Cuando la Unesco declaró el tercer jueves de noviembre como ʺDía Mundial de la Filosofía", lo hizo con el espíritu de promover la actitud crítica y dialógica al servicio de una cultura de la paz y de una sociedad democrática.
Es obvio que el ejercicio filosófico no es una condición suficiente para la construcción de una cultura democrática y pacífica, pero sí genera situaciones de cuestionamiento y debate crítico, fundamentales para la sostenibilidad de una sociedad abierta y dialógica.
Aquel supuesto de que la apertura económica conlleva a la apertura política y a la calidad de vida se ha mostrado falso. El libre mercado es compatible con regímenes autoritarios, así como no es contradictorio con la injusticia social y la precariedad en las condiciones de vida de las personas.
El adoctrinamiento neoliberal que ha permeado la educación actual durante las últimas décadas debe ceder a una educación humanística para la vida buena. vinculada a nuestras capacidades, tal como lo sostiene la filósofa Martha Nussbaum, una vida donde nuestra integridad física y psicológica sea garantizada, donde podamos desarrollar nuestras capacidades para pensar, razonar críticamente y sentir empatía por los demás.
Estas capacidades no se desarrollan con una educación tecnocrática. Se requiere de una educación humanística, del fomento de las artes, la literatura y la filosofía. Pero no como meras actividades complementarias o de cultura general, sino como fundamento de una formación integral que se preocupe realmente por las personas analizando sus valores.
Cada época ha necesitado de un pensamiento crítico que cuestione los autoritarismos del momento, las creencias fosilizadas y los relatos oficiales. La nuestra no es una excepción. También nuestros días exigen de un quehacer filosófico vigoroso, ahora que emergen viejos fantasmas que atentan contra las formas de vida democrática: el nacionalismo chovinista, la demagogia populista, el neofascismo, las ideologías economicistas y tecnocráticas, así como el fundamentalismo religioso.