El 15 de mayo de 2016 debería ser considerado como un ineludible punto de partida hacia  una nueva fase del  fortalecimiento de la democracia en la República Dominicana. Hay que tener en cuenta  que como resultado de la crisis electoral de 1994 las organizaciones políticas hicieron  conciencia, entonces, de la necesidad de fortalecer el sistema democrático aún muy débil después de haber transcurrido, a la sazón, 33 años de la caída de la tiranía de Trujillo.

Desde entonces  los intereses de sectores al interior de los principales partidos políticos han pesado  más que el trascendental compromiso con una democracia que ha de servir  a todos con el mayor sentido de equidad y como importante contribución a la paz.

Fortalecer la democracia en la República Dominicana tiene un alto valor por que se ha pagado en su conquista  un altísimo precio.

Recordar a Manolo Tavares Justo. Su inmolación junto a decenas de mártires en las montañas de la República por un gobierno por el cual no votaron, pero que reconocían salido de la voluntad popular.

Recordar  la Guerra de Abril que generó la segunda ocupación del ejército más poderoso de la tierra a sólo 4 días de iniciada la lucha por la vuelta a la constitucionalidad democrática cercenada por el  golpe de Estado al gobierno del profesor Bosch; recordar además las más de 50 mil vidas perdidas  contabilizadas por el Museo de la Resistencia cuyas  muertes fueran provocadas  por la oprobiosa dictadura de Trujillo.

Hoy queda más que demostrado la necesidad de una profunda reforma electoral y la tan aclamada ley de partidos.  Si bien la democracia no es sólo eso, lo que al respecto se puede hacer es en sí mismo un factor de avance y  desencadenante de otros importantes progresos  institucionales.

Hay que observar que es muy débil aún  la democracia al interior de los partidos. La participación en la mayoría de los casos está muy condicionada por los recursos económicos que se dispongan, las influencias, la pertenencia a determinados grupos o clanes y poco asociado  a los méritos de raigambre moral, intelectual o de compromiso con la comunidad,  de quienes aspiran a cargos públicos electivos.

Desde el Estado se necesita además asegurar un equitativo financiamiento a la participación electoral y sobre todo fortalecer  los órganos responsables de la administración y de la gestión de los conflictos  que surgen  de los procesos electorales.

Fortalecer la democracia es apostar y aportar a la convivencia pacífica  contraria a todo tipo de violencia  con injustificable e  irreparable pérdida de vidas  como ha acontecido a lo largo del proceso electoral.