La historia es una broma que los vivos le jugamos a los muertos. Parte de la broma es que los muertos no se enteran, no sólo de lo que se dice de ellos sino tampoco, claro, de lo que se decía que ellos habían dicho.

 

Hace poco tiempo los viejos amigos, el Doctor José Ramón Albaine y el Doctor Rafael –Felo– Nazario me comunicaron su deslumbramiento a raíz de la lectura de varias obras del novelista mejicano Fernando del Paso –1935– de quien no tenía la más remota idea, ya que mis conocimientos sobre los cultivadores de la literatura en el país de los aztecas se limitaba a los más afamados: sor Juana Inés de la Cruz, Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Salvador Novo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Juan Rulfo, Carlos Monsivais, Elena Poniatowska, Sergio Pitol, Emilio Pacheco y algunos más.

Los referidos amigos, que tienen en común tanto la posesión de doctorados, el primero en Biología, el segundo en Medicina –el autor en Agronomía– como su afición por la prosa narrativa, me ponderaron elogiosamente el lenguaje y el estilo de la hasta entonces desconocía pluma del país con la mayor población de hispanohablantes en el mundo, y por intuir que tomarles a título de préstamo algunos de los libros leídos por ellos no era posible, en un primer momento me apersoné a “Cuesta Libros” para comprar los que tuvieron en existencia y así iniciarme en el conocimiento de la producción de este obrero de la fantasía.

Desafortunadamente, antes de mi visita a la librería citada este autor había recibido en el 2015 el premio Cervantes –máximo galardón de las letras españolas– y en consecuencia el precio de sus obras en venta aún seguía en alza. Por suerte quedaban algunas e incurriendo en una intrepidez presupuestaria impropia en un viejo profesor jubilado de la UASD, me decidí por la llamada “Noticias del imperio” cuya lectura no solo confirmó los pronósticos de los colegas arriba mencionados sino, que en virtud de ella Del Paso ya ocupa un lugar de preponderancia en mi panteón de escritores preferidos de Latinoamérica y el resto del mundo.

En apretada descripción señalaré, que en 708 páginas este genial mejicano relata la absurda aventura de Napoleón III –sobrino de Napoleón el Grande y nieto de Josefina– emperador de Francia, quien haciendo ostentación de su poder impuso en 1864 a Maximiliano de Habsburgo como Emperador de Méjico, un gobierno monárquico que contra viento y marea se extendió por tres años concluyendo con el fusilamiento de este príncipe austríaco en Junio de 1867. Hacia 1822 Agustín Itubide se autoproclamó como el primer emperador de Méjico –Agustín I– el cual también fue fusilado dos años después.

Además de la amenidad de su estilo que cautiva al lector desde la página inicial, dos aspectos de la narración concitaron mi atención al considerarlos el resultado de un esfuerzo propio más bien de un investigador alemán o inglés y no de un hispanoamericano: tardar 10 años en su escritura comenzada en Londres en 1976 y concluida en París en 1986, y en segundo lugar no limitarse a relatar las peculiaridades y pormenores de ese malhadado imperio sino en incursionar en la llamada intrahistoria o microhistoria consistente en la revelación de hechos y acontecimientos que están a la sombra de los más conocidos históricamente, pero que son esenciales para su completa y plena interpretación.

En una época en que la computarización, la digitalización y el internet no existían, es encomiable su intensa labor de documentación emprendida en la década antes referida aprovechándose de su empleo como colaborador de la BBC en la capital inglesa y como cónsul de su país en la capital francesa. Pudo en consecuencia conocer los palacios, castillos, instituciones, parques y jardines donde vivieron tanto el mártir de Querétaro como su esposa la princesa belga y luego emperatriz de los mejicanos Carlota, quien le sobrevivió sola, ciega y loca por espacio de 60 años a su marido pues murió en 1927 en el castillo de Bouchout.

