Ha muerto Fidel Castro, el hombre leyenda, el gobernante latinoamericano de mayor relevancia y más controversial durante la segunda mitad del pasado siglo y primer quinquenio del presente hasta que sus serios quebrantos de salud le obligaron a depositar las riendas del gobierno en manos de su hermano Raúl a quien ya había designado como su sucesor desde el año 1959 en que llegó al poder, así como al retiro del escenario internacional como figura en activo dejando un vacío que bajo su cobija trató de llenar el extinto Hugo Chávez.

En Fidel Castro se cumplió a cabalidad el postulado de Ortega y Gasset de que “el hombre es el y su circunstancia”. Poseedor de una personalidad avasallante, hambriento de trascendencia y poder, inteligente y audaz, en su destino concurrieron una serie de circunstancias internas y externas que tuvo la habilidad de interpretar y aprovechar al máximo para el logro de sus ambiciones.

Ellas fueron desbordando las limitadas fronteras insulares que marcó el inicio de su gesta y ensanchando el horizonte de una presencia de cada vez mayor peso e influencia en el plano internacional, cuyo alcance superó con mucho cuanto hubiera podido imaginar en sus más tempranos y febriles sueños de grandeza.

Así, por espacio de tres décadas, desde los años sesenta hasta los ochenta, hizo girar gran parte del acontecer histórico alrededor de su figura y llegó a intervenir en diversos eventos estelares que alcanzó su punto culminante cuando llegó al extremo de poner en grave riesgo la paz mundial, con la instalación de misiles en Cuba “capaces de reducir a escombros varias de las principales ciudades del los Estados Unidos”, como llegó a amenazar, intentando desatar un conflicto nuclear entre las dos grandes potencias que polarizaron el predominio del planeta durante el tenso período de la “guerra fría”. Una situación que puso a difícil prueba la sensatez de los jefes de estado de ambas potencias.

La permanente pugna que mantuvo con los Estados Unidos le generó profundas simpatías, sobre todo a este lado del continente, principalmente en países que en algún momento de su devenir vieron su orgullo patriótico lastimado por la presencia de tropas interventoras norteamericanas; sufrieron la explotación de voraces compañías estadounidenses, como la famosa United Fruit; resintieron la complicidad y el maridaje de la Casa Blanca con sanguinarios dictadores domésticos o las humillantes exigencias de prepotentes y poco diplomáticos embajadores que interpretaron a cabalidad el insolente papel del “americano feo”.

Para el acumulado sedimento del subyacente y persistente sentimiento de animadversión hacia los yanquis, su postura, vino a recrear en el imaginario de muchos, el episodio bíblico del desigual combate del adolescente David y su honda contra el gigantesco y poderoso Goliat, confiriéndole un aura mítica que le hizo ver como un auténtico cruzado al rescate de la dignidad ofendida de los pueblos del tercer mundo, vengador de los agravios generados durante tantos años.

En el proceso, con su inspiración y ayuda, se produjeron varios intentos de crear en países latinoamericanos “muchos Viet Nam”, tratando de copiar al pie de la letra el irrepetible episodio de la Sierra Maestra, obviando el indispensable componente del fuerte apoyo popular. El ilusorio y fallido intento cobró el precio de sucesivos fracasos y numerosas vidas hasta culminar con la errática aventura de Ernesto Guevara en Bolivia, que marcó el punto final a la equivocada estrategia foquista.

El brillo de su intervención en el plano internacional, sirvió para arropar la penosa y mucho menos glamorosa realidad de su accionar como gobernante de Cuba. En su proyecto no faltaron atractivas promesas de prosperidad, las más de las veces tan ilusorias como fallidas. Entre éstas, la de que el pueblo cubano iba a alcanzar “un nivel de vida superior al de los Estados Unidos” (textual) o las del gran potencial de riqueza que ofrecían “las condiciones del clima y la tierra de Cuba superiores a los de Europa” lo que “usando la técnica y la ciencia difícilmente pudiera haber un país en el mundo que compita con nosotros en producción agrícola” (citas textuales).

Gracias a ello, Cuba iba a producir más leche y quesos que Holanda, más carne que Nueva Zelanda o Argentina, más arroz que China (desecando la Ciénaga de Zapata), más café que Brasil, más plátano que toda Centroamérica, más naranjas que la Florida y mejores pastas que Italia y helados Coppelia más sabrosos que los Howard Johnson (en esto no se equivocó, salvo que el costo de sola porción representaba el sacrificio adicional de una cola de varias horas).

