La presentación, la mañana este miércoles, de los Apuntes sobre Ciencia e Investigación científica en República Dominicana ha sido mucho más que un análisis del rol que el Fondo Nacional de Innovación y Desarrollo Científico y Tecnológico (Fondocyt) ha jugado por el desarrollo de la ciencia en el país en los últimos veinte años.

Mis primeros contactos con la ciencia dominicana tuvieron lugar hace más de cuarenta años, cuando, joven profesor en la Universidad de Roma, asesoré en su formación uno de los científicos recordados esta mañana, Rafael Cuello. Los lazos de amistad y cariño con él, su esposa Catana Pérez, gran figura de la cultura del País, y la pequeña Lyusik, me llevaron a participar en un inolvidable CURCCAF e invitar jóvenes dominicanos a los talleres avanzados que realizaba el Centro Internacional de Física de Bogotá, siendo uno de los primeros participantes en esa actividad el Dr. Plácido Gómez Ramírez, que, casi treinta años después, hubiera vuelto a encontrar como Viceministro de Ciencia y Tecnología de un país al cual me habían empezado a unir otros lazos personales.

Esto me ha permitido apreciar el progreso de la ciencia en este país, del cual la prueba más contundente es la gráfica que presentó el Dr. Kiero Guerra Peña, Vicerrector de la PUCMM. Esa gráfica, que representaba la evolución del número de publicaciones en revistas indexadas, muestra una curva que la calamidad que nos está golpeando ha vuelto popular, una exponencial.

Afortunadamente, la curva de las publicaciones no parece tender a aplanarse en una logística. Sin embargo, mientras en el caso de la pandemia hay que recordar que no hay garantía de que la curva se aplane en tiempos cortos, en el caso en consideración hay que ser conscientes de que no hay garantía de que esta tendencia permanezca.

El elemento común para las dos condiciones es el elemento humano, social e individual en el caso de la pandemia, gubernamental en el del desarrollo científico.

En las presentaciones por los tres autores y en los comentarios, se han indicado con claridad las condiciones necesarias para que este desarrollo no sea efímero.

Tres de ellas son irrenunciables y no presentan riesgos.

La primera es la creación de doctorados, excelente la propuesta de un programa nacional de doctorado, favorecida por una característica peculiar del País, tener a lado de la universidad pública un amplio conjunto de excelentes universidades privadas, que no adolecen del problema que la educación superior privada presenta en varios países en desarrollo, de desarrollar únicamente sectores económicamente convenientes,

La segunda es el fortalecimiento de la infraestructura científica, para el cual se destacan algunas propuestas, la presentada por el Dr. Carlos Rodríguez Peña de una Ciudad de la ciencia,  la de un gran Centro interdisciplinario de ciencia, tema esto de la interdisciplinaridad central en la intervención del Dr. Sixto Incháustegui, y otra a la cual he contribuido, por haber sido uno de sus proponentes, hace dos años, conjuntamente a dos colegas y amigos galardonados en los últimos dos años con los Premios de la Carrera de investigador, los doctores Núñez-Sellés y Piazza, la propuesta de un Centro Regional de Ciencia de Materiales, recordada en el volumen.

Estos dos temas ponen en la mesa un problema adicional, el de la colaboración regional. El progreso nacional dominicano no puede ser independiente de un progreso general de la Región Centro Americana y Caribeña. Los resultados limitados del programa de doctorados regionales en física y matemática promovidos por el CSUCA, impone una reflexión al respecto.

Hay sectores de la ciencia que no pueden ser descuidados o abandonados por los países en desarrollo porque insostenibles y que, sin embargo, pueden ser objeto de colaboraciones internacionales y regionales. Esta necesidad de colaboración regional no es característica del sector de que estamos hablando, sino impuesta por la evolución de los equilibrios geopolíticos de los últimos tiempos. La ciencia puede ofrecer un campo donde realizarla.

El tercer tema ineludible es el de la financiación. En una intervención de comentario, el Dr. Núñez Sellés ha recordado la recomendación del mítico 1% del PIB de parte de la UNESCO y de la CEPAL, comparándola con la mini-inversión en el País registrada hace cinco años (0.01%).

Sobre este tema hay que ser claros: hay gastos en ciencias y tecnología que no pueden ser variados de manera continua. Programas que se hacen o no se hacen y que de hacerlos tienen un umbral de costo. Esto es particularmente importante en países que bien sea por el tamaño de población, bien sea por tener un PIB bajo o intermedio, son particularmente sensibles a este factor. Esto implica que inclusive el 1% en tales países puede ser inadecuado, y fortalece el caso de la necesidad de colaboraciones regionales.

Dejé por último un cuarto tema, para el cual, aun compartiendo la posición expresada por el Dr. Gómez y apoyada en su intervención por el Dr. Núñez-Sellés, el de un Ministerio de Ciencia y Tecnología, creo que hay que ser claros. Estoy convencido de que puede ser superútil, pero con la condición NECESARIA de que haya conciencia de que no puede ser un ministerio como los demás. No puede ser un ministerio que entre en el juego, legítimo, de las negociaciones entre grupos y partidos que han permitido la constitución o sostienen un Gobierno. Requiere al contrario ser un Ministerio nacional estable en su visión y políticas, al igual que algunos cargos elevados del sector económico.

Lo impone el hecho de que la ciencia y tecnología son un sector estratégico que requiere de políticas de Estado de amplio respiro y proyectadas a largo plazo sin variaciones que solamente pueden conducir a una fuga de cerebros con efectos nefastos inmediatos. Los ejemplos, también recientes y relativamente frecuentes, de países donde esto no ha ocurrido, en particular en América Latina lo comprueban.

No es necesario añadir mucho a estas consideraciones. Solamente me permito recordar la frase que el Dr. Gómez citó en su presentación, lo que dijo el presidente Domingo Faustino Sarmiento con ocasión de la inauguración del Observatorio de Córdoba, el 24 de octubre de 1871 “Y bien, yo digo que debemos renunciar al rango de nación, o al título de pueblo civilizado, si no tomamos nuestra parte en el progreso y en el movimiento de las ciencias naturales”.

Él no ha sido el único presidente latino americano que entendió el rol de la ciencia como elemento fundamental de la imagen e incluso la naturaleza de un país.

Piénsese en Gabriel García Madero en Ecuador, que en esos mismos años creó la Escuela Politécnica Nacional, y más recientemente, en ese mismo país, Rafael Correa, con el visionario, aunque controvertido, proyecto de Yachay, piénsese en Bernardino Rivadavia, o en Simón Bolívar escribiendo al rector de la Universidad de Lima esa frase memorable que tomamos como epígrafe del proyecto del Centro Internacional de Física en Colombia, “Después de aliviar a los que aun sufren por la guerra, nada puede interesarme más que la propagación de las ciencias".

Si todavía tenemos problemas que afortunadamente experiencias como la presentada hoy muestran que se están sorteando para que solamente queden como páginas de historia del desarrollo científico dominicano, es porque esto no se ha vuelto un valor fundante de nuestros países.

Pero hay algo de que no se puede dudar. Es algo que dijo otro presidente, esta vez centro americano, “Triste del país que no tome a las ciencias por guía en sus empresas y trabajos. Se quedará postergado, vendrá a ser tributario de los demás y su ruina será infalible, porque en la situación actual de las sociedades modernas, la que emplea más sagacidad debe obtener ventaja segura sobre las otras”, concluyendo que “la libertad sin educación es ilusoria”. Estaba hablando hace casi 200 años.

La discusión de esta mañana me permite afirmar que en el mundo moderno “La Libertad sin participar del Desarrollo de las Ciencias es ilusoria