“Para, baja la velocidad”, le ruego a mi esposo mientras él maneja a velocidad dominicana en la autopista 27 hacia nuestro Ranchito. “¿Qué, qué, por qué?”, me pregunta él, molesto por mi solicitud. “Veo nuevas flores que crecen al borde de la carretera”. Mira, las pequeñas moradas. Quiero saber qué son”. Ansioso por llegar a Ranchito, él acelera, y rehúsa parar a menos que no sea para cosas importantes, como ante una vejiga llena.
Me encanta el viaje de más de dos horas para llegar a nuestra casa de troncos en Lakeport. Durante ese viaje mi esposo y yo tenemos nuestras más profundas conversaciones de la semana; acerca de las etimologías de las palabras, sobre nuestros sentimientos, pensamientos, historia, política. Además, a medida que cambia la estación, estoy constantemente detectando nuevas plantas y pájaros, y, ocasionalmente alguna tortuga o una culebra. Me asombra que tanta vida esté en apogeo en esta plana y remota área rural.
A mi esposo y a mí nos gusta pensar que nosotros también formamos parte de esta expansión, porque nosotros fomentamos una nueva casa en el campo. No obstante, para ser exactos, no estamos “en el campo”. Nuestro patio trasero mira hacia un sitio bucólico, un panorama de 180 grados de praderas, palmeras y haciendas de ganadería. Pero el jardín del frente se encuentra a lo largo de la carreta estatal 78, que es una carretera de solo dos carriles que comunica a Moore Haven con Okeechobee City.
Como esta carretera sirve para conectar a muchos granjeros y rancheros con sus mercados, nos sentimos como sentados en la primera fila en el desfile de camiones que avanzan pesadamente cargando naranjas, caña de azúcar y ocasionalmente ganado. Como “el tiempo es dinero” para los camioneros, nuestra estrecha carretera SR 78 a menudo se convierte en una vía rápida que pone en peligro la vida de muchas pequeñas criaturas, tales como las tortugas Terrapene (Box Turtles), comadrejas, y hasta a algunos perros curiosos como nuestra Cookie.
En la carretera SR 78 también podemos entrever los motociclistas panzones que salen los fines de semana a pasear y, en ocasiones los automóviles de la policía del condado que transitan a 90 millas por hora hacia el sitio de la más reciente calamidad del condado. Vemos los autobuses escolares que tienen una parada cerca de Ranchito, así como vemos también los pescadores en sus camionetas que arrastran sus botes motorizados hacia la rampa más cercana de acceso al lago.
En realidad, nuestra hermosa casa de troncos está encajonada entre la quietud bucólica y la variedad de sonidos discordantes del tráfico. Estamos en las afueras del independiente Lakeport, al este, no muy lejos de Big Bear Beach, que una vez fue un pueblo con tienda y escuela, pero que ahora no es más que un grupo de casas. Estamos unas millas al sur de Brighton, una reservación de indios seminolas. No estamos ni aquí ni allá; al contrario, existimos en un tipo de espacio híbrido.
Esto me trae a la memoria los espacios ocupados por los inmigrantes y refugiados, quienes no están completamente ni aquí, ni allá; están en un tercer espacio donde las personas tienen que encontrar nuevas maneras de describirse a sí mismos, utilizando un guión, como los cubano-americanos, los neuyoricans, los dominican-yorks, chicanos, etc.
El corazón de Lakeport se agrupa alrededor se varios campamentos de pescadores, puertos deportivos, zonas de casas móviles que se refinan al llamarlas “centros turísticos” para autocaravanas. En resumen, Lakeport es una comunidad de obreros y turistas estacionales, a excepción de escasas residencias de lujo albergadas junto a los canales, inmediatamente debajo del dique que rodea el lago Okeechobee. El Ranchito está un poquito más lejos, al nordeste, más allá de donde ocurren las actividades.
¿Qué significa estar en las afueras, en la orilla de un pueblo que ni siquiera está incorporado y que no consta en la mayoría de los radares? Esto significa que los GPS no funcionan bien en esta zona.
Los invitados y los trabajadores de mantenimiento que deben venir a Ranchito a menudo se extravían, y a veces terminan en el condado vecino. Lakeport no tiene su propia oficina de correos ni una zona postal propia. Mientras que la mayor parte del pueblo recibe sus correspondencias desde la ciudad de Moore Haven, nosotros al final de la parte noreste recibimos nuestra correspondencia y distrito postal de la ciudad de Okeechobee.
