Anunciar el fin de la política es un acto de insensatez intelectual similar al de Francis Fukuyama que anunció el fin de la historia y nunca llegó. Han continuado las guerras, la pobreza, la opresión, el descontento. Y es que la política es inacabable; es lucha de poder, y la historia de la humanidad no conoce época sin ella.

¿Por qué entonces encabezo así este artículo? Porque la idea del fin de la política sirve de metáfora para describir lo que sucede actualmente en el país.

Aunque la política es lucha constante de poder, también es construcción de utopías, de referentes éticos y normativos, y esperanzas por un mañana mejor. Desde esta óptica, en República Dominicana se asiste al fin de la política.

No hay ética ni utopía entre los actores principales de la macro-política: los partidos, el Estado y las grandes instituciones privadas. Los movimientos sociales y la sociedad civil son débiles y muchos están entrampados con los partidos y el Estado en la amplia red clientelar.

La política dominicana fluye de farsa en farsa, de trampa en trampa, de escándalo en escándalo. Habita en un terreno fofo donde hasta los vientos soplan en burla

El PRSC se desvaneció como organización política por continuar derivando grandes beneficios del Estado, y nunca fue referente de construcción de utopías democráticas.

El PRD encarna una lucha personalista y desorganizada producto de tres décadas de abandono de todo referente ético y utopía democrática.

Antonio Guzmán se suicidó en medio de acusaciones de corrupción que levantaron sus propios compañeros de partido. Salvador Jorge Blanco terminó su presidencia con gran descrédito y Balaguer lo convirtió en un paria eterno. Hipólito Mejía dejó el gobierno en medio de un desastre financiero y la economía en picada. Ese partido que encarnó las utopías democráticas de las grandes mayorías, se ponchó con tres strikes en el gobierno. Ahora naufraga sin el menor apego a principios.

El PLD, inicialmente pequeño y con el líder político más intransigente con las normas éticas, fue transformado por sus jóvenes dirigentes en una maquinaria de hacer dinero y reproducir poder. Quedaron embrujados con Balaguer y se hicieron diestros en articular los intereses de los históricos desfalcadores del Estado que nunca se han despegado del poder.

En los gobiernos del PLD aumentaron el presupuesto, la deuda pública y los impuestos; se hicieron concesiones inadmisibles, y se elevó el clientelismo a nivel de política pública.

Los partidos minoritarios se colocan en uno de dos bandos: los que amamantan recursos públicos en coalición con un grande, y los que no logran ni siquiera votos suficientes para mantener estatus legal.

Así constituido, el panorama político de República Dominicana es desolador. No hay utopía ni ética, no hay justicia ni certeza. Predomina el inmovilismo.

Leonel Fernández encubrió todas estas deficiencias con un discurso de progreso que animó mucha gente después de la crisis económica de 2003-2004. Danilo Medina lo encubre ahora con sencillez y guayabera, y algunas medidas de impacto que sostienen su alta popularidad. La ultra-derecha enquistada en el gobierno espera mantener el pueblo entretenido y enfilado con patrioterismo. Amplios segmentos del pueblo se apegan al gobierno buscando aliento económico para sostenerse. Con ellos aseguran una gran masa electoral.

La política dominicana fluye de farsa en farsa, de trampa en trampa, de escándalo en escándalo. Habita en un terreno fofo donde hasta los vientos soplan en burla.

Pero ah, el fin de la política nunca es eterno; hay oasis en el desierto. Algún día volverán a repicar las campanas de cambio por un país más justo y más organizado, de menos corrupción, menos violencia y menos delincuencia. Por ahora, el horizonte es agrio, los ladrones son muchos, y las víctimas sucumben en la impotencia.

Artículo publicado en el periódico HOY