Lo quieras, lo pienses o no, los fenómenos están ahí. Pasan, te pasan, se establecen como los sillones en tu casa. Podrás sentarte o no. Querrás destruirlos o no, pero se quedarán ahí.

Los Festivales Presidentes están ahí, desde 1997. En su edición vigésimo anual consumirán un estimado de 1,250 millones de pesos.

Si comparamos esa inversión con los gastos corrientes del Ministerio de Cultura para el 2017, que será de unos 2,241 mil millones de pesos, entonces constataremos que en tres días de espectáculos se consume tanto como en 365 días en todo un país cultural.

Ya en una ocasión, al escribir sobre el concierto de Jennifer López y los mil dólares que costaba una entrada en Altos de Chavón, hablaba del triunfo de la chopería fina. Esta vez no caeré en el mismo gancho, aunque ganas no me faltan. No, los que brincan y disfrutan y se hacen selfies con Justin Timberlake o Enrique Iglesias al fondo no son chopos. Es el pueblo. Es nuestro sacrificado pueblo.  Son los infelices que se merecen un chin de felicidad tanto como los esclavos en los coliseos romanos se alegraban cualquier piltrafa. Si la vida es un sueño y los sueños sueño son, entonces o tócame esta canción, aunque no, por ahora no sea tan Despacito porque a Luis Fonsi lo dejaron fuera, oh Dios sálvame, porque había ya otros compromisos comerciales.

El pueblo necesita circo, alegría. La calle está duro y de los bolsillos ni hablar. Y la pobrería necesita sus pomadas, sus alivios, realizar sus sueños de primer mundo, llamar al primo que está en Michigan y soltarse el selfie con 50 mil buenos dominicanos gozando a tó lo que dá porque eso es lo que hay: 25 estrellas en tarima, como en la Semana Aniversaria de la Era de Trujillo.

No: el Festival Presidente no es la cumbre de la chopería pobre. Es arte,  es demostración de que estamos en la primera liga del primerísimo primer mundo, de que ya podemos decir que junto a Ricky Martin y Maluma (vente pa cá) estará brillando nuestro inmenso Juan Luis Guerra (aleluya, alabado sea el Señor, gloria a Dios). Estará también Mc Anthony inflándonos sus infinitas vejigas de recueros y explotándolas cuando estábamos a punto de dormirnos. De ñapa está el Lápiz Conciente, o Viterbo, gracias por lograr que la “s” desapareciera de tu adjetivo, aunque no sé por qué dejaste la “z” de “lápiz”,  total, nadie la pronuncia. Estará el Lápiz, ese muchacho ex pobre que estudio en el Liceo Fabio A. Mota exactamente como Euri Cabral, oh, yo siento un gozo en mi alma, como ríos de aguas vivas, y por favor, no olvides enviar la factura.

Al Festival Presidente siempre lo he tenido en mi mente porque aparte de oír al Lápiz Conciente también trato de ser reverente si es que no me dicen demente, sí, aunque no te hayan invitado querido Vicente.

Cuando estuve en el coliseo romano de Aspendo, en Turquía, no podía más que cerrar los ojos bien allá arriba, dejar de contemplar a los turistas chinos que seguían allá abajo, y hacerme la película de la sangre que habían cementado esas impolutas piedras.

Seguramente el esforzado pueblo dominicano necesita, espera, ansía asistir al Festival Presidente y codearse con algo que no sea ni esté condenado a esta fastidiosa isla rodeada de palmas y playas. Es bueno botar el golpe aunque luego advertiremos las ventanas rotas de la miseria y después, el espejismo en el que tuvimos envueltos porque la tierra que pisas no la cambiarás aunque sueñes por tres días de corrido.

¿Qué el Festival Presidente  consuma en tres días lo que el Estado se gaste en todo un año en “Cultura”? No importa. Si bien ya no vivimos bajo la estrella de Baninter -el “país de todas las posiblidades”-, hay cientos de pequeños banínteres y trujillitos de cuando la Era era.

No importa. Es bueno que los pobres y no tan pobres se embullen, que nuestros faranduleros tengan cadáveres exquisitos por doquier, oh Señor, alabaré alabaré, por siempre alabaré.

Nuestros grandes cristianos hablarán del Festival Presidente como un regalo del Señor aunque nadie compruebe que pueda estar en la gracia de Dios tanto consumo mientras en el otro lado del país sigan sonando con todo su rigor las “casas de cartón” de Los Guaraguo, oh aquellos Siete Días con el Pueblo, ahora reducidos a tres pero totalmente al revés.

¿Es que no entienden?

No: no confundan al pueblo llano, a la gente esforzada y que se merece su chin de circo -aunque el pan esté por esperarse- con conceptos tan ofensivos como “chofería fina” o cosas por el estilo.

Necesitamos botar el golpe, que la farándula y los faranduleros sean el nuevo marco para dirimir las grandes tensiones nacionales, nuestros sueños. Sí, que la gente, oh el pueblo, tengan la oportunidad de botar el golpe, de sentirse finalmente como el mismísimo Festival Presidente: ¡como presidentes!

Como nuestras bonanzas son regalos divinos, como a veces nuestras predicaciones pueden ponernos una yipeta en el garaje y un apartamento en el piso 15 de cualquier torre de Santo Domingo, ¡alabaré a mi Señor! A su nombre, ¡gloria! Como diría el Salmo 23, “Jehová es mi pastor y a aguas de reposo me conducirá”.

Y yo siento un gozo como ríos de aguas vivas.

Al Festival Presidente, gracias.