tareas sociales, descubrir y fortalecer la familia como el lugar ideal para forjar los valores y la sanidad social,  lo que posteriormente se difundirá en forma general a la sociedad y al Estado.

Como parte vital de este cometido debemos asumir que los valores se viven en casa  y se transmiten a los demás como una forma natural de vida, es decir, dando el ejemplo, siendo primordial la acción de los padres, a fin de que los niños y los jóvenes reciban verdaderas lecciones de cómo practicarlos en su mayor expresión y dimensión.

Debemos resaltar que, si bien es cierto que corresponde a los padres la responsabilidad de formar y educar a los hijos, estos últimos no quedan exentos de las tareas que deben asumir en pro de una sociedad mejor, sobre todo  por  depender sus éxitos  de los valores que aprenden en casa y que perfeccionan a lo largo de la vida, según la experiencia y la intención personal de mejorar de cada persona.

De todo esto resulta que el valor de las familias se reconoce y valora cuando cada uno de sus miembros asume con responsabilidad y conciencia el papel que les ha tocado desempeñar dentro de ellas, procurando, no sólo el bienestar y felicidad propios, sino también de todo el conglomerado social.

En procura de dicho objetivo es de gran importancia encarar dentro de los núcleos familiares las gravísimas repercusiones que genera la práctica enfermiza del egoísmo, procurando desarrollar en quienes los integran una vocación de bien y amor por el prójimo que les reivindiquen y dignifiquen, y a la vez que les permitan cumplir los cometidos sociales que reclaman sus comunidades para poder encarar los males que les afectan.

Las familias deben soportarse en la insustituible presencia física, mental y espiritual de las personas en el hogar, con plena disponibilidad al diálogo y a la convivencia, teniendo por enlace un esfuerzo consolidado destinado a cultivar y solidificar los valores en la persona misma, para que por su  intermediación se transmitan y enseñen a las generaciones presentes y futuras.

Para dichos propósitos, es sumamente saludable observar los resultados positivos que muchas familias han encontrado en la religión y en la práctica de la piedad, como guía y motor para elevar su calidad de vida, viviendo los valores humanos de cara a Dios y en servicio de sus semejantes, teniendo en la fe un motivo más elevado para formar, cuidar y proteger  a sus componentes y  a la sociedad.

Formar y llevar a las familias en un camino de superación  y crecimiento constante no  resulta una tarea fácil, dadas las exigencias de la vida actual, pero eso no lo hace imposible, por tanto, es necesario dar orden y prioridad a todas nuestras obligaciones y aprender a vivir con ellas, para una saludable supervivencia de los hogares y la sociedad, y sobre todo, para alcanzar la paz a la que todos aspiramos.