Siendo un adolescente me ocurrió algo que, viendo el documental Kurosawa, le ha ocurrido a otros como al singular maestro japonés. Por supuesto, no puedo compararme ni por asomo con él, ni con nadie que haya realizado buen cine.
Una persona a la que estaba alfabetizando me dijo que había un picoteo (trabajo) en que me podía ganar un buen dinero y ver películas muy “buenas”.
El asunto consistía en leer los subtítulos de las películas en voz alta para varios grupos de ellos (analfabetos). Me ganaba 15 centavos, un quipe, un "añuga perro" o un friquitaqui y un mabí, por sesión. Al principio, yo no le daba el tono y la intención a las palabras, pero pedí un chance, practiqué y pude satisfacer sus exigencias. Luego de la segunda exhibición de una película acompañada por mi "locución", ya me era muy fácil "caracterizar" a los personajes y hasta meterles palabras muy de uso en el cotidiano de la época. Tenía que modular la voz para personajes femeninos, asimismo cambiar timbre de voz que caracterizaran a los personajes muy peculiares. Por ejemplo, al protagonista malo de la película siempre le ponía la voz imitada del ex presidente Balaguer, o pronunciaba en ese característico modo de que los gringos pronuncian el español.
Recuerdo filmes como Lawrence de Arabia, Cleopatra, El bueno El malo y El feo, Bonnie y Clyde, Butch Cassidy, 007 Contra Goldfinger, Zulu, y La Banda Salvaje el filme que más me impresionó en aquellos años, y hasta hoy sigo considerando a Sam Peckinpah mi mayor influencia entre otros resientes. Después de que terminaba una sesión venían los comentarios sobre la película en la salida del teatro (como también se les llamada a las salas de cines).
Noticieros en español como El Mundo al Instante, y dibujos animados muscalizados, casi siempre acompañaban las exhibiciones en cines al aire libre como Hollywood, Trianón y el Atenas. Había especiales de tripletazos y de dobles en el Alma, Max, Trianon, Diana y Atenas.
Sacando conclusiones de esa experiencia, con el tiempo he percibido que el cine se desempeña mediante una pauta de raciocinio natural de confirmaciones esenciales del propio lenguaje verbal. Los planos y manifestaciones son mecanismos originarios de signos y sonidos. Y esta aseveración es una tesis homologada por maestros del cine.
En una palabra, más clara y entendible, el cineasta debe crear películas que incorporen el mundo imaginario a partir de elementos esenciales de la narrativa. Significar el mundo como una sucesión de acontecimientos o manifiestos cónsonos con la lógica adquirida, es decir con el imaginario popular propio de las convenciones culturales del individuo.
El cine no se restringe, como arte que es, a si una obra es o no comercial, o taquillera, y afirmar que primero es negocio e industria es un chantaje y una majadería muy propia de imbéciles que se detienen en el límite de sus referentes vulgaridades.
El cine, no es cualquiera que pueda gestionarlo. Se requiere hábito.