Borges, controversial y  respetuoso a la vez, mostró atracción por el agnosticismo, admiró el cristianismo y veneró el judaísmo. Además, en el velatorio de su madre dijo solemnemente: “Cuando yo muera quiero hacerlo en el seno de la fe de mi madre”. Fiel a ese planteamiento la familia llamó un sacerdote para que lo asistiera en sus momentos finales y sobre los cuales ese reverendo reportó: “Lo sentí asociarse a la oración y al sacramento de la reconciliación”.

 En 1932, mucho antes de crearse el estado de Israel, Borges alertó acerca de la “obscena doctrina llamada Antisemitismo”. Seguidores del nazismo lo acusaron en 1934 de tener una “ascendencia judía maliciosamente ocultada”. Borges ripostó con una valiente nota titulada “Yo judío”. También  en ese año escribió: “Si pertenecemos a la civilización occidental, entonces todos nosotros, a pesar de las aventuras de la sangre, somos jueces y judíos”. Borges siempre admiró la cultura judía pero insólitamente su pretendida, Cecilia Ingenieros, lo abandonó acusándolo  de antisemita, con la descalificada coartada de que los personajes del cuento Emma Zunz fueron descritos como judíos, para darle verosimilitud al relato, según Borges. Décadas después, en 1969 Borges visitó Israel invitado por el fundador de esa república, David Ben Gurión y, al regresar, expresó que había visitado “la más vieja y al mismo tiempo la más joven de las naciones”. En otro viaje, en 1971, para recibir el “Premio Jerusalén”  declaró “siempre me he sentido ligado a Israel, desde mi infancia”.

Con su inigualable  erudición Borges llamó Emmanuel Zunz al personaje que, al fallecer, convirtió a su hija en vengadora justiciera. Emanuel procede del hebreo “immánú-el”, que significa “El Dios con nosotros” o “Dios en medio de ellos”. Como referencia bíblica,  el libro del profeta Elías reseña: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”. Como reivindicación o desagravio Borges asignó el nombre sagrado Emanuel a quien se envenenó con barbitúricos luego de ser acusado de cometer un desfalco, pero antes de huir reveló a su hija que el verdadero autor del hurto fue quien luego se hizo propietario  de la fábrica donde ellos laboraban.

La hija fue llamada Emma, diminutivo de Emanuel y que en alemán significa “fuerza”. Borges evadiría llamarla “Judith” que en hebreo significa “la judía”, pues eso la hubiera asociado a la heroína bíblica Judith y desaparecería el misterio cautivador y la sorpresa en el guión. El asesinado dueño de la fábrica fue llamado Aarón Lowenthal, vinculándolo al primer sumo sacerdote hebreo, investido por Dios en el desierto, de acuerdo al Éxodo. Siendo Moisés tartamudo encargó a Aarón, su hermano mayor, para que fuera  su portavoz. Resulta chocante que siendo Lowenthal avaro, hipócrita, ávido  de dinero y con falsa religiosidad se le asociara con Aarón, que fue de gran ayuda en la travesía del desierto.  Sin embargo, contrastando con sus virtudes, Aarón cometió faltas graves promoviendo la adoración del “Becerro de Oro”. Lowenthal, ostentando ese nombre bíblico fue pecador y por eso fue ajusticiado por Emma que desempeñó un rol similar al descrito en el libro de Judith, del Antiguo Testamento.

Judith era una viuda virgen que no consumó su matrimonio por la impotencia de Manasés, quien fue su esposo. Vivía castamente en Betulia retirada de la vida pública. Al estar su ciudad  a punto de rendirse, asediada por Holofernes, lugarteniente de Nabucodonosor, Judith se vistió con ropa seductora y visitó el campamento de Holofernes quien quedó prendado de su belleza. Luego de un gran banquete privado  Holofernes, estando embriagado  durmió profundamente.   Judith aprovecho el sueño para degollarlo   y colgó su cabeza en las murallas de Betulia. Miles de los invasores asirios, al notar la muerte de su jefe huyeron despavoridos. Los israelitas vencieron y la ciudad clama a Judith como su salvadora.

Los críticos cuestionan la validez jurídica de que Emma se haya convertido en un instrumento de la justicia divina con una “rápida estrategia que permitiera a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana”, pero sin que la ajusticiadora fuera condenada por el asesinato. La tesis de que el vengador justiciero debe quedar impune la planteó Edgar Allen Poe a través de un personaje de “El barril del Amontillado”: “No solamente tenía que castigar, sino que castigar impunemente. Una injuria queda sin reparo cuando su justo castigo perjudica al vengador. Igualmente queda sin reparación cuando ésta deja de dar a entender a quien le ha agraviado que es él quien venga”.