En la vida somos según los que otros hicieron para nosotros. Estoy aquí por lo que construyeron mis ancestros en siglos pasados, mis abuelos décadas atrás, mis padres mientras crecía con ellos, esto es, la gente que luchó y se sacrificó para hoy tenga vida. También, en la vida, uno es las influencias que ha tenido. Influencias que marcan un antes y un después. Yo crecí en una familia de padres trabajadores que, todos los días, veía llegar a mi casa con la marca del esfuerzo que realizan los que, en esta vida, no tienen otra opción que trabajar con las manos.
En el barrio donde viví desde mi infancia hasta la veintena de años, zona de trabajadores migrantes, humildes con pocas posibilidades, los muchachos hablábamos de lo que pasaba en el barrio. Con 17 años entré en la Universidad. En transporte público iba todos los días del barrio al recinto universitario. El lugar donde por primera vez supe, a través de la lectura, que existían otros mundos. Leyendo libros el muchacho del barrio, que no creía en posibilidades más allá de lo inmediato, conoció, desde su lugar-en-el-mundo, a su vez, otros mundos.
Desde muy joven, aunque no sabía definirla, me gustaba la palabra justicia. En la Universidad aprendí más de ella. Me di cuenta, en ese proceso, que lo que primaba en el mundo era, más bien, la injusticia. Estudié mis primeros años en una universidad privada en la que buena parte del estudiantado provenía de las clases adineradas de Puerto Rico. En las escuelas donde estudié todos éramos lo mismo: muchachos de extracción humilde que más o menos sentíamos y nos gustaba lo mismo. En la universidad, por el contrario, supe de gente de mi edad que andaba en carros de lujos y que había viajado el mundo. Tenía compañeros de clase que luego de una semana ausentes llegaban contando sobre su viaje por Europa. Al salir de clases se iban a alguna parte en sus BMW. Yo, en cambio, me iba a trabajar y todavía no he ido a Europa.
Por aquella época, tuve un profesor de literatura que advirtió que yo leía rápido e interpretaba con claridad los textos asignados en clase. Un día me vio bajando del autobús para entrar a la universidad. Me detuvo para decirme, “Calcaño, le voy a regalar un libro”. Acto seguido, me entregó un libro grande de un tal Ernesto Guevara en cuyo título se mencionaba a América Latina. Me dio el libro y siguió andando. Le di las gracias e igual seguí caminando. El domingo en la mañana de esa semana comencé a leer el libro. Ese día mi madre tuvo que obligarme, a las cuatro de la tarde, a salir de mi habitación para que comiera. Comí y regresé a leer. Así estuve hasta la madrugada. El día siguiente era un lunes feriado sin clases ni trabajo. Lo pasé leyendo. Me terminé aquel libro de sobre 500 páginas en dos días.
Con el libro del Ché (ya sabía quién era) conocí América Latina. Un continente gigantesco lleno de colores y formas de vida en el que, tristemente, muy poca gente podía vivir bien. Me interesé tanto por Latinoamérica que cada vez que cobraba me iba a una librería a comprar libros sobre este continente. Así, en tres años, me leí al menos una novela de cada uno de los mejores 50 novelistas de la región según un listado que vi en internet. Para el mismo tiempo, me leí unos 20 libros de historia y política latinoamericana. Lo quería saber todo. Mientras más leía más quería tener herramientas para explicar el porqué de las injusticias en América Latina que señalaba el Ché. El porqué de tantos barrios como el mío cerca de urbanizaciones opulentas. El porqué de que los que tenían dinero siempre eran blancos, y, nosotros los que no teníamos, éramos casi siempre oscuros de piel.
Buscando respuestas a esas preguntas me convertí en lo que soy hoy: una persona inconforme con la normalidad existente basada en la injusticia. Los libros me enseñaron que sí se podía cambiar lo que hay; que sí era posible la justicia puesto que la injusticia, en tanto creada a partir de estructuras que preservan privilegios a unos pocos mientras excluyen los muchos, se puede desmontar. Antes de eso pensaba, como la mayoría de pobres del mundo, que lo existente está ahí por obra de algo mayor y es lo natural. Lo que había que hacer, creía, era adaptarse a ello. En tanto la mayoría de la gente, sobre todo los pobres, asumen la vida como una adaptación a lo que hay, el que plantea que se cambien las cosas se considera anormal e inadaptado. Precisamente me volví un inadaptado anormal.
