Vivimos un momento crucial de la historia educativa de nuestro país, puesto que nunca antes la denominada sociedad civil había tomado conciencia de la necesidad de incrementar la inversión en educación como precondición para alcanzar altos índices de desarrollo humano.

Sin embargo, la lucha por el incremento de la inversión no ha sido acompañada por una batalla tan importante como aquella: el debate crítico sobre cuál es el tipo de educación a que aspiramos y los supuestos en que la misma debe fundamentarse.

Todo modelo educativo responde a una concepción filosófica. Por tanto, ninguno de los problemas educativos fundamentales debe ser atención exclusiva de los pedagogos, los especialistas en didáctica o los técnicos en educación. Se requiere una reflexión interdisciplinar que implique el cuestionamiento sobre los enfoques o modelos teóricos que inciden en el modo de enseñar, los supuestos epistemológicos que se encuentran implícitos en los planes de estudio y las ideas que orientan los procedimientos y técnicas del aula.

Si esto es así, todos debemos comenzar a cuestionarnos sobre los supuestos que subyacen a nuestros planes de estudio y si éstos responden al tipo de comunidad que deseamos construir.

Se dice con frecuencia que aspiramos a una sociedad donde las personas sean ciudadanos, sujetos de derechos y deberes, individuos independientes y con un sentido de empatía hacia los demás. Para ello se requiere del desarrollo de las competencias de la actitud crítica y de la ética ciudadana. Estas competencias están intrínsecamente relacionadas con el ejercicio de la filosofía.

Desterrada de nuestros planes de estudio, la erradicación de la filosofía significa la ausencia del ejercicio de estas competencias.

No importa que existan como ejes transversales de nuestro currículo, porque para que semejantes transversalidades sean una realidad se requiere de un profesorado que, además de ser especialista, pueda disponer del entrenamiento filosófico necesario para poder problematizar sobre los supuestos básicos de sus áreas y sobre las implicaciones filosóficas de sus prácticas. ¿Y cómo pueden hacerlo si no han recibido este último entrenamiento?

He planteado como tesis básica de mi ensayo La filosofía y los espacios de la libertad que si aspiramos a una sociedad abierta o democrática es necesario recuperar la filosofía, entendida como una actividad reflexiva y cuestionadora sobre los principios que fundamentan nuestras creencias y acciones, como un saber del reconocimiento de nuestros límites cognoscitivos, como actitud crítica que desconfía de toda certidumbre y fomenta el diálogo abierto entre perspectivas y posturas teóricas.

Sin el fomento de esta cultura, la democracia se convierte en una mera formalidad y no en lo que debe ser: un auténtico ejercicio ciudadano de deliberación y decisión racional contrastada con otras posiciones y puntos de vista.

Existe por tanto, un vínculo indisoluble entre filosofía y democracia. No es de extrañar que nacieran juntas, en las antiguas colonias de Mileto, donde nació lo que el filósofo Karl Popper llamó “la racionalidad crítica”.