El estruendoso descalabro de la famosa zafra de los diez millones de toneladas de azúcar que paralizó todo el aparato productivo de Cuba, provocando la primera ola de escasez de artículos de primera necesidad, para entonces sin la abusada excusa del embargo comercial que aún no se había decretado, marcó el primero de una serie de casi demenciales e ilusorios proyectos en un entorno de acólitos cada vez más sumiso y complaciente, donde el temor a contradecir o arrojar la más mínima duda sobre la viabilidad de los mismos, podía significar la caída en desgracia del impugnador, que de las alturas del exclusivo círculo de poder podía ser condenado al abismo del más abyecto ostracismo. Oportuno resaltar que en una inusual admisión pública de errores, el propio Fidel llegó a confesar públicamente que “el costo del aprendizaje de la revolución había sido superior al de la corrupción de todos los gobiernos anteriores juntos”. Era bastante decir.

Todos estas desvaríos convirtieron el modelo en un proyecto fallido casi de principio a fin y superan con mucho los logros atribuidos al régimen fidelista y que en todos los aspectos estuvieron condicionados al componente de una ideología tan extraña a la cultura y la mentalidad de los cubanos como la del idioma de la nación que la prohijó, colapsada al cabo de setenta años, fruto de sus propios fracasos y contradicciones internas. Pero donde en todos los casos y por encima del componente doctrinario prevaleció el juramento de ciega obediencia y el desaforado culto a la personalidad del líder máximo, elemento siempre indispensable en este tipo de sistemas.

Es importante recordar el país que era Cuba y encontró Castro al bajar de la Sierra Maestra. No era precisamente una sociedad sumida en las miserias del tercer mundo, a la cual la revolución vino a salvar de la marginalidad y el atraso colocándola en el camino del progreso en educación, salud y desarrollo general como posteriormente ha querido pintar la propaganda del régimen y de quienes en el exterior le sirven de bocinas de resonancia, o por carencia de suficientes elementos de información exaltan el modelo castrista.

Para 1958 Cuba era una sociedad en dinámico y permanente progreso, a despecho de una democracia fallida debido a la corrupción pública, que en 1951, a solo ochenta días de unas elecciones donde figuraba el propio Fidel como candidato a una curul congresual, dio pie y fue sustituida por una dictadura que le sumó el agregado de un régimen de represión y muerte. No obstante los antes señalados elementos adversos, es importante recalcar que el país, apenas poco más de 111 mil kilómetros cuadrados y seis millones de habitantes, figuraba entre las tres naciones más avanzadas de la América y con un excelente posicionamiento en el mundo en todos los índices de desarrollo: financiero (el peso se cotizaba a valor superior que el dólar), económico, social, cultural, tecnológico, salud, calidad de vida de sus habitantes y una educación de reconocida excelencia, certificada por la UNESCO como el único país del continente la totalidad de cuyos maestros disponía de título normalista o universitario, prestada en forma masiva, gratuita, laica y despolitizada.

Y detalle importante: los sindicatos agrupaban más de dos millones de afiliados, los trabajadores disfrutaban de libertad para contratar directamente sus servicios, estaba consagrado el derecho a huelga así como la inamovilidad sindical y en el área del comercio ya regía la jornada inglesa (cuatro días de trabajo a la semana), en los tres meses de verano, entre otras muchas conquistas de que hoy carecen.

Este aparente contrasentido de alto nivel de desarrollo y dinámico progreso en el marco de una dictadura represiva y corrupta, encontraba su explicación en el hecho de contar con una sociedad creativa, emprendedora, vigorosa y no contaminada con los desmanes oficiales, sino por el contrario altamente crítica de los mismos. No es por gusto que en 1960 el periódico “Revolución” (quizás ya para entonces rebautizado como “Gramma”) divulgaba unas declaraciones de Ernesto Guevara admitiendo que “Cuba era el país del Continente que ofrecía menos condiciones para la instauración de un régimen marxista.”

Fue esa sociedad la misma que mostró su repudio al régimen dictatorial. La que prohijó y llevó a cabo la resistencia civil en las ciudades. La misma que alimentó con armas, municiones, medicinas, alimentos y voluntarios los frentes de lucha: la Sierra Maestra y el II Frente del Escambray, abierto por Eloy Gutiérrez Menoyo (quien posteriormente sufriría una larga y extremadamente dura prisión por espacio de 22 años), que operaba con independencia de Castro, lo que obligó al ejército batistiano a dispersar sus fuerzas y alivió la presión militar sobre las fuerzas de este. Fue esa sociedad, cada vez más militante y comprometida en la oposición a la dictadura, la que en definitiva le allanó el camino para su llegada al poder. Y fue contando con ese mismo respaldo que se entregó a la revolución de manera abrumadora en los inicios del proceso, que Fidel tuvo la oportunidad de haber instaurado un régimen democrático que sirviera de ejemplo y referente al resto del continente y mantenido el país en la ruta del significativo progreso por la que ya transitaba.

