Tras los recientes atentados terroristas sufridos por la ciudad de Barcelona, resurge el tema de los factores que contribuyen al terrorismo en las sociedades occidentales.

Los perfiles terroristas son diversos. En muchos casos, nos enfrentamos con jóvenes de género masculino, casados, con escasa educación y pertenecientes a los segmentos marginados de las sociedades opulentas. Pero los hay también pertenecientes a clases acomodadas y con educación universitaria, aparantemente integrados a las sociedades donde adquirieron su instrucción.

Un denominador común y frecuente para desarrollar estos perfiiles es la exposición a un ambiente que propicia, defiende y educa en prácticas de arraigo a un mundo incompatible con el entorno donde estos individuos desarrollan sus vidas cotidianas. Esto no impide que los mismos lleven una vida aparentemente normal, como ir diariamente al trabajo o estudiar en la universidad.

Pero dicha exposición continua y sistemática a través de los años  genera una poderosa fractura a nivel psicológico. El individuo termina habitando un mundo del que no se siente partícipe, sus lazos de co-pertenencia están rotos, como si hubiera sido forzado a estar en un sitio hostil, sus anhelos se encuentran en un lugar ideal, utópico, la representación de un mundo que él entiende conforman todos aquellos que comparten su credo.

Mientras tanto, la reafirmación de ese mundo depende de la aniquilación de los estilos de vida que conforman el entorno concreto donde él vive.

Recordando al profesor Carlos Fraenkel, célebre por su libro Enseñar Platón en Palestina, donde resume su experiencias como cultivador de la filosofía en zonas de conflicto, me pregunto si el ejercicio dialogante que él ha llevado a cabo por el mundo puede ser fructífero con chicos que parecen incapacitados para el diálogo.