Sin ánimo de adoptar el pesimismo que suele embargarnos cuando hablamos del futuro o del pueblo dominicano en su conformación idiosincrásica, quiero exponer una idea recurrente en estos días en torno a las causas que han imposibilitado mejores números en términos de calidad educativa. Tal vez no presentaré variadas causas, sino dos entre ellas que me parece van muy unidas: la falta de rigor y la indisciplina académica.
Cuando hablamos de falta de rigor me refiero al modo en que se le exige, por un lado, las tareas al alumno y, por el otro, al modo en que se evalúa. El interés centrado en la calificación final es un indicio fehaciente de este comportamiento que, sin ánimo de caer en generalizaciones banales, me temo está presente a lo largo y ancho del territorio nacional. Lo noto tanto en el producto final del sistema de formación general que son los estudiantes de nuevo ingreso a los que me toca recibir en las universidades en que laboro (tanto la pública como la privada). Cuando centramos el foco de atención en una calificación final, el proceso y las habilidades cognitivas y metacognitivas pierden su protagonismo.
Mirar el resultado final sin contemplar y hacer conciencia de lo ejecutado en el proceso y el cómo se ha ejecutado es perder el norte o ponerlo en lo que, en realidad, es el resultado natural de lo anterior. El mal hábito con el que llegan los alumnos de nuevo ingreso es tan generalizado que uno cuestiona qué se enseñó durante la Secundaria. Claro está, a la regla se le imponen algunas exenciones. Pero cada vez estos casos deseados parecen ser tan escasos que raya en el milagro cuando encontramos un alumno capaz de seguir un proceso y establecer no solo el qué hizo, sino el cómo y los porqués para desempeñarse de tal modo.
Debe quedar claro que la exigencia y el rigor se adecuan al propósito pedagógico y al desarrollo psicológico y cognitivo del alumno; pero siempre debe haber una guía para ejecutar procesos y unos criterios de acción apegados a estándares cada vez más alto. Solo así se crea el hábito de la disciplina y la perfectibilidad no solo de lo que se hace rutinariamente sino también la del propio carácter está asegurada. Recordemos el viejo adagio de que “el hábito hace al monje”. En este sentido, la indisciplina y la falta de rigor en el seguimiento y la evaluación de procesos que me encuentro de forma generalizada en los estudiantes de nuevo ingreso, me indica que hubo si no una nula al menos una escasa formación en seguir procesos y juzgarlos a partir de estándares de actuación y autocontrol personal, que a la larga es el resultado más deseado de la disciplina escolar.
Por mucho tiempo hemos creído que la adopción de nuevos enfoques, la pseudorrenovación de los contenidos curriculares y el incremento de la cantidad de horas dedicados a las asignaturas nos traerá un sujeto mejor formado. Incluso actualmente tenemos el adefesio de unas mal llamadas “salidas optativas” creadas con el ánimo de forjar un sujeto más crítico y autónomo en términos cognoscitivos. En realidad, lo que hemos hecho es confundir cantidad con calidad. Más contenidos, más competencias, más horas académicas impartidas, más trabajo no redundan necesariamente en mejor sujeto ni en mejor formación en valores ni en intelecto. La formación de las personas no es una sumatoria de elementos dispersos, un añadido informe de cúmulo de horas cargadas de actividades sin propósito ni de contenidos sin fines claros.
La educación de la persona humana se hace a través del desarrollo de buenos hábitos y, como bien lo señaló Aristóteles y toda la Paideia griega, el hábito bueno es el que forja el carácter virtuoso. Crear hábitos de disciplina escolar afianzará el seguimiento concienzudo de los procesos que permiten la construcción colectiva del conocimiento, el debate libre de las ideas y la expresión variada de nuestras individualidades. Mostrar y exigir rigor en el seguimiento de unos procesos que crean hábitos de excelencia rinde más fruto que el simple cúmulo indisciplinado de actividades de enseñanza que a la larga tienen más de lúdica y de matatiempo que aprendizaje.