Desde que Galileo describió la naturaleza como un libro escrito en lenguaje matemático, uno de los supuestos fundamentales de la Modernidad ha sido la necesidad de medir la realidad para entenderla. De hecho, desde entonces, explicar el mundo significa poder expresar las regularidades de los fenómenos en lenguaje matemático.
Los éxitos cognitivos, sociales y económicos de la medición la han arraigado en nuestra visión del mundo, reforzada con las revoluciones tecnológicas de los siglos XIX y XX, así como con la revolución digital que caracteriza nuestra época.
El vínculo entre ciencia, tecnología y economía de mercado ha impulsado y reforzado la idea de priorizar los fenómenos medibles a cualquier otra forma de comprender el mundo. Las consecuencias positivas de este proceso pueden percibirse en el aumento de la productividad y en nuestra capacidad para planificar y predecir situaciones a partir de nuestras mediciones.
Pero como en todo, hay excesos. De estos, en materia de cuantificación, trata un artículo de Marta García Aller publicado en El independiente (21-12-2018) y titulado "La tiranía de los datos: el lado oscuro de medirlo todo".
En el referido artículo se reseña lo que el historiador Jerry Z. Muller denomina "la tiranía de la medición", para referirse a la "pulsión matemática" de reducir la comprensión de un fenómeno a su cuantificación.
Este "fetichismo de la medición" convierte todas las evaluaciones cuantitativas estandarizadas en los criterios fundamentales para la evaluación. De ahí la profusión de los rankings con los que se pretende establecer desde la calidad de las instituciones educativas hasta cuales son las mejores ciudades para vivir.
El problema es que la realidad no es tan sencilla. Y si bien hay fenómenos donde nos basta con medir, existen muchos otros donde las propiedades más importantes del proceso trascienden dicha actividad.
Un ejemplo de lo señalado es el caso de la educación. ¿En verdad pensamos que puede reducirse la calidad de los procesos educativos a características cuantificables? ¿Se reduce la calidad de un profesor, al número de estudiantes aprobados en sus clases, o a la cantidad de cursos de capacitación realizados?
Y nos encontramos ante la paradoja de que podemos diseñar cada vez más procesos algorítmicos de medición dejando sin comprender aspectos fundamentales que escapan precisamente a dichos procedimientos.
Como señala Muller, podemos incurrir en el error de creer que aquellas propiedades fáciles de cuantificar por los procedimientos algorítmicos son las únicas existentes. Me llega a la mente parafrasear a L. Wittgenstein: Aunque todos nuestros fenómenos pudieran ser medidos, nuestros principales problemas quedarían sin ser tocados.