Ahora bien, sus afanes no se concentran únicamente en documentarse e informarse en archivos, registros, lectura de obras de referencia –hizo una revisión bibliográfica extraordinaria– y visitar los lugares emblemáticos, sino que simultáneamente recreaba a su manera los acontecimientos epocales, fantaseaba sobre los hechos ocurridos, y esta particular forma de presentar los sucesos históricos me complace personalmente, muchísimo más que la asumida por la generalidad de los historiógrafos que tienden a la utilización de una metodología, un procedimiento a veces dizque científico en su intento de explicar la realidad. Prefiero a los que se toman frecuentes licencias.

Confieso que en mi empeño por conocer la historia de España en los siglos 18,19 y 20 me resultó más provechoso leer “Los Episodios Nacionales” de Don Benito Péres Galdós que todos los historiadores españoles juntos que trataron el mismo tema, y que con la lectura de “La ciudad romántica”, “Sangre” y “Sangre Solar” de Tulio Manuel Cestero aprendí sobre la vida y ambiente de la capital dominicana a finales del siglo 19 y principios del siglo pasado más que con las monografías de esos estomagantes tratadistas, sociólogos, arqueólogos y cronistas nativos que alardean ser unos expertos en la historia de la ciudad primada.

Aunque el autor nos relata el pretexto del emperador de los franceses para enviar a Méjico un ejército de ocupación, que no fue otro que la decisión de Benito Juárez de suspender los pagos de la deuda externa mejicana –los acreedores eran Francia, Inglaterra y España–, lo entretenido de la narración consiste en poner en evidencia, en importantizar eventualidades concernientes a la vida de sus 3 grandes protagonistas –Maximiliano, Juárez y Carlota– así como de incidentes que sólo un novelista, un escritor con una imaginación desbordante puede otorgarle derecho de presentación en un trabajo histórico.

Divagar sobre la Escuela de Equitación Española de Viena haciendo constar que sus blancos caballos galopan mejor cuando escuchan un minúe de Boccherini y un vals de Strauss; sobre el coro de los niños cantores de Viena; sobre la fatalidad que representó para Maximiliano que el apellido de sus generales traidores –Márquez, Miramón, Mejía y Méndez– comenzaran todos con la letra eme; y sobre el último encuentro y despedida entre el Emperador y su esposa debajo de los naranjales de Ayotla, productores de los cítricos más dulces del mundo, conforman parte de la intrahistoria que hacen divertida la narración histórica.

La crónica de las grandes dinastías europeas: Capeto, Borbones, Estuardo, Saboya, Romanov, Braganza, Hohezollern, Hannover, Windsor, Habsburgo, Coburgo y Sajonia; la maldición de la antepenúltima desde que el príncipe Argovia le lanzó un maleficio a Rodolfo I; la descripción de los palacios de Miramar, Tulleriàs, Laeken, Tervuren, Schönbrunn, Chapultepec y Bouchout donde residió Carlota, así como la sorpresa que experimenté al saber quienes eran en realidad la princesa Salm-Salm y el príncipe Plon-Plon –primo de Napoleón III– los cuales pensaba que eran personas de ficción histórica, forman también parte de los inesperados encuentros que hacemos en esta obra.

Para los indiferentes a los devaneos de la aristocracia europea que representan la gran mayoría de los lectores de “Noticias del Imperio”, se desarrollan en este libro tres vertientes de interés para todos –sin excepción– los interesados en lo prometido en su título: la gran impresión que la heterogénea procedencia de los soldados del ejército francés provocaron en los mejicanos; las asombrosas conversaciones sostenidas entre Benito Juárez y su secretario y finalmente, no por ello menos interesante, los soliloquios de la emperatriz con respecto a la trágica aventura mejicana, su vida conyugal, las queridas de su esposo y la detención y muerte de éste en el Cerro de las Campanas en la ciudad de Querétaro, Méjico.

