Acabo de leer un interesante reportaje de Chris Weller, en Business Insider, sobre un programa de filosofía para niños aplicado en distintas escuelas de los Estados Unidos.

Fue precisamente en territorio norteamericano donde se inició la idea del filósofo y educador norteamericano Mattew Lipman (1922-2010) dirigida a fomentar el pensamiento crítico en el sistema educativo estadounidense.

El programa implica diseñar talleres y cursos para jovenes de edades tan tempranas como 10, 12 o 14 años, donde el profesorado trabaja con los educandos a partir de novelas filosóficas y guías de preguntas para reflexionar sobre los grandes problemas de la historia del pensamiento.

No se trata de un programa para enseñar a los educandos las afirmaciones de Platón, Descartes o Popper. El propósito del mismo es estimular el denominado “pensamiento crítico”.

En este contexto, el concepto de “pensamiento crítico” alude a una capacidad de razonar los fundamentos de nuestras creencias y decisiones. Por ejemplo, imaginemos que estando en clases, le preguntamos a un chico sobre si está justificada una determinada acción, por ejemplo, un acto de abuso de poder por parte de una autoridad. Supongamos que el joven justifica la acción de la autoridad, porque la misma posee una posición de poder. Al preguntarle si está justificado que alguien con autoridad abuse de su posición, por qué y cuáles son las posibles consecuencias de semejante acción para la comunidad estamos incitando al chico a pensarr sobre los fundamentos de una acción, lo estamos estimulando a ejercer su capacidad crítica.

¿Por qué es importante realizar este ejercicio del pensar de manera constante? Porque la capacidad crítica se desarrolla con dicho ejercicio. Constituirse en un ciudadano consciente, sujeto de derechos y deberes no se logra de un santiamén. De la misma manera en que el cuerpo requiere ejercicio y cuidado, nuestras capacidades cognitivas y deliberativas también lo exigen, especialmente aquellas relacionadas con la experiencia cotidiana, con las relaciones sociales, con la vida en comunidad.

Si un chico es educado para asumir desde pequeño toda imposición, sin cuestionar nada, es probable que se convierta en un adulto sumiso, susceptible de acatar todos los tipos de violencia que se ejerzan contra él, pues asumirse como un sujeto de derechos presupone un ejercicio de racionalidad que le es ajeno.

Es cierto que muchos de los contenidos cognoscitivos se adquieren sin cuestionar. Y no puede ser de otra manera, pues si discutiéramos todas las enseñanzas en matemáticas, historia, geografía o gramática nunca aprenderíamos nada. Pero tampoco es posible ser un ciudadano adulto, competente y sano si nunca sometemos a cuestionamiento ninguna decisión que nos atañe en el espacio público.

Por esto, la enseñanza de la filosofía es crucial, independientemente de la modernización curricular que impone el fenómeno de la globalización. Hoy, igual que ayer, aunque respetando las diferencias históricas, necesitamos vivir y vivir bien. Como especie, esto está indisolublemente vinculado a comprender el significado que tiene para nosotros la vida y las decisiones que tomamos en ella.