Hace un tiempo escribí un Animal Cotidiano dedicado a mi poeta favorito, Billy Collins. Trataba del recuerdo de mi primer encuentro con sus palabras, de los sentimientos que surgen cuando leo su obra y de su honestidad con la vida. Cada vez que tomo un libro de su autoría, me sorprendo por las mismas cosas, sobre todo por como  Billy atesora los simples detalles que encuentra en su entorno.

En aquella ocasión, a pesar de darles el nombre de mi poema favorito, no puse ningún ejemplo, ya que Billy Collins es angloparlante y traducir una de sus poesías sería para mi persona más difícil aun que crearla. Luego en otra ocasión, mencioné su poema forgetfulness e hice un torpe intento de traducirles los primeros versos.

Por suerte, no todos son tan poco talentosos como yo al traducir y un queridísimo amigo, llamado Juan Dicent, quien se dedica “algunas veces” a escribir, hizo una magistral traducción precisamente de Forgetfulness. Utilizando la sensibilidad como herramienta, así como lo hace Billy al construir su obra, supo preservar en él toda la magia.

Cuando leí esta traducción, sentí que Juan me había hecho un regalo, que su “post” era especial para mí, aunque él no lo supiera y por esto le mando un cálido abrazo.  De la misma manera que recibí hace un tiempo este maravilloso y especial regalo de su parte, quiero cederlo hoy a ustedes.

 

Forgetfulness by Billy Collins

Traducción: Juan Dicent

El nombre del autor es el primero en irse

seguido obedientemente por el título, la trama,

la conclusión rompe corazones, la novela entera

que se convierte repentinamente en una que nunca has leído

ni siquiera escuchado,

 

como si, una a una, las memorias en tu puerto

decidieron retirarse al hemisferio sureño del cerebro,

a un pequeño pueblo pescador donde no hay teléfonos.

 

Hace tiempo que besaste adiós a los nombres de las nueve Musas

y miraste la ecuación cuadrática empacar su maleta,

y aún ahora mientras memorizas el orden de los planetas,

 

algo más está deslizándose lejos, la flor de un estado tal vez,

la dirección de un tío, la capital de Paraguay.

 

Lo que sea que luchas por tratar de recordar

no está en la punta de tu lengua,

ni siquiera acechando en alguna esquina oscura de tu bazo.

 

Ha flotado lejos en un oscuro río mitológico

cuyo nombre empieza con una L hasta donde puedes recordar,

bien en tu propio camino hacia el olvido donde te unirás con esos

que hasta han olvidado cómo nadar y cómo montar bicicleta.

 

Con razón te levantas en el medio de la noche

para buscar la fecha de una famosa batalla en un libro sobre guerra.

Con razón la luna en la ventana parece haber salido

del poema de amor que conocías de corazón.