Mas aún, hubiera podido fácilmente superar el escollo de la no reelección para con el más pleno apoyo popular, lograr que se modificase la Constitución de 1940, cuyo restablecimiento figuraba en el programa original del 26 de julio, permitiéndole gobernar más de un período, con mucha mayor facilidad y menos obstáculos de los que en el tiempo, consiguió Hugo Chávez en Venezuela y lo han seguido practicando varios de sus más fervientes imitadores, como Daniel Ortega, en Nicaragua; Rafael Correa, en Ecuador y Evo Morales, en Bolivia.

No resignado, sin embargo, a un papel protagónico tan limitado en alcance y tiempo, prefirió establecer una dictadura hereditaria sin precedentes en la accidentada historia de Latinoamérica, calcada en el autoritario, esclavista y errado modelo soviético, convirtiendo a Cuba en un peón de la “guerra fría” y llevando a miles de cubanos a servir de carne de cañón en las ajenas contiendas africanas donde muchos perdieron la vida, como pago de contrapartida a la ayuda de la Unión Soviética.

Hoy, la isla continúa figurando entre las naciones más empobrecidas de la región con una economía colapsada, fruto de un sistema reiteradamente fracasado, que sigue arrastrando desde hace más de medio siglo y al cabo de dos generaciones de relevo, precarias condiciones de vida para sus habitantes carentes de todo horizonte de mejoría, aprisionados en el asfixiante cerco de un férreo estado policial, en que están privados del ejercicio de las libertades civiles, derechos humanos y laborales más elementales e impedidos de poder ejercer el soberano de decidir libremente el destino de la nación y su propio destino.

Un proyecto fallido, desde el principio y de principio a fin, levantado sobre absurdos planes fantasiosos e irrealizables. Un pueblo al que le han secuestrado el derecho elemental a la información; al debate de las ideas; donde disentir es motivo de acoso, marginación y prisión. Sin prensa libre ni acceso a los medios de comunicación, con todos los aspectos de su existencia condicionados a las normas de un gobierno autoritario, que maneja la vida de los ciudadanos desde que están en el vientre materno hasta que mueren y aún más allá. Siempre inseguro. Atemorizado. Sometido a permanente y opresiva vigilancia. Con la espada de Damocles de la sospecha, la delación y la represión continuamente pendiendo sobre las cabezas de sus ciudadanos. Una sociedad apresada, reprimida y obligada a la simulación como recurso de sobrevivencia.

Con una agricultura ineficiente que obliga a importar más del setenta y cinco por ciento de los alimentos racionados que recibe la población –¡paradójicamente y a pesar del cacareado embargo, suplidos en gran parte por los agricultores del odiado enemigo imperialista¡–, una economía subyugada a la ya hoy disminuida ayuda venezolana y, ¡paradójico también¡, alimentada en buena medida por las remesas que envían a sus familiares que quedaron en la isla, los antiguamente despreciables “gusanos”, que por obra y gracia de la necesidad imperiosa de divisas del régimen es identificada ahora con la mucho más amable denominación de “comunidad cubana en el exterior”; donde los obreros (de nuevo paradoja en el “paraíso de los trabajadores”) no tienen oportunidad de contratar sus conocimientos y destrezas directamente con los empleadores; carecen del histórico derecho al reclamo y la huelga reciben salarios insuficientes de apenas el equivalente de 25 o 30 dólares; donde profesionales y técnicos pugnan por un empleo de chofer o camarero de turismo con la posibilidad de aliviar sus condiciones de vida con los dólares de las propinas y graduadas universitarias para poder sobrevivir tienen que convertirse en jineteras dedicadas a satisfacer los apetitos sexuales de los visitantes extranjeros; de médicos, profesores y técnicos alquilados a otros países en negociaciones masivas de estado a estado, donde el gobierno percibe el monto global de los salarios contratados de los que apenas desembolsa una mínima parte al personal envuelto en esta indecorosa negociación que semeja una forma moderna de esclavitud.