Al ser el imperio francés el responsable del establecimiento y sostenimiento armado de Maximiliano y estar constituido por soldados oriundos de sus colonias, los mejicanos fueron conturbados por el exótico aspecto de los mismos: Zuavos con turbantes, cazadores de África, esclavos nubios, egipcios, rifeños, lanceros, dragones, coraceros, húsares, etc., así por la variopinta composición de los miembros de la Legión Extranjera. Eran percibidos por la población autóctona como los integrantes de una extraña comparsa carnavalesca, los heraldos de una peregrina corte celestial, que entre 1864 y 1867 la tuvieron en permanente suspenso. Sus multicolores uniformes, su porte marcial, el color de algunos y el idioma en que se expresaban los convertían en auténticos invasores, en genuinos extraterrestres.

El recurso narrativo mediante el cual un presunto Señor Secretario platica en ocasiones con Don Benito Juárez, es uno de los mayores logros literarios de este trabajo. En las íntimas y sustanciosas conversaciones que ambos sostienen, los lectores se enterarán de la infancia y pobreza de Juárez en su natal Oaxaca; su exilio en Nueva Orleáns trabajando como torcedor de hojas de tabaco en una empresa; de picantes anécdotas relativas a sus ministros antes del arribo del “austríaco”; de sus problemas respiratorios; de la vida del general Antonio López de Santa Anna; de la psicología de sus compatriotas y un sinfín de episodios concernientes a este célebre indio zapoteca, demostrativos de la extensa investigación de Del Paso sobre la existencia del gran impulsor de la Reforma mejicana.

Sin lugar a dudas son los supuestos soliloquios de la emperatriz durante los últimos 60 años de su vida (1867-1927), cuando loca y en soledad habitaba en Bouchout y otros castillos europeos lo más sorprendente de todo el libro, al suponer por parte del autor un poderoso esfuerzo de fabulación pocas veces observando en la literatura hispanoamericana, que a su vez denota una faena de investigación no común por parte de un novelista. Del Paso debe haber leído la totalidad de trabajos y pesquisas en torno a esta bisnieta de la desgraciada reina María Antonieta de Francia para luego artísticamente relatarlos frente a un lectorado que toma amplios conocimientos de una atormentada vida cuyos inicios presagiaban una envidiable trayectoria.

En estos diálogos consigo misma nos iniciamos en conocer aspectos íntimos de su vida privada como fueron: las infidelidades de los ministros de la corte mejicana; las de ella misma con Bazaine, el coronel Van Der Smissen, el coronel Rodríguez y otros; de las amantes de su esposo y los problemas de este con su hermano Francisco José; la absurda preocupación de su marido por la redacción y aplicación del Ceremonial de la Corte y los servicios de honor que tenía unas 500 páginas. Cuenta además su infancia feliz junto a su padre el Rey Leopoldo I de Bélgica y sus encuentros e intercambios epistolares con su prima la legendaria reina Victoria de Inglaterra. No resulta ocioso saber también cómo aprendió aburrirse siendo emperatriz sin parecerlo.

En fin, la lectura de “Noticias del Imperio” constituyó para mí una gran revelación sumamente placentera,  al extremo de haber adquirido con posteridad y del mismo autor su trabajo sobre Juan José Arreola titulado “Memoria y olvido” y recientemente tomar a título de préstamo su obra “Palinuro de Méjico” cuyo propietario me garantizó que su contenido me atraparía al extremo de no poder suspender su lectura una vez iniciada. No ha ocurrido lo vaticinado por su dueño sino algo peor: no quiero que llegue el día y la hora en que lo finalice, pues su contenido, al igual que la picante comida mejicana, tiene tal sabor que en lo adelante toda novela me parecerá insulsa, insípida. Señores, la imaginación y la creatividad mejicanas están alcanzando últimamente cotas increíbles, sino observen lo que en el cine están haciendo Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárruti y Guillermo del Toro.