La situación de crisis, por la pandemia, ha obligado a actuar y buscar nuevas formas de enseñanza. Lo que antes se veía como una distracción, un escollo, un medio de dudoso empleo en el proceso enseñanza-aprendizaje, hoy se utiliza como una salida viable y perfectible. Para muchos, el impacto que tendrá en la formación de las nuevas generaciones es impredecible; para otros, tal vez menos alarmistas y más realistas, la humanidad continuará incólume, las nuevas generaciones dependerán más de la tecnología y su capacidad cognitiva se verá mas reducida.
Hay quienes ven en esta situación educativa la oportunidad para crecer y gamificar el aula. Otros ven la oportunidad de un aprendizaje invertido, un aula invertida, una enseñanza colaborativa, entre otras posturas en la que el profesor deja de ser el protagonista del proceso y nos centramos en el alumno. A pesar de que la escuela es una amalgama de realidades muy diversas, se espera que todo el conjunto cambie y se mantenga al mismo tiempo.
Entre esperanzas, obligaciones y formalidades antiguas, el mismo vino servido en odres nuevos, olvidamos lo importante: leer, pensar, escribir. La escuela es socialización e instrucción, ante todo. Es generación de espacios y comunidades de aprendizajes para el desarrollo de toda la persona, es cierto; pero esos objetivos últimos no se lograrán si no son posibles estos tres procesos complejos: leer, pensar, escribir.
El juego por el juego no basta. Sucede como la vida, si no se reflexiona a posteriori (se piensa) sobre lo jugado y, a partir de esta reflexión, se produce (escribe) algún conocimiento que pueda ser compartido (leer) con los demás se queda en mero entretenimiento. Todo entretenimiento si no pasa a arte, es pasatiempo. Y no se trata de matar el tiempo, sino de vivirlo plenamente.
A medida que leo y me informo sobre los nuevos procedimientos educativos, tengo la misma sensación de mis inicios: complejizamos buscando ser más eficientes; pero a la larga perdemos lo importante, es decir, la generación de procesos que permiten desarrollar la autonomía del aprendiz.
En mi experiencia como alumno nunca recibí instrucciones claras y precisas sobre cómo pensar, cómo leer y cómo escribir. Puede que en aquel momento se pensara que eran procesos que se adquirían de modo natural; no sé. Al llegar a la mayoría de edad, en el uso de mis facultades, comprendí que debía eficientizar el proceso de aprendizaje así que indagué cómo hacerlo. Adquirí una caja de herramientas que va conmigo y me permite dar cuenta, de modo eficiente y ordenado de lo que pienso, de lo que comunico y de lo que leo.
En mi experiencia como docente, le pregunto a mis alumnos universitarios o preuniversitarios si han recibido alguna vez técnicas para pensar, para escribir y para leer. Año tras años la respuesta es la misma. En las pruebas diagnósticas, las preguntas metacognitivas quedan vacías ya que no saben indicar cómo realizan los procesos. En más de una ocasión, si pregunto ¿cómo usted lee?, la respuesta ha sido tan sorprendente y seria como: “¡oh, profesor, con los ojos!
Y pensar que fueron años de chulerías y diversión; pero no de aprendizajes de procesos que permitan generar ideas simples; no hablemos de las complejas. Ciertamente, innovar y diversificar los procesos de aprendizaje es el gran reto; pero el reto mayor es lo importante: leer, pensar, escribir. Por lo primero, no olvidemos lo esencial.
En estos momentos especiales, en el que pretendemos hacer un proceso complejo del mejor modo posible, es necesario priorizar y elegir lo imprescindible; es decir, aquello que permita, en el marco del desarrollo cognitivo del alumnado, la generación de procesos que estimulen el desarrollo de habilidades cognitivas y comunicativas. ¿Por qué ambas? Porque posibilitan adquirir nuevas destrezas de forma autónoma.
Siempre he sido reacio a los mercaderes de la educación que nos vienen como asesores expertos, con sus 90 libros publicados y sus grandes experiencias en lugares que no tenemos ni idea. Mi gran asesor es la paciencia para indagar por mi cuenta y el compromiso ético de hacer las cosas del mejor modo posible, siempre.
No hay modo de educar obsoletos, sino superficiales y banales que no liberan a la persona, solo entretienen.