Suponga que usted está convencido/a que no hay nada mejor en el mundo que un gobierno tiránico: aquel que se impone por la fuerza invasora o las malas artes contra la voluntad de su pueblo; edifica sus alianzas y bases de sustentación mediante la corrupción administrativa; elimina a sus enemigos por mecanismos ilegales; anula a su país ante el resto. Suponga que usted cree firmemente en esta idea (tan dispar con la del célebre Maquiavelo, para quien el poder del príncipe se debía basar en el amor o en el temor, pero jamás en el odio) y está seducido/a con que es viable y funcional.
Ante eso, querido amigo lector, sólo resta decir: buena suerte, sea feliz.
Radicalmente diferente sería la situación si, como sucederá en hoy 31 de mayo, dos partidos políticos dominicanos (el Reformista Social Cristiano y la Fuerza Nacional Progresista) consideran beneficioso realizar un acto para rememorar, aquilatar y homenajear esas ideas. Un día después de conmemorarse los 50 años del fin de la tiranía trujillista.
Eso es, en efecto, lo que se realizará esta noche al celebrar el 45 aniversario del "ascenso al poder" de Joaquín Balaguer en la República Dominicana: un gobernante de cuyo origen legítimo está absolutamente descartada posibilidad alguna de comprobación. El viejo caudillo, sabido está, llegó a la Presidencia por asalto. La naturaleza de la democracia política (la soberanía del pueblo, la integridad del Estado, y la individualidad y solemnidad del voto) es incompatible con la realización de elecciones bajo ocupación extranjera, la restricción de las fundamentales garantías para los ciudadanos y el "matadero electoral".
Si Balaguer fue a su criterio un gran gobernante y su "ascenso al poder" es motivo de orgullo: ¿bastará eso para que el cónclave organizado en su homenaje sea legítimo y aceptable por los ciudadanos que confían a los políticos y el sistema de partidos la dirección de la sociedad? ¿No tiene nada de conflictivo esta "fiebre balaguerista" con la regla democrática que debe regir a los promotores del evento?
La democracia funcional -como se aspira que sea la dominicana- tiene lazos indisolubles con los principios de representación política y deber público: desde el momento en que se asumen responsabilidades ante el Estado, el individuo debería estar sometido y ajustado a un mandato que no es el de su parecer personal, sino el de sus electores; y ya no se encarna a sí mismo, sino a las reglas, principios y funciones que establece la Constitución. Los fondos públicos que administran (como funcionarios o como partidos) sólo deben servir a los fines que la ley observa y al cultivo de los valores a los que el Estado democrático adhiere. El funcionario lo es 24 horas, siete días a la semana. Sus libertades están mediatizadas por la responsabilidad política.
Al hacer su acto esta noche, estimulando la fiebre balaguerista en momentos de nostalgias autoritarias -con la ayuda del invitado de gala Álvaro Uribe-, los convocantes hablarán con toda probabilidad del gran aporte del caudillo a la democracia: el orden, la paz y la seguridad, como fundamentos indispensables de la nación. Contribuirán así a revalidar preceptos esenciales de la derecha tradicional.
Al hacerlo, sin embargo, su fiebre quedará manifiesta como un síntoma propio del psicoanálisis: aquella conducta, idea o emoción que define y une a todo el cuadro patológico. Al desnudar el síntoma, el edificio de la enfermedad se desintegra. Esa fiebre balaguerista sintetiza el culto ambiguo de las derechas a los privilegios de la libertad, por un lado, y a las ideas que degeneran en su extinción y en la indignación ciudadana, por el otro.
Sin conductas coherentes y exigibles, las normas son, como decía Balaguer, "un pedazo de papel". Esta fiebre balaguerista debe inquietar y cuestionar a los ciudadanos y a las reglas que amparan lo que tanto ha costado conquistar en 50 años de endeble democracia.