La Filosofía es un saber racional y argumentativo de segundo grado. Racional porque usa de modo exclusivo la razón humana para explicar y comprender la realidad; esto es, interpretar el mundo, los demás y a nosotros mismos. Argumentativo porque se sostiene en razonamientos lógicos, coherentes, a partir de los cuales se comprende y explica lo real. Segundo grado porque, en el momento actual, ella depende de los avances de las Ciencias Fácticas, con las cuales dialoga y se nutre para concatenar su cadena coherente de argumentos frente a su objeto de estudio. Muchos autores se han preguntado con acierto lo siguiente: frente al avance de las Ciencias Fácticas, ¿cuál es el papel de la Filosofía?

Las respuestas a esta pregunta son múltiples y vienen desde filósofos, epistemólogos, cientistas, etc. Quedémonos con una: “La Filosofía es un análisis de las ideas” (Gustavo Bueno). Si analizar es dividir el todo en sus partes constitutivas, entonces, la Filosofía versará sobre la composición de las ideas que están presentes aquí o allá: vida cotidiana o campo especializado del saber. En este orden, el análisis de las ideas o conceptos que fundamentan determinado saber o determinadas prácticas, son ámbitos propios del análisis filosófico. En este sentido, el filósofo deja de ser un “iluminado” que vive en las nubes, para ser un “despierto” entendedor de lo que está de fondo en tal o cual saber o en tal o cual práctica propia a la vida humana.

Bajo estos dos presupuestos, la Filosofía como discurso racional y argumentativo de segundo grado y la Filosofía como análisis de las ideas, me he preguntado lo siguiente: ¿Qué puede y debe decir la Filosofía sobre los feminicidios? ¿Cómo ha de explicar y comprender (esto es Interpretar) la cuestión de la violencia física del hombre hacia su pareja? Sin pretensión de un saber último sobre el fenómeno, ¿cómo la Filosofía puede ayudarnos a comprender el fenómeno de los feminicidios? Mejor aún, ¿cómo puede ayudarnos a superar este flagelo?

Es evidente que frente a la víctima que padece, la Filosofía no tiene nada que decir. El gesto o la palabra solidaria pierden su sentido frente al cadáver ensangrentado de una mujer caída. Del victimario, que en no pocos casos termina suicidándose, las ciencias de la conducta tienen mejor explicación de lo que motiva el hecho mismo. ¿En dónde trabajaría, pues, el quehacer filosófico? En las ideas que sostienen la práctica instaurada. El trabajo del filósofo está en desmantelar los supuestos (conceptos, comprensión de sí, comprensión del otro, comprensión del mundo, etc.) que están detrás del hecho feminicida.

En esta labor de análisis del fenómeno, a través de las ideas y supuestos que instauran la práctica, la Filosofía tendrá que hacerse acompañar por las ciencias de las conductas humanas (Psicología y Sociología) y de la acción humana (Política y Ética) y, desde un enfoque de género no excluyente, interpretar el fenómeno con miras a una estrategia de prevención más eficaz que la actual. Lamentablemente fallida: ¡las estadísticas no nos dejan mentir!