Muchos de los anormales de la historia hice mis referentes. De esa forma, fue que entré de lleno a ver quién era Fidel Castro. Sus luchas e ideas. Me volví un estudioso de su figura. Si bien con el tiempo desarrollé una visión más crítica, no dogmática ni fanática, sobre Fidel Castro, todavía sigo siendo su seguidor. Fidel Castro, a mi entender, fue, ante todo, un inadaptado en un mundo signado por la injusticia. En el marxismo Fidel encontró el substrato teórico para su lucha contra ese mundo injusto. En la lucha armada, encontró la vía para cambiar lo existente en pos de la justicia. Una vez en el poder, en el internacionalismo revolucionario encontró la forma de extender a escala planetaria la lucha (armada) por la justicia. En África, tierra de los ancestros de tantos cubanos (incluida su madre que era nieta de una ex esclava negra), encontró el lugar donde materializar la solidaridad revolucionaria; la lucha libertaria de los africanos hizo suya y de su pueblo. En las clases dominantes de Cuba, de cuyas aspiraciones y visiones de mundo se derivaban las estructuras económicas, sociales y políticas que sustentaban la injustica en su patria, encontró los enemigos que había que necesariamente superar para hacer la justicia. Todo eso lo encontró estando en la cumbre del poder; adonde lo llevó un increíble talento político y una incomparable capacidad de convencimiento. También lo llevó hasta ahí la renuncia a los privilegios que, siendo hijo de un rico, tenía asegurados si se decidía por vivir adaptado a lo que había.
Ese ejemplo de renuncia a privilegios en favor del sacrificio, que nadie en la historia conocida de América Latina ha encarnado tan claramente como Fidel, es lo que hizo que su figura, al conocerla, me cambiara la vida. Hoy día, así las cosas, puedo asegurar que Fidel Castro hace parte de los que han hecho de mi vida lo que es. No necesito ser ni marxista ni de ninguna corriente ideológica para seguir a Fidel. Más bien me parece ridículo significarme, a la luz de la complejidad del mundo de hoy, en ideologías que, como el marxismo, arrastran limitaciones teóricas y prácticas tan evidentes. Por encima de eso está el ideal de justicia; el convencimiento de que otro mundo es posible, y que una vida dedicada a construir ese otro mundo es lo más valioso que un ser humano puede hacer. Eso fue lo que hizo Fidel Castro.
Gracias Fidel por haber marcado mi vida. Gracias por el ejemplo de lucha. Gracias por ser un faro de luz para los condenados del mundo frente a las élites de los países centrales que, mediante el sentido común que imponen, nos hacen creer que solo un mundo es posible: el de las injusticias. Gracias Fidel por poner a África, continente madre de nosotros los afrodescendientes, en el centro de la lucha por la justicia en el mundo. No fuiste perfecto, nadie lo puede ser. Difiero profundamente de cosas que hiciste. Creo que vivimos en un mundo distinto al tuyo, y, por tanto, no podemos pretender cambiar las actuales sociedades haciendo exactamente lo mismo que tú. Ahora bien, es un mundo distinto en los medios mas no en los fines. El fin mayor del ser humano siempre será el mismo: vivir bien. Y para que los muchos podamos vivir bien debe primar la justicia. Justicia, esa palabra que me gustaba sin siquiera poder definirla, y que, buscando respuestas a su contrario, la injustica, llegué hasta tu ejemplo de vida.
Digan lo que digan los amantes de la futurología acerca de lo que supuestamente viene para la humanidad; que los alienados tecnológicos de hoy día vaticinen mundos futuros de robots y tecnologías totalizantes; que Occidente vía su propaganda imponga sus modelos de “desarrollo” a imitar. No importan los tiempos pues nosotros, los inadaptados, seguiremos creyendo inequívocamente que mientras haya ser humano, esto es, necesidad de vivir bien, habrá que luchar por la justicia. En fin, habrá que ser como tú, Fidel, un inadaptado anormal.
¡Hasta la Victoria siempre mi Comandante!