Cuando estamos en espera de nuevos visitantes o de un empleado de mantenimiento hemos aprendido a señalarles puntos de referencia. Estamos al este de la estación de gasolina Circle K, de la tienda de cebo y carnadas Beck y del bar Twin Palms, justo al oeste del parque se caravanas Bear Beach. Además, les decimos, cuando ve la iglesia Point of Light Fellowship, ya está a cuatro casas de la nuestra.
Vivir en los alrededores del pueblo, frente a una carretera de tránsito rápido, significa que muchas personas simplemente transitan sin notarnos. En los primeros seis años en que vivimos allí ningún visitante indeseado se presentó. Nunca hemos recibido invitaciones para fiestas o celebraciones, excepto para la reunión anual de la cooperativa de electricidad y de la asociación del agua, reuniones en las cuales votamos en calidad de miembros de estas y pagamos nuestras facturas. Los transeúntes pueden ver la casa, el jardín y las plantas; pero aún cuando trabajamos fuera de la casa, solo contados amigos tocan la bocina o saludan con la mano.
Estar en la periferia del pueblo puede tener sus connotaciones negativas con respecto al lugar que se ocupa, como tener un sentimiento de “marginalización” o de estar en un territorio marginal. Sin embargo, también tiene su encanto vivir en las márgenes de los lugares. En las áreas limítrofes hay una mezcla de pluralidad de culturas e identidades. En nuestro barrio, si puede llamársele así, hay una mezcla de invernantes, residentes permanentes, descendientes de viejas familias de pobres blancos sureños, pescadores vacacionistas, algunos indios seminolas propietarios de viviendas, uno o dos vaqueros auténticos y una familia que es mezcla de pobre blanco sureño e indio seminola que posee grandes extensiones de terreno, así como un ranchero colombiano que explota alrededor de 1,000 acres de tierras de pastos.
Mi esposo y yo formamos parte de esa mezcla. Los dos somos migrantes de otros lugares. Él es oriundo de República Dominicana y yo anteriormente del estado de Colorado, aunque últimamente ambos procedemos de Miami Beach.
De pasada deseo mencionar que las florecitas moradas que vi en la carretera camino de Ranchito también son migrantes, probablemente de Sudamérica. El nombre común es Largeflower Mexican clover, que es un nombre poco apropiado porque la planta no es un trébol y no viene de México. La planta (Richardia grandiflora) es parte de un género con flores de la familia Rubiaceae, familia que incluye el café, la quinina, la ipeca medicinal, la Corona de la reina, artridgeberries, que pertenece al género Mitchella, del orden de las Gentianales, gardenias y pentas. La planta Largeflower Mexican clover no es comestible y puede causar vómito, tal y como lo hace el jarabe de ipeca.
Nuestro vecino de cabellos y barbas enmarañadas que ha vivido allí por más de 45 años dice que él no había visto esta planta en Lakeport hasta recientemente y la planta ya está por todas partes. Algunas personas consideran esta planta como una gran molestia porque les invade el césped. De cualquier modo nosotros les pasamos la cortadora de césped como hacemos con toda la grama del césped. Esta plantita es excelente para cubrir el suelo porque es corta y a las abejas les agradan las flores tubulares que crecen en grupos de cuatro o seis flores.
Me gustaría pensar que mi esposo y yo somos como esas florecitas que crecen a lo largo de las verjas del pasto y al borde de la carretera. No somos más que parte de la fluida e inadvertida masa de peregrinos que constituyen la colorida y continua cambiante mezcla, tal como es la población de los Estados Unidos.
Julia Álvarez, la reconocida novelista dominico-americana expresa la alegría de estas mezclas:
“Pienso que la nueva identidad [de inmigrantes] es una mezcla que es producida y convertida en otra cosa. . . Esto es lo que significa formar parte de los Estados Unidos, una mezcla de muchos tipos, culturas y nacionalidades, lo que incluye las lenguas. . . Es algo fluido y excitante. Adoro esa fluidez y riqueza de pueblos. No estamos apretados o limitados en un minúsculo envoltorio. . .”