No es por gusto que a poco de heredar las riendas del poder, Raúl Castro sin el carisma del hermano mayor pero con una mente mucho más racional y organizada, pronunció aquella frase que sonó a grito angustioso “O Cuba cambia o se hunde”, que equivalía a una admisión del fracaso del sistema y a partir de la cual intentó una serie de cautelosas reformas imperiosas en el plano económico que obligó a desandar todo el errático camino seguido hasta ese momento, reviviendo y autorizando decenas de actividades privadas que desde 1967 habían sido “estatizadas” por Fidel, desde el modesto zapatero remendón del barrio hasta el plomero que de una vez resolvía la fuga de agua o arreglaba el sanitario en el hogar. Un camino que, sin embargo, como todas las reformas en Cuba, marcha a paso de tortuga y siempre con el riesgo de dar marcha atrás si el régimen tuviera la menor sospecha de que pueda debilitar su estructura de poder.

De fuente confiable en números redondos el costo de establecer y mantener esa dictadura, ofrece cifras estremecedoras: más de 15 mil fusilados o muertos en combate; el doble de esa cantidad tragados por las olas del Caribe en busca desesperada de libertad y la posibilidad de una mejor vida; 200 mil presos políticos y unos dos millones de exiliados políticos y emigrados en un país de apenas 11 millones de habitantes. Significativo que la gran mayoría de los que han abandonado Cuba en los últimos tres decenios, son parte de las dos generaciones de relevo surgidas en Cuba y formadas bajo el régimen en el ilusorio y fracasado modelo del llamado “hombre nuevo”.

El balance del prolongado, debatido e intenso accionar de Fidel Castro en el mundo de los vivos quedará ahora a juicio de la historia, la misma que el afirmó lo absolvería pero que también lo condenará, dependiendo de quienes la cuenten o la escriban, se hayan beneficiado o la hayan sufrido. Lo ocurrido en la isla en todos estos años con su población sometida, incomunicada, aislada y silenciada se sabrá cuando la realidad quede al desnudo, supeditado a que se cumpla el reclamo del Papa San Juan Pablo II de que en verdad y sin tapujos “Cuba se abra al mundo”.

En cuanto al futuro de la isla y los cubanos es una incógnita. ¿Lucha por la sucesión, propia de este tipo de sistemas como que tuvo lugar, a partir de la muerte de Stalin, en la Unión Soviética, hasta su desplome definitivo? De haber ocurrido la muerte de Fidel de manera inesperada, en el ejercicio del poder pudiera especularse en esa dirección. Pero no es caso. Raúl recibió el bastón de mando hace ya una década. De entonces acá ha llovido mucho. Y durante ese tiempo, el ha ido afincándose cada vez más en el poder y tomando en su mano todos los hilos del mismo.

Figuras que se consideraban fichas en el tablero de Fidel han sido separadas de sus cargos y sustituidas por elementos afines a Raúl. Hoy este parece contar con un fuerte respaldo del Comité Central del Partido. Gente de su confianza ocupa los puestos de control del régimen, los mandos principales en el Ejército, el Ministerio del Interior y el eficiente G-2, en tanto la economía está en manos de militares que le son adeptos, en algunos casos, con vínculos de parentesco. Y con vistas al 2018, cuando vence su actual mandato y el adelantó que abandonará la presidencia, ya cobra fuerza el rumor de que el candidato con más posibilidades para sustituirlo es su hijo Alejandro, procreado con la desaparecida Vilma Espín. Militar de alto rango y al parecer de línea dura que daría continuidad a la dictadura hereditaria.

¿Estará en disposición Raúl Castro de dar pasos encaminados a una transición democrática ahora que queda librado de la influencia de Fidel?

Aunque bajo otras modalidades, Cuba sigue siendo una dictadura. El gobierno conservando en sus manos todos los resortes que la tipifican, mientras se sigue acosando y reprimiendo todo amago de disidencia. Personalmente ponemos en duda que en Cuba vayan a producirse cambios significativos, al menos en el modelo político, en el corto y hasta el mediano plazo. Más aún cuando la anunciada política que seguiría el gobierno de Donald Trump, diametralmente opuesta al proceso de deshielo progresivo llevado a cabo por Barak Obama, pudiera endurecer la postura del gobierno cubano, en vez de debilitarlo.

Ojalá estar equivocados pero a simple vista luce más probable que el camino que queda por transitar pudiera resultar todavía más largo de lo anhelado, dificultoso y complejo para que Cuba deje ser un país aprisionado en el pasado y asome la oportunidad de una transición pacífica hacia un sistema progresivamente abierto, plural y contestatario aun cuando al final estamos convencidos de que terminará por imponerse, porque a fin de cuentas no se puede mantener un país congelado en el tiempo y navegando de manera indefinida a contracorriente de la historia.