Son siglas emparentadas, casi hermanas, que representan las dos federaciones que manejan de manera casi monopólica tanto el transporte de carga como el público de pasajeros. También marchan parejos sus aguerridos métodos de lucha: paralización del servicio, a veces apelando a métodos violentos contra quienes se resisten a cumplir sus directrices. Y de igual modo, el carácter agresivo, desafiante a menudo, de sus respectivos dirigentes: Ricardo de los Santos y Juan Hubieres.
El primero había amenazado con apagar los motores de los miles de camiones y patanas que siguen sus mandatos. Ya antes lo habían hecho en más de una ocasión. La última impidiendo el acceso a los puertos del país, paralizando tanto la recogida como el envío de mercancías y ocasionando daños multimillonarios en dólares a la economía nacional. Duró tres días. Al final no hubo consecuencias para los responsables del daño.
Había ahora el temor de que volvieran a emplear el mismo método. El anuncio del paro encendió las alarmas en el sector empresarial. No hubo sorpresa en esta ocasión. Los industriales fueron los primeros en levantar la guardia a través de su vicepresidenta ejecutiva, Circe Almánzar, quien advirtió que de bloquear el acceso portuario, se solicitaría el auxilio y la intervención de la fuerza pública.
No hubo, sin embargo, necesidad. De los Santos, quizás motivado en parte por las posibles consecuencias del reciente fallo del Tribunal Constitucional, que franquea el camino para terminar con el monopolio del transporte, acudió a la mesa del diálogo con el gobierno como aconsejaba la más elemental sensatez. Como era de esperar lo hizo con una abultada agenda de reclamos que de antemano se sabe imposibles de cumplir, al menos en su mayor parte. Pero abrió camino a la negociación. Resultado: suspensión del llamado a paro y abocarse a la búsqueda de posibles soluciones alternativas. Es la vía correcta.
No ocurrió así con la otra federación, la que dirige a perpetuidad Juan Hubieres. En el mejor estilo del creador de los “paros sorpresa” FENATRANO que se precia de ser “La Nueva Opción”, supuestamente en defensa de los intereses populares, dejó varados en las aceras a miles de trabajadores y usuarios que necesitaban acudir a sus labores o a realizar diligencias necesarias, incluyendo citas y atenciones médicas.
Hicieron su zafra los conchistas, taxistas y moto-conchos. Los primeros aumentando ya el pasaje en cinco pesos, lo que hace que muchos trabajadores tengan que gastar la cuarta o quinta parte de sus limitados salarios en transporte y mantiene la autoridad del INTRANT, aún por manifestarse, en un cero a la izquierda.
En la valoración de los dirigentes y choferes que componen esa federación este golpe artero fue todo un éxito del que estarán ufanándose. Una forma generalmente efectiva de torcer el brazo a las siempre complacientes autoridades, tímidas cuando no temerosas de enfrentar a los bien llamados “dueños del país”.
Incontables los perjuicios que se derivan de los paros del transporte público. Las horas-hombre y horas-mujer que se pierden (igualdad de género). El perjuicio económico que falta por medir. El daño emocional para los sufridos pasajeros. Ninguna otra manifestación de crisis resulta tan evidente y desoladora.
Mientras tanto, siguen los transportistas campeando por sus fueros. Plantándole cara al gobierno. A este y a los anteriores que a lo largo de los años han pasado el problema, cada vez más grave, a su sucesor como si fuese una papa caliente. Y como inevitable consecuencia tenemos uno de los peores y mas caóticos sistemas de transporte público del mundo. Malo, ineficiente, desaseado, inseguro y costoso.