En tiempos pandémicos hasta el descanso cansa. La obligada cuarentena produce también otras irritaciones que no se limitan a las filas de espera y a los enjuagues de mano. Pero debemos admitir que, como contrapeso, el aire que hoy respiramos es más puro y agradable. A eso posiblemente se deba que las trinitarias de la Ciudad Colonial (CC) actualmente exhiban una hermosa exuberancia, tal vez sin precedentes. Como corolario de la pandemia se nos antoja entonces preguntar si, para engalanar al histórico recinto, las flores deben ser su distintivo hegemónico.
Yuxtaponer la historia del recinto con las flores no sería ninguna herejía. Como expresión excelsa de la belleza en la naturaleza, a las flores se les reconoce un mágico e irresistible encanto. Si se celebra anualmente una exposición y un concurso de orquídeas en el Jardín Botánico, con el sugestivo lema de “Amor, patria y orquídeas”, es porque esa flor se reconoce como un insigne ejemplo de esplendorosa belleza. Contemplarla produce un gran placer estético. Por ende, en vista de que en la CC se fraguó la independencia nacional, la más bella gesta de nuestra historia, revestirlo de flores entronizaría una cofradía del buen gusto entre la historia y la belleza.
Resaltar los atributos de ese aparejamiento, sin embargo, no ha sido el objetivo de los esfuerzos que se han hecho en el pasado para promover la siembra de trinitarias en el recinto. Inspirados por el cultivo que hacía James Thayer de la frondosa planta, un ilustre residente extranjero, los directivos del antiguo Patronato de la Ciudad Colonial emprendieron un esfuerzo por masificar la siembra de la planta para embellecer los diversos entornos. Celebraron talleres y concursos que procuraban incentivar su cultivo y en ocasiones prendió un vivo entusiasmo. Con auspicios de la AECI y el ADN, posteriormente se llegó hasta a imprimir una Guía para estimular los esfuerzos.
ASOCONDE también inició un proyecto similar para la calle El Conde, pero el pillaje de las plantas y los maceteros que colgaban de las lámparas del alumbrado dio al traste con el esfuerzo. También el Programa de Fomento al Turismo del MITUR/BID optó por sembrar trinitarias en las jardineras que instaló en las ensanchadas calzadas de las calles Isabel La Católica y Arz. Merino. Y más recientemente, la Dirección de Patrimonio Cultural y Centro Histórico del ADN, encabezada dignamente por la circunspecta arquitecta Diana Martinez, ha repetido intentos de revivir ese entusiasmo, pero sus limitados recursos no le han permitido ir lejos. Un tramo de la Calle Sanchez y el Callejón de Regina hoy todavía exhiben remanentes de esass iniciativas.
Originaria del Brasil, Perú y Argentina y con el nombre científico de bougainvillea spectabilis, la trinitaria es un arbusto que se ha diseminado por toda la región del Caribe. Aquí “tenemos diferentes colores de esta planta y la floración ocurre durante todo el año debido a nuestro clima y al permanente sol que hace florecer a las plantas de trinitaria de manera exuberante.” Cual elixir del romance y de joie de vivre, ya se ha empotrado en el paisaje de la CC “sirviendo de inspiración a pintores, artesanos, artistas del lente y de las letras, y a miles de visitantes nacionales y extranjeros.”
Pero la presencia de la trinitaria en la CC no se debe a ningún otro motivo que no sea el placer estético que perseguían sus cultivadores originales. Si la asociáramos con La Trinitaria de Juan Pablo Duarte o con la Santísima Trinidad que han invocado las iglesias del recinto estaríamos despistados. Porque prevalezca en el recinto tampoco es razon para que, en un proyecto de flores, se adopte como la única a ser difundida por sus cuatro costados. En el trecho de la Calle Mercedes que discurre entre la Arz. Merino y la Isabel la Católica se puede encontrar ahora mismo una deslumbrante floración de “mantequilla”, una bella flor amarilla del roble amarillo que bien pudiera ser la prevaleciente. Pero la sola presencia en el recinto no es un criterio calificador, como tampoco lo es que florezca todo el año o que sea de fácil mantenimiento.
Dada la significación histórica con que esta revestida la CC, lo lógico sería que la flor a sembrarse por doquier fuera la filoria, o “jazmín de Malabar”, por ser esta, importada por Filomena Gomez de Cova desde Caracas, la flor que adoptaron los trinitarios para identificarse secretamente. Después de todo, no se conoce de ninguna flor que se asocie con la época colonial y la gesta de la Independencia es el hecho histórico de más relevancia para nosotros. Al ser blanca y producir una sutil fragancia es dable alegar que representa lo más puro del alma dominicana y que simboliza nuestra identidad nacional. Su único problema es que florece durante los pocos meses de invierno.
Pero sería injusto ignorar que la flor nacional es la rosa de Bayahibe, una flor originaria y exclusiva de nuestro país a la que oficialmente le debemos culto. Esta es “dioica”, es decir, hay machos y hembras y su reproducción requiere que la hembra sea polinizada por el macho a través de los insectos. Exhibe un delicado color rosado, las hojas del arbusto son elípticas y de su tronco brotan espinas. Por la Ley No.146-11 sustituyó a la flor de la Caoba como flor nacional y, debido a que su hábitat en Bayahibe está amenazado, se cultiva en el Jardín Botánico para evitar su desaparición.
Habrá quien, de cualquier modo, prefiera llenar a la CC de orquídeas. Existen 350 especies de orquídeas en nuestro país y, de sembrarse todas en el recinto, la variedad deslumbraría al visitante. Pero cual o cuales flores escoger sería una tarea repleta de controversia, especialmente si se conoce el libro Los Árboles de Santo Domingo (2010). Cualquiera puede recomendar que, por su exquisito aroma y simbolismo histórico, predomine la filoria y que la misma sea complementada por la llamada “Velo de Novia” que engalana a Pedernales. Su estacional floración, sin embargo, condenaría al recinto a una limitada exhibición de sus atributos. De ahí que lo ideal sería mostrarla en compañía de la trinitaria, la rosa de Bayahibe y las orquídeas.
Para fines de la visitación turística extranjera, debemos admitir que el embriagador embrujo de las flores podría erosionar el interés en la monumentalidad histórica. Pero la experiencia psicológica de la yuxtaposición de ambos elementos –misterios de la historia y el deleite estético de las flores—engendraría mayor fidelidad del consumidor a sus remembranzas del viaje a nuestro destino. Eso a su vez genera una invaluable publicidad de boca a boca que se traduciría en visitas adicionales. Para los nacionales, la yuxtaposición no empañara el interés en la historia y posiblemente promueva, al sacudir la sensibilidad del visitante, la búsqueda de mayor armonía social.
¿Quién estaría llamado a orquestar el proyecto de masificación floral de la CC? So pena de enfurecer a los augustos miembros de la Academia Dominicana de la Historia y/o del Instituto Duartiano, la agrupación Protectores de Nuestro Patrimonio Histórico podría ser la entidad adecuada (con sus más de 4,127 afiliados). Pero igual validez tendría pedirle a alguna de las acaudaladas familias del recinto dejar eso como su legado, o a la Asociacion de Bancos Comerciales reivindicarse con el trascendente altruismo de su veneración histórica. El proyecto es demasiado demandante para dejárselo a los generales de las Fuerzas Armadas o a la encopetada membresía de la Quinta Dominica. Ojalá y todas estas entidades se disputen su patrocinio.