En la entrega anterior examinábamos tres de cuatro tesis sobre Bonó que esgrime Fernando Ferrán. Ahora veamos la cuarta y última. Él defiende una tesis que mantiene hasta el presente: que el tabaco cibaeño es la forja verdadera de nuestra identidad nacional y de la existencia de la República Dominicana. “Y precisamente, durante la segunda mitad del siglo antepasado, Bonó delimita de un lado la ciudadanía y del otro a los políticos, y es el espíritu laborioso y emprendedor de toda aquella población lo que originó el bienestar y la riqueza por medio de la cultura del tabaco. Por eso la defensa a ultranza del tabaco. (Y cita a Bonó) «Él (el tabaco) ha sido, es y será el verdadero Padre de la Patria para aquellos que lo observan en sus efectos económicos, civiles y políticos. Él es la base de nuestra infantil democracia por el equilibrio que mantiene a las fortunas de los individuos, y de ahí viene siendo el obstáculo más serio de las oligarquías posibles; fue y es el más firme apoyo de nuestra autonomía y él es por fin quien mantiene en gran parte el comercio interior de la República por cambios que realiza con las industrias que promueve y necesita»” (Martínez, vol. I, p. 165). Esta tesis de Ferrán, apoyado en Bonó, nos lleva a una dicotomía famosa, ¿es el tabaco o el azúcar el germen de la formación de nuestra sociedad?
Al margen de Bonó, Ferrán presenta un ejemplo actual donde él percibe la superioridad de la iniciativa privada frente al Estado cuando afirma que: “…mi tesis es que la recién descubierta esencia de lo nacional (la propuesta por Bonó) sigue en pie en nuestros días. A este propósito, hágase memoria sobre lo que aconteció en este país hace menos de 40 años: terminó la cultura del azúcar, una vez reducida a su mínima expresión el acceso al mercado preferencial de Estados Unidos; y la iniciativa privada dominicana aceptó el reto de reconvertir la economía nacional, de una eminentemente agrícola a una de servicios. La aludida reconversión tuvo lugar con más éxitos que fracasos, sin donaciones de gobiernos amigos, sin sacrificar la soberanía nacional y sin depender indebidamente de los vaivenes de la política criolla, gracias al espíritu emprendedor, al sacrificio, al trabajo esforzado y a la visión de los miembros de una y otra de las clases sociales” (Martínez, vol. I, p. 166). Esta tesis de Ferrán está respaldada por un libro de Frank Moya Pons titulado El gran cambio. La transformación social y económica de la República Dominicana 1963-2013. La tesis de Moya Pons es que pocos dominicanos se dan cuenta de que su país ha experimentado una profunda revolución en los últimos cincuenta años, y esa revolución se le debe más a la iniciativa privada (los grandes empresarios y los pequeños emprendedores) que a los gobiernos que hemos tenido.
Otro pensador dominicano, Julio Minaya, analiza también a Bonó y expone su parecer sobre su obra en un artículo titulado: Pedro Francisco Bonó. Emancipador mental y crítico de la sociedad dominicana de segunda mitad del siglo XIX. Afirma Minaya que: “Al enjuiciar el movimiento libertario dominicano, Bonó capta una seria deficiencia: nos lanzamos a la búsqueda de la independencia política sin tener una conciencia acabada previo a su consecución. De aquí que se decida por la revisión crítica de nuestro devenir histórico colonial, poniendo en entredicho creencias y tradiciones recibidas, no de parte de Haití, sino de España” (Martínez, vol. I, p. 175). Sin pretender que Bonó afirmara tal cosa, es interesante plantearnos si el régimen haitiano de Boyer fue un salto hacia delante de nuestro desarrollo, que indudablemente nos llevó a la independencia, pero que una vez lograda, volvimos al paradigma colonial español, dependiendo del Estado y matando las iniciativas sociales. Ese es un problema que debemos pensar a fondo, ya que en el mismo se juega la posibilidad de construir una identidad más progresistas y democrática.
Minaya lo presenta de forma más precisa. “Es que para Bonó no bastaba simplemente con separarnos de Haití (1844) o echar a los soldados españoles de nuestra tierra (1865): era imprescindible liberar nuestra mente del «soldado oculto» (Santana, Lilís o Trujillo) que oprimía nuestra conciencia. (Bonó) se dedicaría a combatirlo con la pluma, juntamente con los males que padecía nuestra sociedad. (Martínez, vol. I, p. 175). Bonó escogió el combate intelectual, en lugar del político o el militar. Por eso rechazó la presidencia de la República, pero siempre estuvo disponible para servir a su sociedad desde diversas posiciones. Es propiamente una luz en medio de la oscuridad de las luchas de las facciones partidarias en la segunda mitad del siglo XIX.
Minaya plantea las cuestiones que deben llevarnos a profundizar en el pensamiento de Bonó. “¿Cuáles factores o condiciones favorecieron la mirada crítica lanzada por Bonó sobre nuestra historia y entramado social? ¿Por qué ni los ilustrados de 1821, pero tampoco los de 1844, estuvieron en capacidad de realizar un ajuste de cuenta crítico con el legado español? ¿Qué es lo que Bonó pone en entredicho respecto del régimen colonial hispánico? ¿Cuál es el tipo de cuestionamiento sobre la sociedad dominicana de la época? ¿Por qué Bonó se forja dudas y capta contradicciones cuando otros sólo obtienen certezas y contemplan armonías? ¿Acaso podríamos hablar de una filosofía social en base a las reflexiones hechas por Bonó? ¿Hay en el intenso esfuerzo intelectual llevado a cabo por nuestro pensador una búsqueda de carácter filosófico?” (Martínez, vol. I, p. 176).
Para nosotros como filósofos que estamos trabajando el tema del pensamiento dominicano debemos tener esas preguntas en nuestra mente y aplicarlas incluso a otros. Minaya enfatiza las tesis de Bonó en cuanto al problema de lo dominicano en estas tesis. “a) En Bonó no se advierte devoción alguna a España: veía en el tipo de dominación que ejerció una causa básica de nuestros males. (igual que Bosch) b) Al proceso de decadencia por el que atravesaba el sector hatero a mediados del siglo XIX. Como alternativa se levantó un pujante sector económico en la región Norte sustentado en el cultivo y comercialización de tabaco, el cual logra la hegemonía económica en la República: Bonó y su familia toman parte en este proceso. (la tesis de Ferrán) c) A su contacto con las obras de la economía política, la ilustración, el positivismo; pero también al conocimiento de las obras de pensadores latinoamericanos como Andrés Bello y Joaquín Olmedo, a quienes elogia. d) A su conocimiento de la sociedad estadounidense: su historia, sus instituciones, etc. hacia el año 1858 y a su viaje por varias capitales europeas en 1875” (Martínez, vol. I, p. 177). Ese es el substrato de Bonó como pensador.