Saludos y abrazos, amable lector, a usted que no conozco, pero respeto (seguidores de los vinchos no incluidos), quiero decirle que a principios del Otoño (oops, creo que las estaciones no van con mayúsculas) terminé de leer, por fin, La Anatomía de la Melancolía, el inmenso regalo a la humanidad del inglés Robert Burton para luchar contra ese achaque. A Borges le debo el placer. Borges era un escritor pedagógico, generoso, conduce hacia otros escritores, con citas de genios que el lector avezado busca y lee.

En este libro del año 1621, Burton investiga la melancolía, cita largamente y minuciosamente como a mil sabios antiguos sobre el tema, además de sugerir remedios prácticos que involucran dieta, nuevas amistades, viajes a lugares confortables, et cetera. Una cosa que me gustó de una vez es que dizque el libro lo escribió Demócrito Junior, un homenaje divertido a Demócrito, filósofo griego presocrático, quien tal vez fue uno de los primeros en salir con eso de cositas chiquititicas llamadas átomos.

Esto también es a propósito. Algo pasó en mi cerebro cuando leí esta cita en Latín:

"Tu tamen interea effugito quae tristia mentem
Solicitant, procul esse jube curasque metumque
Pallentum, ultrices iras, sint omnia laeta".

La verdad es que no entendí ni pío, amable lector, pero eso no evitó que, como un autómata repentinamente dotado de voluntad atómica, repitiera en voz alta las altas palabras en la muerta lengua del latoso Virgilio, sintiendo, en cada repetición, que en mi cerebro se abría una ventanita donde aparecía el viejo escolar inglés musitando una nueva sugerencia para el disfrute verdadero de la vida:

1. No malgastes el tiempo haciendo vainas que no te gustan.
2. Sé amable hasta con el odiable.
3. Ayuda a quien te necesita de verdad.
4. No leas tus poemas en público.
5. Saturno es un planeta melancólico, no lo mires mucho.
6. Escalar montañas y picos es de atronaos.
7. Evita discusión twittera sobre política con bípedos que viven de eso.
8. Lee solo a los griegos y a los ingleses.
9. Cero tayota sin importar el relleno.
10. No vayas donde puede aparecer un oso.
11. No escuches bachata por nada del mundo.
12. Aunque camines solo a casa que tu Fe en el Amor sea todavía devota.
13. No te abones con el 2020, nunca sale en el Win4.
14. No guardes rencores…

Otra forma de decirlo sería que me convertí en un Jedi. No uno con mucho poder, amable lector devoto de Darth Vader (no podría estrangular con la mente a un familiar indeseable), pero si uno menor (si me concentro muchísimo podría tumbarle el último tostón o la última alita de pollo a ese mismo familiar); alguien que ahora ve claramente la solución a algún problemita. Un jedi de una versión del jedismo donde todo es harmonizado a través de la Paciencia, no de la Fuerza. Verbigracia, yo tengo un cliente dominicano que siempre me llamaba comandante, y yo, lo militar dominicano me es repugnante (tal vez por vivir en los años de perezypere neinivar belisariopeguero chininolluvere candelier y no en los de Luperón o Caamaño), sentía un majón en el alma cada vez que me llamaba así. La primera vez que lo vi, después del alumbramiento atómico, lo recibí a boquejarro con '¡DÍGAMEGENERALDEBRIGADA!', algo que, obviamente, lo desubicó, gagueó, desde ese momento me llamó, para siempre, Juan. También tengo un vecino que no me saludaba, no solo eso, sino que me miraba mal, the evil eye, vaya usted a saber por qué, eso no es importante, la primera vez que lo vi, después del alumbramiento atómico, me le acerqué con una sonrisa y la mano extendida diciéndole, no, cantándole:

¡Saludos vecino!
Mi nombre es Juan
Somos vecinos
¿Cómo estamos vecino?

Ahora me saluda efusivamente, ¡Saludos vecino!, cada vez que me ve, me ayudó a entrar mi cómodo sofá cama y me pasó un domingo, precisamente después de la gran nevada, un plato de ceviche ecuatoriano de camarones que me quitó una tupición que tenía.

Habiendo dicho esto. Ahora que me siento un jedi entiendo por qué los jedis no viven cerca de familiares (Yoda hasta se fue para el pantanoso Sistema Dagobah), sus actuaciones desconsideradas pueden llevarlos al lado oscuro de la Paciencia, hacer que a todo respondan como un wookie gruñón. Verbigracia, algo digno de un estudio frenopático es lo rápido que mis parientes aquí en Nueva York olvidan el Inglés, aprendío a coñazos, desde que aparece la encomienda de tener que llevar a Tía Dolama a una de sus citas médicas. Es decir, yo mismo los he visto a todos viendo Tango and Cash, no Tango y Pesos, y llevando la intrincada trama muy bien como cualquier gringo de gusto atroz y, sin embargo, "Yo no sé inglé" es la frase que ipso facto sale de sus picos desde que Tía Dolama llama, que es a menudo.

—Dios me lo bendiga Sobrino.
—Ayayay… Cion Tía.
—Dino, querido sobrino que cuidé cuando casi te mueres de hepatitis a los 2 años, necesito que vayas conmigo al doctor, que es americano y no habla español.
—Ayayayay… ¿Y Jodona?… ¿Y Elquepide?… ¿Y Necita?… ¿Y Guanajo?… ¿Y Tinajita?… ¿Y Elasutadoña?… ¿No pueden ir?
—No, que ellos no saben mucho Inglés.
—Oh…

Algunos pensarán que cómo es posible que en Nueva York los hospitales no tengan traductores, los tienen, hasta de Guaraní, pero estos traductores, si no son dominicanos, carecen de esa peculiaridad que engendra la intimidad nacional, ese manejo de palabras vernáculas como Tiriquito, y tal vez por eso las achacosas doñas dominicanas arrastran a los parientes, que honestamente reconocemos saber Inglés, a sus frecuentes citas médicas. Tenemos que pedir permiso en el trabajo, levantarnos de madrugada para la encomienda, encomienda especialmente terrible un lunes de invierno que amaneció a -10, con un nefasto reporte climático que mencionaba mucho al gélido viento del Noroeste. Estaba tan frío que en la estación de subway, para de una vez hablar como Yoda, congelada bandera estaba la.

Otra cosa que aprendí desde el alumbramiento atómico (gracias también a ver una entrevista a Billy Wilder donde dijo que cuando trabajaba con un actor muy malaonda se repetía que la filmación acabaría, que ese martirio no era eterno) es que no debemos quedarnos rumiando ante esos pequeños infiernos inevitables pero con fecha de expiración, ya a las 3 de la tarde yo estaba libre de esa cita médica, con la promesa de Tía Dolama de que iba a cocinar una olla de su famoso locrio de cerdo solo para mí, para que me pasara la semana entera comiendo. Que la Paciencia esté con usted, paciente lector.