En mi artículo titulado ¿Filosofía para niños? (cf. Acento 8-5-2011), me referí a los supuestos filosóficos del programa de Matthew Lipman, cuyo propósito es incentivar las actitudes de asombro y criticidad en la población comprendida entre los 3 y los 18 años de edad.
Es probable que, en términos bastante vagos, lográramos un consenso sobre la necesidad de estimular las actitudes anteriormente señaladas desde la más temprana edad. Sin embargo, ¿nos lleva esto a defender la necesidad de la enseñanza de la filosofía académica en todo el sistema de educación pública?
Antes de la implementación del Plan Decenal de Educación que decretó la salida de la filosofíacomo asignatura explícita,en los planes de estudio de la República Dominicana, esta enseñanza se bifurcó en dos caminos. Por un lado, la filosofía se enseñó como una cronología de lo dicho por los representantes de la historia de la filosofía. El otro sendero fue enseñar la filosofía como un saber positivo.
Cuando emergió el contexto socio-histórico que produjo la exclusión de la filosofía como disciplina explícita de la educación media, no hubo mucho espacio para legitimarla. Al fin y al cabo, enseñada como saber positivo era inútil, enseñada como cronología, no podía constituirse en la disciplina problematizadora llamada a incentivar el razonamiento.
Pero esa no fue la razón de su salida. El supuesto que justificó la exclusión de la filosofía como disciplina explícita de los planes de estudio de la República Dominicana fue que la misma permanecería como “un eje transversal”.
Según los arquitectos responsables del Plan Decenal, convertida en un eje transversal, la actividad filosófica estaría presente en todas las asignaturas impartidas del sistema de educación pública. Interesante. Pero, ¿Cómo se iba a llevar a cabo dicha problematización? ¿Quiénes la llevarían a cabo? ¿Quiénes supervisarían que realmente se cumpliera? Estas preguntas nunca hallaron respuesta.
No se requería ser un oráculo para saber cuál sería el resultado: La filosofía se esfumaría de los planes de estudio, pues, en este país, convertir una asignatura en eje transversal es la forma políticamente correcta de desaparecerla.
Con la “sólida formación" de nuestro profesorado de la educación pública, ¿podíamos esperar otro desenlace? ¿Se le podía exigir a un profesorado mayormente carente de formación en su propia especialidad, generar problemas filosóficos de su especialización?¿Se le puede pedir a un profesorado de literatura que no conoce el Ulises, de James Joyce, reflexionar sobre la revolución estética generada por esta novela, o analizar por qué su protagonista, un hombre ordinario de Dublín, puede ser al mismo tiempo que el arquetipo de un héroe mitológico, un prototipo del ser humano contemporáneo?
¿Puede pedírsele a un profesorado con escasa formación en biología, reflexionar sobre las consecuencias filosóficas de la revolución darwiniana?
Sin condiciones, ni mecanismos para la supervisión, la filosofía desapareció del sistema educativo dominicano, cuando debió aprovecharse el momento del Plan Decenal para un replanteamiento de su enseñanza.
Todavía hoy, décadas después de aquel mamotreto de plan -de cuyo éxito nos habla la posición que ocupamos en las clasificaciones internacionales- se sigue parloteando sobre la necesidad del pensamiento crítico, de enseñar a pensar, etc.
Pues bien, la recuperación de la filosofía como actividad problematizadora explícita en nuestros planes de estudio sería un punto de partida en la dirección de ese “enseñar a pensar”.
Esto no es sólo un problema teórico. La recuperación de la filosofía como una actividad problematizadora,promueve el diálogo entre perspectivas y con ello, una cultura de libre pensamiento y depaz.
Sí, existe un vínculo indisoluble entre filosofía, libertad y cultura de la paz.
La filosofía es ella misma un ejercicio de libertad. Sin ella no es posible el debate, la discusión racional, que es uno de sus signos distintivos. Este ejercicio está vinculado a una cultura de la paz, porque una vez el debate racional se asimila como parte natural de la vida social, éste termina reemplazando la riñas personales y los conflictos grupales. Allí donde los seres humanos eligen discutir racionalmente sus ideas, eligen al mismo tiempo que sean sus argumentos los que entren en pugna, en lugar de las personas.
Los “contables de turno” señalarán que hay un costo muy grande con la insertación de una disciplina dentro de los planes de estudio de nuestro sistema de educación pública. Con lo que volvemos al viejo problema de que, si bien el aumento significativo de la inversión en educación no es condición suficiente para la mejoría de la misma, sí es una condición necesaria para ello. El problema no es sólo cuánto dinero se necesita, sino también, cuánta voluntad política se tiene para querer un sistema educativo que contribuya a civilizar nuestras vidas.